El pasado bimestre me enfrasqué en un proyecto exprés para participar en un concurso, al cual finalmente no entré por dos motivos. El primero y menos importante tiene que ver con una paranoica desconfianza que surgió casi al final de la etapa creativa, si bien, para mí lo más atractivo de la convocatoria era la presentación pública en la FIL bajo el renombre de la casa del conejo, lo respectivo a las regalías comenzó a chocarme. Mencionaban un adelanto, un compromiso, etc. Me hubiera animado de todas formas, pero todo cambió con la coyuntura electoral. De ahí se deriva el segundo punto, perdí enfoque en el trabajo por apoyar al movimiento 132. El libro quedó casi terminado, pero no listo para competir. No me di tiempo para terminar el trámite, pero no me arrepiento de nada.
Igual llevaré esa obra a alguna editorial, en un futuro, pero sin presión de tiempo. Ya entonces les comunicaré algo al respecto. Regreso a la escuela (desde hace cuatro semanas) con mucha más actividad que nunca. Este blog retoma la normalidad de publicación con excepción de hoy, que me di tiempo para dar este sumario y para concluir unos pendientes ante la primera semana de pruebas del semestre.
Hay varios pendientes por concluir, entre ellos el PDF que no se ha actualizado con el episodio del domingo pasado debido a que lo estoy reeditando con un nuevo formato que espero tener listo pronto.
Seguimos con los pasos de Edom, el desollado.
Abrió los ojos, pues la luz de la ventana le impedía seguir durmiendo. Se encontraba tendido en el suelo, muy cerca de la pared, sobre una cama improvisada con mantas; tardó un poco en aterrizar, despertar en aquel sitio que le pareció, por un instante, desconocido. El sol le daba de lleno en la cara, colándose entre las ramas de los árboles movidas por el viento; sería cerca del mediodía, pero él continuaba en cama… no estaba sólo. Un par de brazos de aspecto frágil rodeaban su cuerpo y el roce de una respiración tranquila le acariciaba la nuca. Se incorporó de golpe, zafándose de aquel abrazo. Detrás de él estaba otro chico de su edad, que a pesar del sobresalto, siguió durmiendo con quietud; se quedó contemplándolo, mudo de la impresión. Todo comenzó a parecerle familiar, cada detalle parecía estar justo en su sitio, dónde lo vio por última vez… ¿pero qué vez fue aquella? Sentía que había dormido demasiado, las brumas indescifrables de un sueño espantoso acosaban su mente y el residuo cálido dejado por los brazos de su amigo le plantaba una duda incomoda. ¿De qué se trataba todo eso?
No era la primera vez que dormía junto a él y aunque tenía más de un año de conocerlo, jamás había sentido nada similar. Aquella expresión de afecto era nueva y desconcertante, pero no era capaz de indagar sobre ella, a pesar de la tormenta que causaba en su interior.
Ahí estaba la consola de videojuegos a los pies de su amigo, justo como la dejaron cuando el sueño finalmente los venció. El día pintaba bien, el viento que entraba por la ventana traía el fresco aroma del bosque, la nieve se había ido hace un par de meses y el calor del verano llenaba de energía aquel lugar como en ningún otro momento del año. Para cuando se hubo vestido, su amigo ya se estiraba sobre las cobijas, con los ojos hinchados por el desvelo. Sintió el impulso de preguntarle por qué lo había abrazado mientras dormía, pero no tuvo el valor.
Bajaron juntos buscando a su madre, sólo dieron con una nota en la que indicaba haber salido a Grayhills desde temprano para hacer algunas compras.
Tomó dos cuencos de la alacena y los llevó a la mesa, dónde el otro niño hurgaba en la caja del cereal. Comieron en silencio, contemplándose ocasionalmente. Una risa boba se apoderó de su amigo, lo hizo sentir bastante incómodo, abochornado:
–¡¿Qué?!
–Tú cara… –empezó a frotarse las mejillas, creyendo tener restos de comida en alguna parte; sólo le causó más gracia al otro. Cuando se hartó de burlarse, le dijo risueño-: Te vez raro.
Jacob miro a su amigo con algo de enojo. El peso de la incómoda pregunta que no le hizo al despertar lo abrumaba y eso podía verse, tenía que encontrar una forma de soltar esa carga. Al frente, cerca de la puerta, un atrapasueños hecho por su padre giraba movido por una corriente. Tuvo una idea:
–Sac… –el otro fijó en él sus ojos grises-, ¿qué soñaste… anoche? –la sonrisa que había ostentado hasta entonces se esfumó de repente.
–No me acuerdo –contestó con seriedad, desviando la mirada.
El día en realidad era excelente, había algunas nubes, pero el viento las desplazaba con ligereza, haciendo bailar las copas de los árboles. No había calor ni frío, sólo tranquilidad… cuando menos en apariencia. Los árboles se terminaron, al frente el camino descendía de forma empinada hasta dar con un lago. La vista desde ahí era sublime, atrapó sus miradas por un buen rato. Así estaba él, contemplando la tierra que tanto amara su padre, cuando de la nada su amigo lo empujó al abismo. Lo embistió con fuerza, rondando juntó con él por la pendiente. El miedo no tuvo oportunidad, todo daba vueltas. Se sujetó de los pastos tratando de frenarse, el tirón fue insoportable y le quemó las manos, pero funcionó. La inercia lo separó de Isaac, que fue a dar algunos metros más abajo. Fue hasta entonces cuando el miedo se hizo presente, llegó como soplado por una violenta ráfaga que sacudió la hierba y estremeció sus oídos. Isaac no se levantó, le daba la espalda, inmóvil; sólo el viento barría sus cabellos.
Jacob comenzó a llamarlo, la angustia se filtraba a su voz en mayor cantidad conforme la respuesta se aplazaba… nunca llegó. Así, maltrecho por el arrastre, fue hasta donde estaba el cuerpo de su amigo, las lágrimas se desbordaban de sus ojos sin dar crédito a lo que estaba viendo. No sabía qué hacer, estaba desesperado, quería gritar auxilio pero el pánico le había sofocado la garganta.
–Estás muerto… –dijo el otro, aún sin moverse-, nada va a cambiar eso –y luego se rió, justo como solía hacerlo cada que le jugaba una de sus pesadas bromas.
–¡No es gracioso! –le gritó Jacob, furioso y un tanto ruborizado-, ¡no te rías! –Incapaz de soportar al otro desternillándose de risa, fue a sentarse sobre una piedra.
Fue horrible ver así el cuerpo de su amigo, como muerto; le parecía la peor broma que le hubieran jugado nunca y se sentía muy herido por eso. Sí, fue peligroso y muy imprudente por parte de Isaac, pero eso no era lo que más le calaba. Había puesto en evidencia la parte más sensible de su alma, lo llevó al momento en que recibió la noticia de la muerte de su padre, reviviendo la impotencia de perder algo muy amado... así lo enfrentó a ese hecho que lo incomodaba de manera absurda: ¿qué tan fuerte era el cariño que sentía por su amigo? Fue brusco, fue cruel y no podía asegurar que fuera intención de Isaac sacar algo a la luz, pero sin duda lo notó. Sentía algo de vergüenza, como si le hubieran desnudado la piel, exponiendo su corazón descaradamente.
El otro paró de reír, estaba exhausto y con el vientre adolorido. Se acercó a Jacob y se sentó detrás de él, recargándose espalda con espalda. Así permanecieron sin moverse ni decir palabra alguna, sintiendo los latidos, el uno del otro, combinados en un compás singular.
–Sac…
–¿uhm?
–Me vas a matar un día de estos… –así cedió el silencio. Se quedaron ahí, arrojando piedras al lago, hasta que llegó la hora de volver a casa para comer.
El día transcurrió sin más, Isaac se quedó también aquella noche porque sus padres aún no regresaban de fuera. No podía conciliar el sueño, a pesar de que estaba realmente cansado. Desde la ventana de su habitación podía verse la luna, pálida y redonda como un ojo blanco y desnudo… un ojo que cuida. Trataba de arrullarse con el ruido del bosque, aquella bella nana nocturna de sosiego que su padre le enseñara a admirar. De nuevo los brazos de Isaac lo rodearon, tampoco podía dormir, pero a diferencia de Jacob no pensaba en silencio, sino que estaba aterrorizado.
–Tengo miedo… –susurró temblorosamente a su oído.
Entonces sintió a Isaac muy débil; aquel niño de imagen siempre firme que gozaba de hacer bromas pesadas y jugaba a ser el cazador más temido, le parecía ahora de lo más vulnerable. Sintió como se estremecía al estrechar su cuerpo; entendió que no era un abrazo de profundo afecto, sino una súplica de protección. Había algo que lo aterraba y lo hacía ver pequeñísimo, una fuerza oscura que aplastaba su habitual altanería. Intentó preguntarle por ello, sintiendo valor para protegerlo en un impulso cuasipaternal… pero las palabras no pudieron salir de su boca.
Fue testigo de cómo aquella oscuridad los cubrió a los dos, como emanada de la luna bajo la forma de un párpado que se cierra… pero más que un parpado cerrándose al sueño, fue un segundo párpado, despertando en otra realidad. De un momento a otro se sintió en otra parte, con un cuerpo distinto.
El cielo se teñía de naranja, comenzaba a amanecer. Aún quedaba el fantasma de los brazos de Isaac rodeando su cuerpo… eran un recuerdo perdido en el tiempo, la línea que unía aquel momento con el presente era cada vez más difusa. ¿Qué pasaría cuando olvidara por completo? Temía las consecuencias de perder su pasado, aunque realmente no pudiera asegurar cual pasado le pertenecía. Sus brazos eran como los brazos delicados de Isaac y su rostro, caucásico de ojos grises, se había asomado al mirarse sobre el espejo del lago… No había una explicación simple. Su aferramiento al recuerdo era casi infantil, pues nada quedaba en él que pudiera darle respuesta a sus inquietudes. Aquello que desde la noche de locura le había estado indicando el camino, lo empujaba hacia adelante sin explicaciones, guiándolo como una antorcha en la penumbra. Se puso de pie y se sacudió la nieve de encima.
–Aún queda mucho… –se dijo así mismo y siguió andando entre el bosque.