Temporal de publicaciones esporádicas

Saludos lectores. Agradezco su fidelidad y pido disculpas por la ausencia. Esta entrada tiene un desagradable contraste con la anterior, pues aquella prometía una vuelta a la normalidad como en los buenos tiempos, cosa que no se dio. La verdad el trabajo no se ha detenido, ha sido más arduo que de costumbre, pero otros aspectos de mi vida también se han vuelto más exigentes y no prometen ceder a corto plazo. He dedicado las últimas semanas a fortalecer las partes más tambaleantes que le sentía al proyecto, así como en terminar material incompleto para que en los próximos meses no me vuelva a quedar fuera de línea de manera improvista.
Notarán algunos cambios en la plantilla; por ejemplo, la página principal ahora muestra un extracto del último borrador actualizado, es decir, si realizo un cambio o corrección a un episodio viejo, se mostrará en la página principal encima de las otras entradas. También hubo cambios en el sistema de comentarios, ahora las respuestas están habilitadas y está funcionando el pluggin para usar Facebook, Windows Live, Yahoo, etc. Todo es parte de una lista pendientes. –La respuesta a comentarios de blogger fue posible gracias a un código proporcionado por Felipe Calvo bajo licencia Creative Commons, gracias Felipe-. Ya no me atrevo a dar fechas de un regreso a la normalidad por miedo a errarlas. De momento los episodios nuevos llegarán esporádicamente, hasta que pueda recuperar estabilidad suficiente como para publicar uno por semana.
El PDF se encuentra desactualizado pues una nueva edición del mismo está en camino y en los próximos días lo tendré disponible junto con las entradas que vengan. Saludos y gracias por seguir el proyecto.


De vuelta en Línea (sumario)

El pasado bimestre me enfrasqué en un proyecto exprés para participar en un concurso, al cual finalmente no entré por dos motivos. El primero y menos importante tiene que ver con una paranoica desconfianza que surgió casi al final de la etapa creativa, si bien, para mí lo más atractivo de la convocatoria era la presentación pública en la FIL bajo el renombre de la casa del conejo, lo respectivo a las regalías comenzó a chocarme. Mencionaban un adelanto, un compromiso, etc. Me hubiera animado de todas formas, pero todo cambió con la coyuntura electoral. De ahí se deriva el segundo punto, perdí enfoque en el trabajo por apoyar al movimiento 132. El libro quedó casi terminado, pero no listo para competir. No me di tiempo para terminar el trámite, pero no me arrepiento de nada.
Igual llevaré esa obra a alguna editorial, en un futuro, pero sin presión de tiempo. Ya entonces les comunicaré algo al respecto. Regreso a la escuela (desde hace cuatro semanas) con mucha más actividad que nunca. Este blog retoma la normalidad de publicación con excepción de hoy, que me di tiempo para dar este sumario y para concluir unos pendientes ante la primera semana de pruebas del semestre.

Hay varios pendientes por concluir, entre ellos el PDF que no se ha actualizado con el episodio del domingo pasado debido a que lo estoy reeditando con un nuevo formato que espero tener listo pronto.
Seguimos con los pasos de Edom, el desollado.


La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XXIII

El recuerdo que fue

Abrió los ojos, pues la luz de la ventana le impedía seguir durmiendo. Se encontraba tendido en el suelo, muy cerca de la pared, sobre una cama improvisada con mantas; tardó un poco en aterrizar, despertar en aquel sitio que le pareció, por un instante, desconocido. El sol le daba de lleno en la cara, colándose entre las ramas de los árboles movidas por el viento; sería cerca del mediodía, pero él continuaba en cama… no estaba sólo. Un par de brazos de aspecto frágil rodeaban su cuerpo y el roce de una respiración tranquila le acariciaba la nuca. Se incorporó de golpe, zafándose de aquel abrazo. Detrás de él estaba otro chico de su edad, que a pesar del sobresalto, siguió durmiendo con quietud; se quedó contemplándolo, mudo de la impresión. Todo comenzó a parecerle familiar, cada detalle parecía estar justo en su sitio, dónde lo vio por última vez… ¿pero qué vez fue aquella? Sentía que había dormido demasiado, las brumas indescifrables de un sueño espantoso acosaban su mente y el residuo cálido dejado por los brazos de su amigo le plantaba una duda incomoda. ¿De qué se trataba todo eso?
No era la primera vez que dormía junto a él y aunque tenía más de un año de conocerlo, jamás había sentido nada similar. Aquella expresión de afecto era nueva y desconcertante, pero no era capaz de indagar sobre ella, a pesar de la tormenta que causaba en su interior.
Ahí estaba la consola de videojuegos a los pies de su amigo, justo como la dejaron cuando el sueño finalmente los venció. El día pintaba bien, el viento que entraba por la ventana traía el fresco aroma del bosque, la nieve se había ido hace un par de meses y el calor del verano llenaba de energía aquel lugar como en ningún otro momento del año. Para cuando se hubo vestido, su amigo ya se estiraba sobre las cobijas, con los ojos hinchados por el desvelo. Sintió el impulso de preguntarle por qué lo había abrazado mientras dormía, pero no tuvo el valor.
Bajaron juntos buscando a su madre, sólo dieron con una nota en la que indicaba haber salido a Grayhills desde temprano para hacer algunas compras.

Tomó dos cuencos de la alacena y los llevó a la mesa, dónde el otro niño hurgaba en la caja del cereal. Comieron en silencio, contemplándose ocasionalmente. Una risa boba se apoderó de su amigo, lo hizo sentir bastante incómodo, abochornado:
–¡¿Qué?!
–Tú cara… –empezó a frotarse las mejillas, creyendo tener restos de comida en alguna parte; sólo le causó más gracia al otro. Cuando se hartó de burlarse, le dijo risueño-: Te vez raro.
Jacob miro a su amigo con algo de enojo. El peso de la incómoda pregunta que no le hizo al despertar lo abrumaba y eso podía verse, tenía que encontrar una forma de soltar esa carga. Al frente, cerca de la puerta, un atrapasueños hecho por su padre giraba movido por una corriente. Tuvo una idea:
–Sac… –el otro fijó en él sus ojos grises-, ¿qué soñaste… anoche? –la sonrisa que había ostentado hasta entonces se esfumó de repente.
–No me acuerdo –contestó con seriedad, desviando la mirada.

El día en realidad era excelente, había algunas nubes, pero el viento las desplazaba con ligereza, haciendo bailar las copas de los árboles. No había calor ni frío, sólo tranquilidad… cuando menos en apariencia. Los árboles se terminaron, al frente el camino descendía de forma empinada hasta dar con un lago. La vista desde ahí era sublime, atrapó sus miradas por un buen rato. Así estaba él, contemplando la tierra que tanto amara su padre, cuando de la nada su amigo lo empujó al abismo. Lo embistió con fuerza, rondando juntó con él por la pendiente. El miedo no tuvo oportunidad, todo daba vueltas. Se sujetó de los pastos tratando de frenarse, el tirón fue insoportable y le quemó las manos, pero funcionó. La inercia lo separó de Isaac, que fue a dar algunos metros más abajo. Fue hasta entonces cuando el miedo se hizo presente, llegó como soplado por una violenta ráfaga que sacudió la hierba y estremeció sus oídos. Isaac no se levantó, le daba la espalda, inmóvil; sólo el viento barría sus cabellos.
Jacob comenzó a llamarlo, la angustia se filtraba a su voz en mayor cantidad conforme la respuesta se aplazaba… nunca llegó. Así, maltrecho por el arrastre, fue hasta donde estaba el cuerpo de su amigo, las lágrimas se desbordaban de sus ojos sin dar crédito a lo que estaba viendo. No sabía qué hacer, estaba desesperado, quería gritar auxilio pero el pánico le había sofocado la garganta.
–Estás muerto… –dijo el otro, aún sin moverse-, nada va a cambiar eso –y luego se rió, justo como solía hacerlo cada que le jugaba una de sus pesadas bromas.

–¡No es gracioso! –le gritó Jacob, furioso y un tanto ruborizado-, ¡no te rías! –Incapaz de soportar al otro desternillándose de risa, fue a sentarse sobre una piedra.
Fue horrible ver así el cuerpo de su amigo, como muerto; le parecía la peor broma que le hubieran jugado nunca y se sentía muy herido por eso. Sí, fue peligroso y muy imprudente por parte de Isaac, pero eso no era lo que más le calaba. Había puesto en evidencia la parte más sensible de su alma, lo llevó al momento en que recibió la noticia de la muerte de su padre, reviviendo la impotencia de perder algo muy amado... así lo enfrentó a ese hecho que lo incomodaba de manera absurda: ¿qué tan fuerte era el cariño que sentía por su amigo? Fue brusco, fue cruel y no podía asegurar que fuera intención de Isaac sacar algo a la luz, pero sin duda lo notó. Sentía algo de vergüenza, como si le hubieran desnudado la piel, exponiendo su corazón descaradamente.
El otro paró de reír, estaba exhausto y con el vientre adolorido. Se acercó a Jacob y se sentó detrás de él, recargándose espalda con espalda. Así permanecieron sin moverse ni decir palabra alguna, sintiendo los latidos, el uno del otro, combinados en un compás singular.

–Sac…
–¿uhm?
–Me vas a matar un día de estos… –así cedió el silencio. Se quedaron ahí, arrojando piedras al lago, hasta que llegó la hora de volver a casa para comer.

El día transcurrió sin más, Isaac se quedó también aquella noche porque sus padres aún no regresaban de fuera. No podía conciliar el sueño, a pesar de que estaba realmente cansado. Desde la ventana de su habitación podía verse la luna, pálida y redonda como un ojo blanco y desnudo… un ojo que cuida. Trataba de arrullarse con el ruido del bosque, aquella bella nana nocturna de sosiego que su padre le enseñara a admirar. De nuevo los brazos de Isaac lo rodearon, tampoco podía dormir, pero a diferencia de Jacob no pensaba en silencio, sino que estaba aterrorizado.
–Tengo miedo… –susurró temblorosamente a su oído.
Entonces sintió a Isaac muy débil; aquel niño de imagen siempre firme que gozaba de hacer bromas pesadas y jugaba a ser el cazador más temido, le parecía ahora de lo más vulnerable. Sintió como se estremecía al estrechar su cuerpo; entendió que no era un abrazo de profundo afecto, sino una súplica de protección. Había algo que lo aterraba y lo hacía ver pequeñísimo, una fuerza oscura que aplastaba su habitual altanería. Intentó preguntarle por ello, sintiendo valor para protegerlo en un impulso cuasipaternal… pero las palabras no pudieron salir de su boca.
Fue testigo de cómo aquella oscuridad los cubrió a los dos, como emanada de la luna bajo la forma de un párpado que se cierra… pero más que un parpado cerrándose al sueño, fue un segundo párpado, despertando en otra realidad. De un momento a otro se sintió en otra parte, con un cuerpo distinto.

El cielo se teñía de naranja, comenzaba a amanecer. Aún quedaba el fantasma de los brazos de Isaac rodeando su cuerpo… eran un recuerdo perdido en el tiempo, la línea que unía aquel momento con el presente era cada vez más difusa. ¿Qué pasaría cuando olvidara por completo? Temía las consecuencias de perder su pasado, aunque realmente no pudiera asegurar cual pasado le pertenecía. Sus brazos eran como los brazos delicados de Isaac y su rostro, caucásico de ojos grises, se había asomado al mirarse sobre el espejo del lago… No había una explicación simple. Su aferramiento al recuerdo era casi infantil, pues nada quedaba en él que pudiera darle respuesta a sus inquietudes. Aquello que desde la noche de locura le había estado indicando el camino, lo empujaba hacia adelante sin explicaciones, guiándolo como una antorcha en la penumbra. Se puso de pie y se sacudió la nieve de encima.
–Aún queda mucho… –se dijo así mismo y siguió andando entre el bosque.


Seguimos fuera de Linea

He entrado a una etapa de muerte súbita con el proyecto de novela (alternativa a esta) que retomé para el concurso de Playboy y Ediciones B.
Quiero exprimir hasta el último día disponible de la convocatoria, que para mi caso finaliza el 27 de agosto.
Estoy decidio a terminar o desertar, pero no sin usar hasta el último recurso de tiempo. El plan que tenía previsto para su conclusión antes de fines de Julio no pudo ser ejecutado. Ahora mismo estoy fragmentando un poco más mi tiempo para apoyar el movimiento #YoSoy132 con la parte de creación de medios. Con toda seguridad regresaré despues del 31 de agosto, pues para entonces ya tendría cuando menos 4 días despues de haber concluído la convocatoria y habría podido superar la decepción post-derrota en caso de que el tiempo no me sea suficiente.
Si has estado esperando las nuevas entradas, grácias y una disculpa por el retraso. ¡Nos vemos el 31 de Agosto! Si mi trabajo no llega al concurso lo estaré publicando despues en este blog (en cuanto lo deje presentable), como archivo PDF alternativo.


Suspensión Temporal

A partir de hoy y hasta el 31 de Julio (31 agosto) no habrá nuevos episodios porque estaré trabajando en una novela para un concurso. Probablemente actualice algunos episodios pendientes (como el XXI), aunque no puedo asegurarlo, quiero dedicar todo el tiempo posible a este proyecto exprés.
Si alguien tiene interés en participar (o en saber de qué se trata), les dejo la liga a la convocatoria:
Primer Premio de Novela Latinoamericana | Playboy & Ediciones B
Suena... extraño, lo sé, pero el concurso me llenó el ojo. Originalmente apostaba por éste en el género de Romántica Paranormal, pero el tema libre del concurso patrocinado por la compañía del conejo me atrae más que la línea estrictamente melosa que pide "El Rincón De La Novela Romántica". Además, incluye una presentación de la obra premiada justo en mi ciudad ¡en la FIL! Cumpliría dos objetivos a la vez: ser publicado y presentar un trabajo en la FIL. Las regalías no son las más atractivas, pero me conformo con lo demás. Escribo por diversión, la idea de llegar al papel con el prestigio de una premiación es... emocionante. Basta para mí el gozo de ser leído.

¡Nos vemos el 31 de Julio (31 Agosto) lectores! Si no gano y la editorial descarta mi trabajo, cuando menos pondré una liga por aquí para que lo puedan leer.



Actualización: 17/07/2012:
Cambié la fecha para el 31 de Agosto, un mes más debído a retrasos no previstos y la intención de exprimir hasta el último día de la convocatoria.


La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XXII

El Diablo

–¿Me necesitas ahora –pregunta una voz, flotante en el viento -, Zorro redentor?
–Tengo frío, Seneél. Hace tiempo que no sentía el frío o el dolor… es como haber vuelto a nacer… ¿Qué es todo esto?
–No soy quién para dar respuesta.
El muchacho cayó de rodillas sobre la nieve y el viento lo rodeó. Miró la luna, el borde comenzaba a ennegrecerse por la sombra de la tierra, una imagen distante y cercana, el brillo de sus ojos reflejado en los ojos de alguien más. Seneél apareció frente a él. Estaba agotado, así que retrocedió hasta recargarse en un árbol para descansar; el lobo acudió a su regazo. A pesar de ser un fantasma de nieve, parecía desprender calor, o reflejar de buena forma el poco que salía del muchacho. El sueño lo dominó mientras abrazaba la figura de aquel animal para resguardarse del frío.
–Tengo miedo –susurraba temblorosamente una voz en su interior, era un sonido dulce y familiar. La voz brotó a sus labios y Seneél pudo escuchar aquella confesión muy cerca de su oído.

Sereno, el lobo permaneció vigilando toda la noche, hasta que cerca del amanecer se convirtió en un bulto de nieve. Mientras aquel viajero dormía al pie de un árbol cobijado por su guardián, en la comisaría de Deepwood, Denis preparaba el interrogatorio de Amos Crawford:
–El proceso será sencillo, señor Crawford, le haré varias preguntas, algunas parecerán obvias o poco relacionadas con el caso, le ruego que responda con la verdad y siempre de manera verbal, para facilitar la evaluación posterior.
–¿Para qué son todos estos trastos? –preguntó el viejo, señalando los cables adheridos a su mano.
–Es para registrar su reacción ante la pregunta o la respuesta… no es muy definitivo en determinar su veracidad; no tenga cuidado, esto no puede causarle daño alguno.
Después de explicarle brevemente su situación jurídica y el efecto de aquella entrevista, y tras confirmar su voluntad para proceder, el detective comenzó el interrogatorio, dictando a la grabación el protocolo de inicio.
Amos era un hombre soltero, estuvo casado un tiempo cuando muy joven, pero su matrimonio duró poco y así se quedó. Era un ermitaño, obsesionado por la caza, algo paranoico con respecto a las leyes y el gobierno de su país, indiferente ante cualquier religión, pero altamente dogmático con sus pocas creencias.
–Dejemos ya de lado su perfil personal y entremos de lleno en materia del incidente. ¿Qué hacía la noche en que Jacob Morrison fue asesinado?
–Estaba en casa, haciendo lo que cualquiera haría en mi lugar: ¡Nada! Muriendo del aburrimiento.
–¿Niega haber participado en la cacería de lobos ocurrida horas después de que apareciera el cadáver y de la cual se le imputan los cargos?
–No, sí participé… pero no lo tenía planeado, fue una emergencia que se dio en la madrugada.
–¿Considera que su “Aburrimiento” pudo haberlo incitado a salir para romper la rutina? ¿Tiene usted el hábito de salir por las noches cuando se encuentra enfadado?
–No, no… y me huele a que insinúa algo.
–Todo es parte del proceso señor Amos, le aseguro que no existe ninguna insinuación. Tengo entendido que fue un grupo de varias personas las que salieron de cacería; ¿Qué relación tiene con estos acompañantes?
–Son vecinos, pocas veces les he hablado en mi vida.
–¿Entonces niega cualquier tipo de organización por anticipado con ellos?
–Sí señor, lo niego. Ya le dije que fue algo que sucedió, ni siquiera me encontraba preparado.
–¿Podría describirme cómo es que “sucedió”? –Amos dio un respiro y se removió en su asiento antes de responder:
–No podía dormir, padezco de insomnio; últimamente me he puesto peor. Pasaba de la media noche… o algo así, no recuerdo muy bien, cuando escuché los espantosos gritos de una mujer vuelta loca. Salí para ver de qué se trataba; por el escándalo que hacía llegué a creer que la perseguía alguna bestia, así que llevé mi rifle.
»La mujer corría por los caminos, tocando en las casas, pidiendo auxilio; era la madre del muchacho. Varios vecinos fueron a calmarla, la gente se empezó a juntar a mitad de la calle, me acerqué también. Apenas si se podía entender lo que decía, pero todos comprendimos su problema; al enterarse, más de la mitad regresaron a sus casas y se encerraron bajo llave. Sólo los más prudentes nos quedamos con ella; en verdad éramos pocos.
»Llevaron a la mujer a su casa apenas se tranquilizó, una vecina suya se quedó a cuidarla. En la calle, un grupo de unos cuatro o cinco hombres hablaban del ataque. Uno era hijo de un granjero, decía haber perdido varias cabezas de ganado en los últimos días; otro aseguraba haber encontrado huellas de lobo muy cerca de su casa y que algo había hecho un desastre en su cobertizo; el resto hablaba de cosas semejantes, todas claramente relacionadas. No cabía la menor duda, así que fuimos tras los culpables: ¡los lobos de la reserva! Estaban fuera de sus límites, causando problemas en nuestros hogares; eran una amenaza –concluyó con seguridad, sonando el puño en la mesa; Denis sólo lo miró.

–Su reacción es comprensible, pero precipitada: hay leyes que protegían a esas criaturas señor Amos, leyes que irán en contra suya si no se demuestra que el muchacho fue asesinado por ellos... –se detuvo, ahora era él quien se reacomodaba en su asiento-. Hay algo que no me queda claro, dice que algunas personas se encerraron en sus casas después de escuchar a la madre de la víctima: ¿por qué? ¿Qué cosa los orilló a encerrarse?
–La muerte del muchacho, lo que la vieja decía… –Amos miró desconcertado a su interrogador-. ¡¿Así que no sabe lo que el pueblo cree de este asesinato?!
–Algo me han dicho; pero no omita detalles, cuéntemelo todo.
–La gente decía que él era un mal para Deepwood… que atraía el mal a este lugar. Aquella noche, bastaron unas pocas palabras de la mujer para convencerlos de que el mismísimo Demonio rondaba por nuestras calles, y que los devoraría si no volvían de inmediato a sus casas a rezar.
–Y supongo que ustedes, los que se quedaron, no creían esas historias.
–¡Definitivamente! –Volvió a sonar el puño-. Tengo bien puestos los pies en la tierra. ¡Yo no me trago cuentos! Sé que hay cosas ahí afuera mucho más peligrosas que sus necias supersticiones…
Guardó silencio, sus labios temblaban; Denis miraba atentamente el monitor de su computadora: aquello era lo que esperaba, un argumento con fuerza, debía sacarle provecho:
–¿Cree usted en el Diablo, señor Amos?
El hombre torció los labios en una falsa sonrisa, de su garganta escapó un gruñido lleno arrogancia –¡¿Que si creo en el Diablo?! No sé de qué “Diablo” me esté hablando. Si es al que temen los ingenuos de aquí, le repito que no; aunque ellos, a pesar de su ingenuidad, tuvieron razón en temer aquella noche. ¿Que si creo en el Diablo? ¡Yo enfrenté al Diablo! Y hoy sé que por fin lo he vencido.
–¿De modo que usted cree…?
–¡¿Que aquella noche el Diablo rondaba Deepwood?! –Cortó elevando tanto la voz, que se le rompía-, ¡Por supuesto! ¡Salimos a cazarlo! Lo encaramos… y le dimos muerte, vengando así nuestras desgracias.
–¿Venganza? Exterminó a los lobos… ¿por venganza? –Denis estaba impresionado, no esperaba que su pregunta lo llevara por aquel camino. Los indicadores se habían vuelto locos, Amos respiraba con agitación, tenía el rostro enrojecido y los ojos llorosos; su respuesta fue afirmativa-. Señor amos, esta información es poco relevante para el caso, pero: ¿de qué tendría que vengarse?
El hombre permaneció en silencio, cabizbajo, luego comenzó a relatar:
–Fue hace ya algunos años, salí al bosque acompañado del único amigo leal que he tenido en la vida: mi fiel perro cazador, “Capitán”. Seguíamos un hermoso ciervo, lo encontramos en un río cerca de la reserva, pero aún dentro del territorio de caza. Era un día blanco, de nubes cerradas y ventiscas sin tregua; las últimas del invierno. Capitán corría tras el ciervo, yo trataba de seguirle el paso, pero no pude, me detuve a respirar y lo perdí de vista. Me había dado por vencido, habría llamado a mi perro al instante si no me hubiera faltado él aliento ¡Maldito enfisema! Todavía lo escuchaba ladrar, pero sonaba diferente, algo no andaba bien. De pronto chilló, de una forma horrible, saber que estaba en problemas me sacó fuerza.
»Llegué al lugar, un lobo le cerraba el paso y dos más arrastraban al ciervo muerto. Mi perro sangraba, pero no se rendía, trataba de acercarse al ciervo a como diera lugar. Hizo un movimiento rápido, tratando de burlar al lobo por un costado, pero este lo prendió por el cuello con las mandíbulas y comenzó a sacudirlo violentamente, como si fuera de trapo. Grité de horror al ver aquello, alcé mi arma pero no podía disparar sin herir también a mi perro. Le gritaba para que se detuviera, pero aquel monstruo no me tomaba importancia. Mi perro chillaba de dolor, sus chillidos me dolían, la nieve se llenaba de sangre, no podía soportarlo, en un arrebato de rabia me arrojé al frente, directo a golpear con la culata de mi rifle, pero un cuarto lobo apareció de la nada. Me saltó encima mordiéndome el brazo, el mundo me dio vueltas y caí de golpe.
»Quedé desarmado, la bestia que me atacó estaba frente a mí, pelando los dientes… su cara arrugada me amenazaba, no podía moverme. El otro dejó por fin a mi perro, le había desprendido la piel del cuello, un trozo le colgaba del hocico. Capitán se humillaba con la carne expuesta en la nuca, lleno de sangre y temblando. ¡Aquel cabrón no le tomaba importancia! Estaba parado ahí, arrogante, viéndome con la cara chorreada; soltó el trozo que le arrancó a mi perro y empezó a caminar hacia donde estaba yo, los otros dejaron el cadáver del ciervo para seguirlo. Era mi fin: en aquel momento encaré al Diablo.
»Ya estaban muy cerca cuando Capitán se levantó, atacando a uno de ellos. Comenzaron a pelear, cuatro contra uno; ¡hijos de puta! Nada les costó acabar con lo que quedaba de él. Jamás olvidaré aquel horrendo sonido, un crujir como de ramas húmedas: le arrancaron la mandíbula y luego se marcharon, llevándose como trofeo su sangre en la piel. Capitán convulsionaba en la nieve, me acerqué a él, se apagaba. Lo toqué, estaba frío, creí que había muerto y comencé a llorar, pero sus ojos se abrieron… me miraron con debilidad: era una mirada cansada, noble… me imploraba ayuda para terminar aquello ¡Mi fiel amigo! Era lo menos que podía hacer, su compañía me había hecho más feliz que la de nadie más; se había sacrificado para salvarme, ninguna otra persona habría dado tanto... busqué mi rifle y lo coloqué detrás de su cabeza… disparé.
El hombre enmudeció, no pudo decir más. Tenía los ojos abnegados de lágrimas y los labios le temblaban sin control; era rabia y dolor lo que atrancaba su lengua. Denis sentía compasión por él, pero no podía justificar sus actos, mucho menos si, como creía el comisario Greene, aquel hombre había participado en el asesinato de Jacob Morrison con tal de conseguir gente e indulgencia para tomar venganza.
–Puedo entender su odio, señor Crawford, supongo que desde entonces ha buscado venganza.
–Sí, desde aquel mismo día; intenté seguirlos, pero les perdí el rastro. Ya había agotado mis fuerzas tratando de enterrar a mi perro en el lugar, lo sepulté en la nieve con mis propias manos, pues no llevaba nada que me sirviera para eso; la mordida de mi brazo tampoco ayudó. Regresé al pueblo, le conté todo al Comisario, me remendaron la herida, pero me reprendieron diciendo que estaba dentro de terreno protegido. Yo sé que no fue así, sé que esas criaturas rondaban fuera de la reserva y sé que me atacaron en un lugar fuera de ella, pero el comisario siempre me ha llevado la contra… ¡qué va a saber él! Ni que hubiera estado ahí. Nunca pude probar nada.

Denis recordó entonces la treta de Amos en la granja Walker que el Comisario Greene había mencionado cuando se lo presentó. Le hizo una pregunta para indagar sobre el asunto.
–Necesitaba el respaldo de otro habitante para demostrar que los lobos estaban fuera de sus límites –decía el hombre-, la presión me orilló a hacer lo que hice. Después de aquel incidente el ayuntamiento empezó a tomarme por un loco… me multaron, quitándome parte de mi pensión para cubrir los daños. Desde entonces el comisario me ha tratado con malicia… aquello fue lo último que intenté, ya no tenía más. Me quedé esperando que las cosas solas se dieran.
–Señor amos –Denis fijó su mirada en su interrogado, habían llegado al punto que deseaba abordar-, ¿tuvo usted algo que ver con el asesinato del joven Morrison?
–No, nada. Sé que el comisario desconfía de mí, pero no me atrevería a dañar una persona para conseguir lo que buscaba. Ni siquiera a ese muchacho.
–¿Cómo que “ni siquiera”? –Ante esta pregunta, Amos volvió a sonreír de forma soberbia, ya estaba recuperándose.
–Es que él en verdad tenía mala fama, señor detective. Corrían todo tipo de rumores y cuentos de viejas. Con decirle que hasta había un grupo de oradoras en la iglesia que rezaban pidiendo porque “Dios quisiera” que el chico se fuera pronto; el cura las reprendió públicamente un día, uno de esos en los que por casualidad voy al templo. La gente creía que él hacia invocaciones demoníacas en alguna parte del bosque. Salía todas las noches de luna llena, quienes lo veían partir decían que llevaba cargamento como para dormir allá. Cuando el cielo estaba despejado podía distinguirse una delgada columna de humo elevándose entre los árboles, pero nunca nadie se atrevió a seguirlo.
–Si nadie lo siguió, ¿por qué la gente se hizo esas ideas de él?
–Fue por su padre: era hijo de sioux, un administrador de la reserva. Cuando el muchacho era pequeño su padre lo llevaba al bosque seguidamente. Llegué a cruzar algunas palabras con el hombre, me sermoneaba por mi gusto a la cacería: no era más que otro maldito ecologista, pero la gente creía que él defendía algo más. Este pueblo está repleto de lengüilargas, todo mundo dice barbaries de lo que no conoce. Estaban convencidos de que el hombre tenía conocimientos de brujería y que le enseñó a su hijo las negras artes; que podía hablar con los animales gracias un don concedido por el Diablo en persona y que incluso buscaba relaciones carnales con las bestias del bosque.
–¡Vaya calumnias! –exclamó con impresión fingida, aunque Amos no lo notó.
–Es lo que dicen las malas lenguas… cuentos de viejas, ya se lo dije.
–Y así sin más la gente terminó creyendo lo mismo del hijo.
–“De tal palo tal astilla”: ya ve lo que dicen. Así es la gente de por aquí.

Denis se relajó en su asiento, después de meditar un poco, agradeció a Amos por el tiempo; aquel encuentro había terminado. Le ayudó a quitarse el equipo de la mano y desmontó todo, luego llamó al comisario Greene para devolverlo a su celda.
Aunque el interrogatorio se había desviado un poco del tema central, había sido bastante revelador para Denis. De cualquier forma no esperaba mucho. Comunicarse con el comisario y seguir el protocolo de su agencia policiaca era sólo la cortina de humo que le permitía estar ahí con toda la buena influencia de la guardia federal. Había viajado cientos de kilómetros para buscar lo que quedaba del muchacho y aquello sólo era perder el tiempo. Las paredes recuerdan y hablan sin discreción, si algo le había quedado claro después de aquella entrevista era que Deepwood escondía muchos secretos, y no sólo el comisario Greene o la guardia federal tenían interés en descubrirlos, por eso estaba ahí. A alguien más debía rendirle cuentas de lo que consiguiera saber, un grupo de gente con la que se reunía en secreto; de no ser por ellos habría rechazado el caso. Era un intercambio de beneficios, les diría lo que buscaban saber y fortalecería su relación con ellos. Ya comenzaba a contagiarlo su interés por el muchacho, definitivamente tenía algo especial: tantos rumores en torno a él y su padre, tantos factores involucrados… entendía por qué la voz de su hermana lo llevaba por aquel camino.

Kilómetros lejos de la comisaría, el viajero de cabello blanco navega en un mar de sueños recostado al pie de un árbol. ¿Qué es la verdad sino la memoria? No hay realidad más sólida que la certeza que nos brindan los recuerdos; en su ausencia, nos transforman en la nada.
Un nombre se ha perdido en el viaje, un nombre que sus labios buscan con ansiedad, pues se ha vuelto impronunciable. La influencia de un ser ajeno y distante presiona su mente para devolverlo; aunque su guardián vigile con mesura aquella sombra azul, es incapaz de actuar en su contra, sólo observa. Aquel nombre suena entre las murmurantes lenguas del pueblo donde surgió, el nombre de un joven muerto: Jacob Morrison.


Mantenimiento y exámenes

Hace varios meses que Blogger anda ofreciendo su nueva interfaz, aunque ya la había experimentado, no la usaba por defecto. Desde mediados de marzo (que recuerde) se ha mostrado un anunció con el cambio definitivo durante abril, o al menos eso entendía. Afortunadamente no fue así, no aún. ¿Por qué es afortunado? Pues porque parte del código que desarrollé para este blog no funciona bien en la nueva interfaz, y no es algo estético, sino más bien relacionado con la publicación de nuevas entradas o actualización de las que ya están, y es que el nuevo editor guarda de forma diferente el texto.

He trabajado en correcciones del código desde hace mucho, un algoritmo totalmente nuevo que hace uso de funciones DOM para editar el aspecto (DOM viene siendo la página tal cual tiene consciencia de ella el navegador, como en forma de un árbol familiar), es un proyecto algo vanidoso que funcionaría igual a lo actual pero de forma más fina, aunque con más líneas. Lo que uso actualmente (y todavía en fechas de esta publicación) está fuera del estándar, o eso dicen los expertos.
Ya conseguí hacerlo funcionar con el cambio de blogger, aunque no es un desarrollo terminado ni hace uso de esas funciones DOM con las que jugaba hace meses. Estoy revisando su comportamiento en un blog de pruebas y dándole mantenimiento a otras cosas, estoy en fechas de exámenes y en verdad se ha puesto dura la situación, no lo he aplicado aquí por miedo a romper algo y no poder pegarlo pronto.

Lo último que publiqué anunciaba una nueva entrada programada que no ha visto la luz. No quiero prometer más fechas porque luego quedo mal, pero es seguro que de esta semana no pasa. Cancelé su fecha por cambios de último momento, luego llegó mi vida fuera del teclado y me arrastró por dos semanas hasta el día de hoy.
Con todo y eso pude actualizar detalles del Episodio X, quedan pendientes el XXI (por recomendación de lector, justa y necesaria) y otras revisiones menores que surgieron durante esta epifanía. Reitero que lo que subo aquí son borradores, y no representan la totalidad de la novela ni su versión definitiva, estoy abierto a correcciones y sugerencias.
Gracias por seguir este proyecto, espero recibir de nuevo su visita.



Actualización 15/05/2012
Ya he actualizado la plantilla del blog con nuevos códigos. Sigo en la labor de implementar algúnos cambios, pero ya es totalmente compatible con el nuevo editor de blogger y puedo respirar a gusto. Si encuentran algúna anormalidad, agradecería mucho que me lo informaran.
Por esto, y un poco por la situación del país (si no eres méxicano, al menos puede que hayas escuchado que estamos en elecciones), me he retrasado con la actualización de ayer. No ando de militante, pero si he centrado mucho mi atención en el tema, informándome en las redes y compartiendo mi punto de vista en diversos grupos. Aunque esas son cosas que no le corresponden a este sitio.


Retrato Familiar

Es cerca de la una de la mañana y no puedo conciliar el sueño, hay un par de pendientes en mi cabeza dando vueltas. Ser estudiante de ingeniería, trabajar medio tiempo y encima de todo tener un proyecto personal de índole artística, mantiene los dos hemisferios de mi cerebro activos de forma constante. Se dice que el cuerpo calloso mucho más grueso de las mujeres les permite moverse con mayor facilidad de un hemisferio a otro, independientemente de si es o no cierto, yo no puedo disponer de esa ventaja nata. Con el mucho o poco esfuerzo que representa, para mí es como una doctrina; el movimiento entre dos planos distintos, el abstracto y el racional, y su conjunción y matrimonio en la gran obra de mi vida. Dios concibió al universo de esta forma, en él hay ciencia y arte: este es el modo en que los grandes construyen, así los gigantes fundaron la tierra. Por eso no me detengo, aunque a veces el tiempo apremie.
Con los retrasos de unos días sucedidos en las últimas actualizaciones se me ha ido como el agua una semana entera, y aunque tenía planeada esta entrada especial, parece remplazar el lugar que le correspondía a otra cosa. El episodio XXII – El diablo queda programado para el próximo fin de semana, hoy tengo nuevos bosquejos y definiciones de personajes.

Peter Mason

Edad – 15 años
Nació en Grayhills y ahí ha vivido todo el tiempo. Su padre es meteorólogo, de los que trabajan en laboratorio, no de los que salen en televisión. El trabajo de su padre lo ha inspirado desde niño, le gusta tanto que sueña con tener la misma carrera.
Es un muchacho simple, con pocos amigos, pero noble y dispuesto a darlo todo para ayudar a un camarada en apuros. Criado en una cuna de valores, bajo un matrimonio feliz y funcional, rara vez muestra actitudes negativas. Evita causar problemas, pero cuando los tiene, responde siempre de la mejor manera y con responsabilidad.

Gregory Greene

Edad – 48 años
Es un comisario al borde de la jubilación. Siempre ha desempeñado su trabajo de forma responsable y se le respeta por ello. Él, junto con un par de alguaciles, hace la guardia en el pequeño poblado de Deepwood; dado que ahí a lo sumo hay una treintena de casas, el sistema judicial no le autoriza más personal. En situaciones graves tiene el apoyo del distrito 23, que comprende una docena de poblados circundantes a Grayhills (siendo Deepwood, casualmente, el número 12); aunque no suele suceder, la gente bajo su cuidado es difícil de tratar cuando está molesta.
Es un ávido lector y un policía muy culto, tiene firmes convicciones y una moral implacable. Le cansan las supersticiones de su pueblo y lamenta mucho la profanación del estado salvaje de aquellas tierras.

Familia Leafbrown (Retrato Familiar)

Encabezados por Daniel Leafbrown, abogado por tradición y dueño de un bufete jurídico, y Edelmira Gardner, ama de casa. Vivieron en la ciudad de Esperanza hasta la muerte del señor Leafbrown, víctima de un accidente automovilístico. Debido a un turbio movimiento llevado a cabo por los hermanos y parientes de Daniel, Edelmira y sus hijas tuvieron que buscar sustento por su propia cuenta.
Las razones por las que Edelmira no simpatiza con la familia de su esposo tienen raíces en el comienzo de su matrimonio. Iniciaron como una pareja en unión libre, él concluía su carrera y ella gestaba en su vientre a su primera hija. Daniel era posesivo y orgulloso, pero en el fondo amaba a Edelmira; no quiso perderla y la convenció de permanecer a su lado a pesar de las circunstancias. Ella no podía hacer más, no pudo ingresar a la universidad y aquel embarazo no planeado arruinaba sus oportunidades futuras. Daniel se hizo cargo de Edelmira y de su primogénita, aunque no fuera su sangre. Sara, la niña en cuestión, tenía casi tres años cuando su madre contrajo matrimonio con el señor Leafbrown; ya entonces Marlene se formaba en el vientre de Edelmira.
Aunque al principio Daniel había perdonado a su pareja por aquella aventura durante su noviazgo, se había dejado una espina en la consciencia. Una herida que el prejuicio y las injurias de sus familiares fueron infectando. Lo que pudo ser un matrimonio feliz, se fue opacando con el tiempo, y durante sus últimos años se volvió un tormento. Resignada, la Señora de Leafbrown se quedó bajo el cobijo de aquel nombre hasta el último minuto. Los primeros años mostraban un panorama prometedor, ella atesoraba el recuerdo incierto de ese mundo que pudo ser suyo y que perdió, recordándolo con nostalgia aún después de la muerte de Daniel.
Así fueron retratados, escogieron un tema del catálogo que tenía el estudio y le pusieron una fecha. Marlene cumplía seis meses aquel mismo día. El retrato inspiraría en ella, años después, una afición hacia el estilo oriental, que después de su reciente apego al océano, era de sus pasiones más intensas.



Esas son las descripciones que puedo dar por ahora. Resumen lo conocido de los personajes según los episodios ya publicados y adelantan algunos detalles relacionados con episodios futuros.
Ya hemos pasado el punto sin retorno de esta primera parte, han sido varios meses desde que reinicie la publicación de esta historia y estoy muy agradecido con todos mis seguidores y lectores casuales. Su opinión es de mucha utilidad, si algo en la historia o en mi redacción les choca, los exhorto a que me critiquen, es la única forma en que puedo mejorar. Los espero el próximo domingo.



Actualización 02/05/2012
Por diversas razónes que explico en un post especial, el episodio prometido no se publicó, teniendo el infame record de ser el episodio más retrasado desde que se reinició el funcionamiento del blog. Más explicación en la siguiente entrada.


La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XXI

Resaca

Una delgada chica de cabello rubio estaba sentada en un entarimado de madera en el traspatio de un concurrido restaurante campestre de la vieja parte de Grayhills; fumaba un cigarrillo en silencio, mirando pensativamente el hielo y el barro que había bajo un árbol. Sonó el teléfono.
–¿Mamá? –Preguntó preocupadamente al contestar, había visto el número y esperaba con impaciencia aquella llamada-. ¿Cómo sigue?
–Bien, ya estamos en casa; gracias a Dios no fue tan grave –del otro lado, la señora Leafbrown tranquilizaba a su hija mayor desde la oscuridad de su sala.

Cuando Marlene partió a la escuela aquella mañana, su madre le dio un abrazo para despedirla. La cálida sensación de proximidad, aunque efímera, fue intensa como nunca antes. Los nudos de su garganta se desataron:
–Marlee, ¿te gustaría volver a Esperanza, hija? ¿Quisieras volver a casa? –si le hubiera hecho aquella pregunta el día anterior, la chica habría afirmado sin vacilar; pero sólo se quedó callada, pensativa. Edelmira no quiso apresurar la respuesta.
No hubiera podido preguntárselo otro día, tenía miedo, pues le sobraban razones para creer que Marlene deseaba volver con ansias. El ánimo que la mirada de su hija irradiaba le dio la fuerza para afrontar la verdad. De todas formas, ¿cómo podría lograr la felicidad a costa de la miseria de su niña? Aunque no deseara regresar, estaba dispuesta a hacerlo con tal de sacar a Marlene del pozo sin fondo en el que se sumergía sin motivos.
En el calor de sus brazos creyó que volver ya no sería necesario, que la muchacha finalmente dejaría de mirar atrás y le daría oportunidad al porvenir.
Como madre podía experimentar en carne propia los sentimientos de su hija. Por las noches algo le robaba el sueño, como si la inquietud de Marlene saltara al aire para ser aspirada por ella. No soñaba con la costa desconocida sobre la que la mujer de pelo rojo lloraba la muerte de su amado, pero en el silencio de la noche, alcanzaba a experimentar la melancolía que aquella remota imagen inducía en Marlene, sin poder explicarla.
Mientras esa inexplicable sensación persistiera, la pregunta que acababa de hacer continuaría sin responderse.

–¡No tiene sentido! –Se quejó Sara con molestia cuando su madre le habló de esto durante el desayuno-, por fin somos libres mamá, somos independientes ¿Qué le falta a este lugar para hacerte feliz?
–No soy yo, es tu hermana; y no creo que sea por algo aquí, sino por algo que hemos dejado atrás…
–¡¿Atrás?! ¿Qué pudiéramos haber dejado atrás sino una vida de sumisión y sufrimiento?
Esa era la misma pregunta que ella se hacía al contemplar la situación. ¿Qué quedaba en el pasado que causaba tanta añoranza en Marlene? El símbolo era claro y constante: el océano, pero su significado continuaba siendo un enigma.
–¿Por qué ahora mamá? –Preguntó tristemente Sara-; tantos años que sufrí, tratando de amar a un padre que no me reconociera como su hija, y tú jamás diste marcha atrás. Hoy, cuando por fin encontré la felicidad, decides dar la vuelta ante el primer obstáculo. No quiero volver, aunque él ya no esté…
Para su madre, Sara siempre fue una chica equilibrada, fuerte. En realidad guardaba heridas sin sanar, una duda que jamás se manifestara en sus labios por temor a la verdad:
–¿Por qué nunca me quiso? Siempre me miró con recelo; más que indiferencia, parecía sentir odio hacia mí… ¿tenía alguna razón? Mamá, ¿fue él mi padre?
Edelmira guardó silencio. Las lágrimas finalmente se desbordaron de sus parpados. Con labios temblorosos pronunció algo corto; una sensación helada recorrió las entrañas de Sara al escuchar el temido “no”. Incapaz de escuchar o decir más, abandonó el lugar; su madre lloraba en silencio.

El sol ya iba en declive tras la montaña cuando su teléfono sonó por primera vez. Contemplaba la foto de su madre en la pantalla, insegura sobre responder. Finalmente tomó la llamada. Edelmira se encontraba en el hospital, esperando que le permitieran ver a su hija. Después de enterarse del accidente, Sara dio tregua al conflicto que tenía con ella; la preocupación de perder a su hermana hacía que lo otro pareciera cualquier cosa.
Pasaron varias horas antes de que la llamara por segunda vez, fue un alivio saber que Marlene había dejado el hospital, pero su Madre no sonaba tranquila; el corazón de la muchacha se agitaba con estrépito mientras hablaba con ella:
–¿Está muy herida? ¿Está contigo?
–No… está en su habitación, creo que ya duerme… sólo tiene una herida en el brazo… la mayor preocupación del médico fue que hubiera perdido mucha sangre, llegó inconsciente al hospital; pero se recuperó. Ahora está bien… me gustaría decir lo mismo de… –el llanto le cortó la voz-, ¡Ay hija! Esto no ha terminado aún…
–¿Qué ocurre mamá? ¿Qué quieres decir?
–Mañana tenemos una cita en la corte, tu hermana tiene problemas; la otra niña, con la que riñó… está en coma –la señora Leafbrown lloraba al hablar. ¿Cómo habían llegado a tanto? Aún desconocía el estado de su hija cuando el oficial se presentó ante ella. Era inminente que la autoridad tratara de indagar sobre lo sucedido. Edelmira ignoraba totalmente la situación, no sabía qué papel había jugado su hija en aquel evento y el miedo la devastaba. Enterarse de que la otra muchacha se encontraba verdaderamente al filo de la muerte le hacía creer que su hija llevaba las de perder-. Sara, tengo que colgar, necesito dormir; entiendo a Marlene: fue un día realmente agotador.
–Descansa, hablaremos mañana… duerme tranquila, sé que todo estará bien –aun ella, con su reputación de optimista, no podía evitar sentirse angustiada por aquella noticia. Tiró el cigarrillo y subió los pies al entarimado. Abrazaba sus rodillas, mirando perdidamente la luz de la luna reflejada en las montañas.

Escuchó pasos, el viejo suelo de madera chirriaba y crujía. Junto a ella se sentó un hombre, apenas un par de años mayor. Le rodeó con el brazo y le besó la mejilla, acercándose después a sus labios. Sara lo rechazó sin vacilar ni un poco, deseaba aquel calor más que nada, pero su inquietud no le permitía gozarlo. ¿Y si verdaderamente tuvieran que abandonar el lugar? El problema no era regresar a Esperanza, sino dejar lo que había encontrado en su nuevo hogar. Por ahora la prioridad era sacar a Marlene adelante; podía entender a su madre, de alguna forma, algo en el ambiente penetraba directo a su alma, dejando una marca de melancolía, independiente a la preocupación que todo el asunto le causaba.
Aun cuando aquel hombre no se separó de ella, Sara llegó a sentir una extrema soledad aquella noche. Miraba todavía hacia la montaña, y a las estrellas sobre ella que parecían tiritar de frío, y a la pálida luna que ya comenzaba a ser ensombrecida por la tierra. Era como si le faltara el aire, como si de pronto estuviera en un agujero oscuro que cada vez se ennegrecía más.

Kilómetros lejos de donde se encontraba aquella pareja, en dirección a la mirada de Sara, bajo las estrellas temblorosas, justo antes de llegar a las altas montañas, un par de ojos furtivos observan la luz proveniente de Grayhills. Los ojos cafés de un muchacho joven, para muchos todavía un niño. Sostiene un hueso en su mano; con duda y temor sopla a él un nombre ignoto para los hombres, llamando compañía en aquella fría noche de soledad.


La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XX

Nube Negra

Tallaba fuertemente el carboncillo contra el papel, se sentía molesta, los recuerdos de lo ocurrido acudían a su mente enfureciéndola; era inevitable. Ahora era rabia lo que sentía, pero fue terror lo que la invadió en aquellos momentos.
Todo comenzó con claridad, cuando la luz llegó a sus ojos aquella mañana, ya estaba lista para recibirla. No necesitó de su alarma, estaba despierta, entusiasmada por iniciar el día. Era una sensación que desenterraba de la niñez, de los tiempos de luz. Incluso su madre debió notar aquel brillo en su mirada, por un momento, la brecha de inseguridad y preocupación que incomunicaba a madre e hija, fue flanqueada por un cálido abrazo. Se despidieron con la llegada del autobús, de pronto parecía que todo quedaba en su lugar.
Dentro del vehículo, Marlene reservaba un asiento. Su ocupante abordó el transporte en la penúltima parada antes de llegar a la escuela. Al verla, su rostro mostró una alegre expresión, él también la esperaba; la chica hizo algo que no frecuentaba hacer últimamente: sonreír. ¿Cómo imaginar que la desgracia le aguardaba en aquel día iluminado?
Llegaron a la escuela y tomaron cada uno su camino, acordando reunirse durante el receso, en el mismo lugar que el día anterior. Fue al separarse de él cuando Marlene se dio cuenta: estando junto a Peter sus miedos enflaquecían. Era fácil para la gente juzgarla como un cofre lleno de secretos, pero lo único que guardaba era un montón de temores irracionales, fortalecidos por su incapacidad para describirles. Aquel muchacho tenía algo, por alguna razón se sentía capaz de hablar con él y liberar de las cadenas su espíritu; al imponerse a sus temores sentía que se erguía sobre el mundo en un nuevo amanecer, infinito de posibilidades. Aun cuando ansiaba el momento, Marlene no volvió a encontrarse con él por el resto del día.
Peter esperaría en la banca del patio por minutos inacabables, hasta que el toque de la escuela anunciara el final del receso un poco antes de lo normal. La sirena de una ambulancia resonó en los pasillos, que tras su silencio, hervían de rumores y curiosos.

Helga vio a Marlene entrar al baño y entró tras ella sin que lo notara; apenas comenzaba el receso. Helga no era muy racional, sus impulsos se apoderaban de ella fácilmente. Para comprender sus acciones habrá que intérnanos en su pasado y en los aspectos de su vida que tanto sus amigos como enemigos desconocen. Comprender, no justificar; infaustas vivencias sembraron el mal en su interior, pero fue ella quien se encargó de alimentarle y hacerle crecer. Dejar que el odio germine es el peor error que podemos consentir.
Muchos estaban al tanto de que la doctora Grant, psicóloga y secretaria de asuntos escolares, era tía de Helga; sin embargo, pocos de ellos sabían que también era su tutora y nadie, ni su más allegada amistad, conocía la razón de ello. Ernest Erickson, padre biológico de Helga y hermano de Martha, se encontraba en prisión desde hace varios años, pagando una cadena perpetua por el asesinato de su pareja y por la violación de su hija. Martha decidió hacerse cargo de ella, en ese entonces Helga sólo tenía nueve años. Apenas se completó el trámite, se mudaron a Grayhills; Martha estaba casada con un ingeniero civil y su profesión los reubicaba en aquella urbe en crecimiento. Los estudios de la doctora Grant le permitieron encontrar su empleo con facilidad, afianzando así las raíces en aquella tierra de oportunidades. Ella y su esposo eran una pareja joven, conformes con ser una familia de tres, dispuestos a brindarle a Helga la felicidad arrebatada. Pero aquella niña estaba demasiado trastornada como para recibirla. Su infancia había sido terrible, los espasmos de la pesadilla que fue persistían en su interior.
Miraba con recelo a su padre adoptivo, a pesar del cariño que este le demostraba. Había desarrollado un rechazo incondicional hacia los hombres. Temía a los mayores y aborrecía a los de su edad. Hospedada en aquel repudio fue tomando la forma poco femenil que tenía; deseaba alejar las impuras y mal intencionadas miradas que se proyectaban hacia la figura de mujer. Su instinto la empujó en contra de la corriente generada por las niñas de su edad, podía ver como las conducía lentamente hacia un futuro nefasto como el de su madre. Helga odiaba al ser humano por su condición sexual, la sociedad entera estaba infestada de mensajes que evocaban al sexo, donde quiera que miraba encontraba aquel terrible recordatorio. La imagen atormentadora de su padre le acosaba y le acosaría eternamente.
Martha podía notar el miedo en su mirada. Trató de ayudarla, haciendo cuanto pudo, pero la chica había asimilado sus desagradables vivencias de forma negativa. Los recuerdos se incrustaron como un cáncer en su mente, y del cáncer surgió un monstruo etéreo que nubló su alma. Helga se encontraba en terapia constante, la doctora Grant esperaba que el tiempo pudiera disipar aquella niebla, permitiéndole rescatar de entre las sombras a la temblorosa niña que residía en su interior. Aquel trato especial era mal interpretado por el alumnado de la secundaria, quienes, desconociendo la verdad, creían que su parentesco con la doctora la dejaba ilesa de las faltas que cometía.

Un viernes por la mañana, cuatro días atrás, Marlene tuvo un escandaloso enfrentamiento con Helga. Fue en un pasillo de la escuela mientras se dirigía al bebedero. Helga salía de una charla con su tía en la oficina, encontrarse con aquella niña introvertida caminando sola despertaba en ella el deseo de atacar, descargar su furia contra alguna presa indefensa. Experimentaba cierto desdén hacia ella en particular, algo que se manifestó desde su primer encuentro. El aspecto que proyectaba enloquecía a Helga, la idea de una posible tendencia homosexual daba vueltas en su cabeza; era parte de su psicología odiarla por ello, aunque ella misma rechazara el orden sexual. En realidad Helga se veía reflejada en aquellos aspectos, aquel odio especial que experimentaba era producto del rechazo que se tenía así misma.
–¡Buenos días extraña! –exclamó cínicamente.
Las paredes del pasillo estaban cubiertas de casilleros, la cabeza de Marlene impactó fuertemente en uno que despedía un olor desagradable cuando la ruda muchacha le sometió bruscamente contra ellos.
–¿Qué buscas de mí? –Cuestionaba con desconcierto - ¡Yo no te he hecho nada!
–¡Quiero tu dinero! –era mentira, Helga no tenía necesidad económica alguna; Lo que ella realmente quería era el respeto y temor de su prójimo, sólo encontraba esa forma de obtenerlo.
–¡No te daré nada! –era difícil para Marlene imponerse en aquella situación, la muchacha le sujetaba el brazo por la espalda, aplastando su cara contra el frío metal del casillero.
–¿Ah no? –torció tanto su brazo que Marlene dejó escapar un fuerte alarido. Sus oscuros deseos estaban saciados, pudo liberarla y sentirse contenta por el resto del día, pero algo la incitaba a más. Helga cometió el error de creer que Marlene se sometería sin resistencia a partir de entonces. Apenas consiguió liberarse lo suficiente, se volvió en su contra y le plantó una bofetada. La muchacha experimentó una extraña serie de sensaciones. El dolor físico proveniente de su mejilla penetraba en su cráneo directo a su mente, le había sacudido el cerebro en todos los sentidos. Fue como si una gran barrera se derrumbara en su interior, dejando entrever a la niña débil y atormentada que habitaba bajo el yugo del monstruo neblinoso de su terrible pasado. El dolor de un golpe no se había presentado en años, nadie había tenido el atrevimiento de levantarle la mano desde que dejó de vivir con su padre. Marlene rompió aquello que contenía la sombra del señor Erickson, ahora se desataba y Helga tenía un nuevo motivo para odiarla.

La mejilla de la paralizada muchacha estaba enrojecida, mostrando claramente el contorno de la mano que la golpeó. Marlene temblaba de ira y miedo frente a ella, ¿qué ocurriría ahora? Echó a correr, tras de ella Helga volvió en sí, lanzando un extraño chillido mezcla de rabia e impotencia. Le embistió con fuerza, ambas cayeron y comenzaron a forcejear en el suelo. Marlene luchaba contra una encolerizada bestia que duplicaba su peso, no tenía oportunidad. Afortunadamente aquello no duró mucho, el ruido que habían estado haciendo atrajo la presencia de un prefecto, que con algo de esfuerzo consiguió separarlas.
Marlene ya se encontraba bajo vigilancia de la doctora Grant, pues cuando Helga le dio la bienvenida a la escuela también recibieron una llamada de atención. Se había interesado en su perfil, sobre todo después de aquel incidente, y no lo pensó dos veces antes de citar a su madre para indagar sobre su condición familiar.
Se podría creer que Helga había resultado ilesa de este último enfrentamiento, pero no fue así. Además del horror que Marlene revivió en ella, la decisión de su tía de internarla en algún instituto reformatorio se había vuelto más sólida. Martha no era tan indulgente con su sobrina como la escuela pensaba, estaba consciente del problema y de la creciente violencia con la que actuaba la chica. Fuera de la escuela, en el seno familiar, la vida también se había vuelto más difícil. No podía intervenir con brusquedad, Helga respondía de forma hermética ante esas circunstancias, por ello vacilaba al tomar fuertes resoluciones. No obstante, el corazón de la muchacha se endurecía de todas formas, el tiempo de actuar se agotaba y Martha estaba cansada de ver sus métodos fracasar. Comenzaba a percibir los rumores como algo cercano a la realidad… ¿y si realmente había sido demasiado blanda, hospedada en la idea de que cuando niña ya había sufrido bastante sin ser culpable de nada? Quizá no estaba capacitada para ayudarla, debía encontrar una forma de enmendar aquella falta de tacto.
Helga se iría, ya no había decisión que le pareciera más prudente a su tutora; le amaba como a una hija y le pesaba fuertemente, pero por su propio bien, tendría que separarse de ella. Aunque existía la esperanza de que se redimiera bajo la amenaza de tener que dejar Grayhills; la doctora tenía esta última ilusión. Sin embargo, aquel martes, con el tercer enfrentamiento, tal ilusión se esfumaría junto con un futuro de prosperidad para Helga, pues sus trastornadas emociones la llevarían a cometer un acto atroz de terribles consecuencias.

Como se dijo, Helga vio a Marlene entrar al baño, vigilaba la puerta junto con algunas de sus amigas desde que comenzó el receso. Se ubicaba en un punto concurrido, para atravesar el plantel de un lado a otro había que pasar por ahí; además, Helga esperaba que Marlene usara aquel servicio tarde o temprano, el lugar era perfecto, por eso lo vigilaba desde el día anterior.
Marlene se lavaba las manos cuando se sintió observada, levantó la mirada y vio en el espejo el rostro crispado de Helga. Se volvió hacia ella, la atmosfera del lugar parecía pesada, Marlene sintió aún más temor que en aquella ocasión de la bofetada; se encontraba muda, deseaba gritar pero le era imposible. Una niña pequeña salió de un cubículo, al percatarse de la escena tan tensa se alejó rápidamente, tropezando con una de las secuaces de Helga que, con desconfianza sobre sus actos, montaba guardia en la puerta. Apenas la niña se perdió de vista, Helga se arrojó contra Marlene. La tomaba por el cuello con ambas manos, arremetió con tal fuerza que la muchacha terminó sentada sobre el lavabo, con la espalda oprimiéndose contra el chirriante cristal del espejo.
Helga estaba fuera de sí, todo el odio que le tenía a su padre se canalizaba hacia su víctima. Su mente era una pasarela de recuerdos terribles, nítidos nuevamente, después de años de haberse opacado. Aquella chica que se asfixiaba entre sus palmas era la responsable de ello, aunque la pobre no pudiera precisar por qué.
La muchacha miraba suplicante a su agresora, sujetando con ambas manos sus pesados brazos y empujando con ambas piernas su inmenso cuerpo, haciendo uso de una fuerza inferior que decaía con rapidez. Helga no sentía satisfacción alguna, aquel sufrimiento era insuficiente. Atacó de la manera más violenta que pudo concebir su mente en el momento, pero ya viendo su obra puesta en práctica, le parecía escueta. Quería escuchar aullidos de dolor, que el sufrimiento de su víctima fuese más evidente o se presentara en más formas. Terminó soltándola justo cuando Marlene comenzaba a perder la visión, un cruel pensamiento evalúo que no valdría la pena matarle de aquella manera tan insípida, carente de los detalles que poseía todo aquello que la atormentaba en su mente. Imaginaba complacientes escenas en las que torturaba a sus víctimas de forma cruel e inhumana, sus viejas acciones le parecían desabridas y desnudas de los verdaderos matices de la brutalidad. Su transformación casi se completaba, moldeada por la influencia remota de su padre a través de sus recuerdos. Helga se convertiría en una asesina, frente a ella estaba el cordero del ritual: esa extraña chica tendida sobre el lavabo con el cuello enrojecido, respirando con dificultad.
Tenía la frente bañada en sudor, un sudor nervioso, producto de una frenética excitación. Los dorados rizos de su cabello estaban empapados, caían hacia delante cubriendo su rostro. Su amiga continuaba en la puerta, mirando todo sin sentirse capaz de hacer nada. Cuando Helga les pidió ayuda para “vengarse”, ella fue la única que vaciló sobre si seguirla o no en su obstinada empresa. Ya en aquel punto sus demás seguidoras le habían abandonado, ella permanecía sólo con la intención de evitar que Helga cometiese alguna tontería. Quizá era la única de sus “amigas” que la estimaba realmente, estaba desesperada por detenerla, pero no tenía idea de cómo hacerlo.
–Helga… creo que esto ya ha ido demasiado lejos –dijo con una voz ahogada
–¿Lejos? Esto apenas ha comenzado –reprochó la otra, desfundando una navaja de oficina; Marlene vio la luz de las lámparas centellar en ella como un lejano resplandor en la oscuridad.

Flotaba inmersa en tinieblas, el aire le faltaba y la luz sólo era un débil hilo de plata proveniente de la lejanía. El silencio sofocaba sus oídos, como si una inmensa presión evitara que sus membranas pudieran vibrar. Se percató de su cabello, suspendido alrededor de su rostro: no era corto como ella lo usaba, era muy largo y parecía de color rojo; rodeaba su cabeza como si se encontrara bajo el agua. La luz comenzó a intensificarse, dándole forma a su entorno. Pronto estuvo de vuelta en el baño de su escuela, pero sintiéndose extraña, torpe.
Helga se acercó a ella, rasgando con la navaja el suéter rojo que la cubría hasta desnudar completamente su brazo. Marlene miraba aterrorizada, demasiado débil como para evitarlo.
–Tranquila, no pasa nada –Habló la voz de Helga, pero no eran sus palabras, eran las de su padre, haciendo eco desde sus memorias:
–No pasa nada –repite por segunda vez un hombre con su lasciva voz, acariciando el rostro de una pequeña niña de rubios y rizados cabellos que tiembla oculta bajo las sabanas de su cama-. No hay nada que temer –concluye la voz de Helga siguiendo al pie de la letra aquel falso y viejo dialogo de palabras tranquilizadoras-, nada que temer… –repite sin aliento y con lágrimas en los ojos, acariciando a su vez el rostro de Marlene y recordando como su padre se llevaba lentamente la mano a los labios después de recoger con ella las lágrimas de aquella aterrorizada niña.
La furia se intensificó en Helga, hirviendo en sus entrañas. Trata de lacerar el brazo de Marlene con la esperanza de encontrar sus gritos en aquella acción, gritos semejantes a los que la mano de su padre opacó en otros tiempos. Su amiga se lanzó a detenerla, pero terminó en el suelo, derribada por un fuerte golpe.
Cortaba la piel sobre las venas del brazo desnudo de su víctima, derramando sangre sobre el lavabo. Marlene miraba aquello perdida en el miedo, su cuerpo estaba torpe, no le respondía; aún sentía los oídos como debajo del agua, deseó gritar por el dolor, pero le faltaba el aire. Vio espantada como una extraña forma se dibujaba con su sangre al tocar el agua. Al principio pareció sólo una espiral, tinta roja que se escurría al diluirse con el agua, formando surcos al azar; pero luego surgieron proyecciones, formas que persistieron por el tiempo apenas necesario para que su mente pudiera recordarlas. Aquella figura le inquietaba de una manera extraña. Una vez que desapareció, arrasada por gotas de nueva sangre cayendo, volvió su audición, anunciada por un extraño bramido: un chillar sonoro, un eco que parecía provenir de las profundidades de la tierra.
Fue cegada por la luz, una luz desconocida y fulminante que llegó de ningún lugar; Marlene se perdió en aquella luz. Cuando despertó había acabado todo, las imágenes llegaron a su memoria poco a poco, revelándole el desenlace. Pasó tan rápido, primero se irguió con una extraña facilidad, como si hubiese flotado; la amiga de Helga yacía aún en el suelo y ahora miraba atónita el extraño cambio de papel. Marlene sujetaba el brazo de Helga con una fuerza que desconocía poseer, incluso lo hacía con su brazo herido sin ningún problema; ahora era su atacante quien se miraba aterrorizada. Ondas de calor recorrían su cuerpo, dejando en su pulsante ausencia un frío glaciar en sus miembros. Pronunció algo en voz alta, pero no era su voz la que hablaba; si tan sólo pudiese recordar qué fue lo que dijo, pero sólo recordaba su pecho vibrar fuertemente.
Helga trató de alejarse desesperadamente de la víctima que ahora se volvía en su contra, pero la muchacha no liberaba su muñeca. Repentinamente Marlene sintió flaqueza en sus brazos y soltó a la ahora indefensa Helga; le vio caer hacia atrás, resbaló, pues el suelo estaba inundado, y atravesó un cubículo derribando su puerta. Marlene también cayó, cayó sobre sus rodillas, desvaneciéndose. El prefecto que entró al baño le encontró así, tendida sobre un charco de agua y sangre. Llamó por radio a la enfermería escolar al notar la herida, se acercó a Marlene y fue entonces cuando encontró a Helga tendida junto al retrete en que se desplomó; a su lado su amiga trataba de reanimarla inútilmente.
Marlene había recuperado la razón en el Hospital, fue ahí cuando se dio cuenta de que realmente no había perdido la conciencia sino hasta haber caído al suelo. Su memoria estaba desordenada, aquella escena no parecía realmente haber ocurrido, era como un sueño lagunoso; durmió cuando Helga le atravesaba el brazo con la navaja y despertó hasta encontrarse en el hospital, varias horas después del incidente. Le cosieron la herida, no era tan grave después de todo, esa misma noche fue dada de alta tras ser examinada por un doctor.
–No será necesario que se quede aquí toda la noche, aunque sería bueno que mañana viniera a revisión; lo único que necesita es descansar y lo hará mejor en su propia casa. –El doctor llamó a la enfermera de Marlene y acomodaron todo para su salida.

La peor parte del incidente la llevó Helga: cuando cayó hacia atrás se golpeó fuertemente en la gruesa tubería de alimentación del retrete, no despertaba y sus signos vitales eran bajos. Le trasladaron también al hospital, donde fue diagnosticada con coma postraumático.
Marlene pasó por la habitación en la que se encontraba su agresora, al notar que era ella se detuvo en la puerta para mirar; la doctora Grant tenía la frente entre los brazos, apoyada en la cama de su sobrina. Debió sentirse observada, pues alzó la vista. Tenía los parpados hinchados de lágrimas, su rostro tomó una doliente expresión al ver a Marlene en el pasillo, la miraba con un fuerte recelo. La chica se alejó con el corazón punzando más que su brazo.
Helga despertó del coma tres meses después, advirtiendo que había perdido totalmente la movilidad de la mitad inferior de su cuerpo y que le era difícil coordinar sus brazos o sus palabras. El traumatismo craneal dañó su sistema nervioso, dejándola en una silla de ruedas que ella sola no podía manipular, padeciendo además una enorme dificultad para comunicarse.
La doctora Grant no guardó su rencor después de enterarse de todo lo ocurrido por boca de la amiga de Helga al día siguiente del accidente. La corte dio su veredicto fallando a favor de Marlene, pues aunque la descripción de los hechos insinuaba que ella había empujado a su rival, lo había hecho claramente en su defensa. Helga habría terminado en una correccional para menores de no ser por su estado de salud; estando en coma no representaba ningún peligro para la sociedad y cualquier penalización quedaría reservada para el día en que lograra despertar. Tres meses después la agresora se encontraría de nuevo en su casa, mirando la televisión sabatina desde su silla de ruedas en una tarde lluviosa, mientras su tía le observaba tristemente desde el comedor.
–Al menos… –decía para sí, abatida y resignada, la doctora Grant-, ya no tendrás que separarte de mí.

Pero aquella noche al volver del hospital, Marlene experimentaba una creciente furia. Esa extraña sensación de haber estado soñando durante el accidente le molestaba de sobremanera. Recordaba estar actuando fuera de sí, como si alguien manipulara su cuerpo. Además, ¿qué diantre era aquella imagen que vio formarse con su sangre?
Ignorando a su madre, que al volver a casa no hizo más que sentarse a oscuras en la sala, sumida en sus pensamientos, se encerró en su cuarto, tomó papel y un carboncillo, y se dispuso a plasmar aquella difusa imagen. Ahora no estaba interesada en nada artístico, tomó lo primero que encontró, sólo deseaba ver más claramente. Terminó, finalmente estaba conforme, esa extraña inquietud surgía en ella al mirarle de nuevo, ver cada detalle. Era una especie de estrella de seis picos, todos largos, gruesos y ondulados; el más largo era el superior, y era el único que no se ramificaba en la punta. Luego había algo por encima del pico inferior, una forma como de gota que surgía del centro ovalado de la figura, una gota que llevaba dentro una espiral, semejante a la que viera en un principio y que después se trasformase en la figura entera. Los otros cuatro picos se repartían circundando la figura, era una vista extraña, como sí rodearan la forma de gota. Parecía, en cierto modo, la cáscara de una banana… o quizá una flor: donde el pico superior sería el tallo y el resto los pétalos, con esa gota surgiendo del centro. A Marlene aquella forma se le antojaba como la representación de un objeto marino, quizá un pez o una estrella de mar.
La miraba con detenimiento, preguntándose su origen o su significado; sus dudas ya habían opacado su coraje. Finalmente la venció el cansancio, se durmió frente al extraño retrato, ahí, sentada en el suelo de su habitación. Abajo, su madre llamaba por teléfono desde la oscuridad de la sala; Marlene alcanzó a escuchar la marcación entre sueños, el sonido de las teclas mezclado con un relajante vaivén, como las tenues olas en la orilla del océano cuando se encuentra tranquilo. Había un rumor en el aire, el viento susurraba suavemente las mismas palabras una y otra vez, con una voz femenina y maternal.
–La Sirena del mar… La Sirena del mar…

Con aquella inquietante figura dibujada por nubes de tormenta en el horizonte de un día moribundo, sentada sobre la arena de una inhóspita playa, Marlene caía en un dulce sopor, arrullada por una suave y lejana sinfonía.


Episodio XX Retrasado

Aquí vamos nuevamente. Las últimas dos semanas han sido bastante ajetreadas para mí, tanto en la escuela como en el trabajo. Ya veía esto desde el viernes pasado cuando no había terminado la revisión del borrador del episodio XX y al frente tenía un fin de semana igualmente ocupado. Estoy enfrascado en su revisión y prefiero no apresurarla, lamento anunciar un retraso más.
A mis lectores, una nueva disculpa y un adelanto de lo que saldrá el próximo domingo (con toda seguridad):

«Todo comenzó con claridad, cuando la luz llegó a sus ojos aquella mañana, ya estaba lista para recibirla. No necesitó de su alarma, estaba despierta, entusiasmada por iniciar el día. Era una sensación que desenterraba de la niñez, de los tiempos de luz. Incluso su madre debió notar aquel brillo en su mirada, por un momento, la brecha de inseguridad y preocupación que incomunicaba a madre e hija, fue flanqueada por un cálido abrazo. Se despidieron con la llegada del autobús, de pronto parecía que todo quedaba en su lugar.
»Dentro del vehículo, Marlene reservaba un asiento. Su ocupante abordó el transporte en la penúltima parada antes de llegar a la escuela. Al verla, su rostro mostró una alegre expresión, él también la esperaba; la chica hizo algo que no frecuentaba hacer últimamente: sonreír. ¿Cómo imaginar que la desgracia le aguardaba en aquel día iluminado?»

Los espero el próximo fin de semana, gracias por su visita y su tiempo.


La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XIX

El pacto

Al viento susurro nuestra historia, voz de mis ancestros, hoy por fin hemos alcanzado a nuestro redentor. Un nuevo pacto se ha hecho, un nuevo capítulo comienza. Mi alma danza de gusto en este rincón olvidado.
Los huesos se estremecen bajo la tierra, lo siento en este páramo sin tiempo. Las brumas nublan nuestra mente, pero el deseo continúa impasible: «Cercano es el momento…» dice, «roja es la flecha que apunta hacia destino».

“La celebración de los rostros pintados” así le llaman los altos grises. En aquel entonces aún podía escucharse el rumor del océano, incluso en estas tierras altas. Los centinelas encontraron las huellas de una extraña manada, su aroma incierto los confundía. Permaneció en sus mentes durante el descanso, haciéndolos soñar con tierras lejanas y repletas de bestias desconocidas. Siguieron el rastro hasta dar con aquel grupo forastero.
Se mantenían erguidos, llevaban sobre su cuerpo pieles y colmillos de otros animales, y de sus manos brotaba el fuego: símbolo de la destrucción, el que todo lo consume. ¡Cómo pudimos ignorar la terrible señal! Ellos tenían la misma naturaleza, pero entonces fuimos incapaces de verlo. Su brillo cegó a los centinelas, que volvieron a casa detallando las maravillas vistas.
Eran cazadores de gran potencial, una unión sería benéfica para ambas razas. Fue enviado un embajador, llevaba consigo un tributo para los hombres: la mejor parte de nuestra caza. Volvió al alba con el cuello rodeado por piedras y colmillos, y una gran historia que contar. Esa noche la manada entera fue a visitar a los hombres.
Así lo veo en este túnel del tiempo, “la celebración de los rostros pintados” los altos grises danzaron junto al hombre frente al fuego, sintiéndose uno con él. Comieron y bebieron de sus manos, aspiraron los vapores de las hierbas e infusiones que arrojaban a las llamas y se dejaron pintar el cuerpo con colores fabricados por aquellos seres. Esa fue la nefasta noche en que cometimos la imprudencia de pactar con el hombre.
Aquel grupo continuó su marcha por las tierras de mis ancestros, llevándose consigo a una parte de la manada. Dejaron con nosotros la reliquia que ahora nos encierra, un recuerdo del juramento que hicimos aquella noche. Los altos grises recuerdan con desdén a los traidores. Aquellos que nos abandonaron y se unieron a los hombres fueron los únicos que cumplieron verdaderamente el juramento; nosotros reproducíamos de forma ignorante aquel ritual, esperando su regreso amistoso, pero cuando el hombre volvió no fue el mismo, como tampoco lo fue la herencia de nuestros hermanos que se cobijaba a sus pies.

Me transporto de nuevo al presente con lágrimas en los ojos, aquel hombre amistoso de los tiempos de antaño desapareció junto con la voz del océano y el andar calmoso de la señora del bosque en los amaneceres. Hoy sólo quedan sombras entre los pilares de esta catedral antigua. La tierra tiene sed de venganza.
Sabemos que algo viene, lo sentimos como una energía creciente, un ánimo que nos invade. En el oscuro puente que ahora nos encierra, en este mundo sin nombre y sin tiempo, conocimos nuestra verdad, vimos nuestra muerte, supimos el porqué. Seguimos al Zorro con la esperanza de redención. Debemos buscar la forma de separar lo que unimos antes, una nueva coalición podrá ayudarnos. Puede olerse algo en el aire: hay un susurro nuevo… o un susurro que tenía siglos callando; ¿lo puedes sentir, viajero?

Corríamos, como con la presa deseada sentí en él la admiración por el oponente. Dos veces cayó, la primera decidimos esperar: estaba frente a un hombre que nuestro instinto llamó a temer. El viento que nos guiaba se calmó frente a él, esperamos observando tras los árboles. Creímos escuchar una voz conocida; frente a nosotros surgió una espantosa revelación.
Miró al suelo, su rostro se ensombreció; un fantasma terrible y desconcertante se manifestó ante nosotros. Los altos grises nos advierten, la sombra azul que sigue a nuestro redentor es señal de precaución; habrá que cuidar a dónde guiará nuestros pasos.

Zorro es perseguido por las sombras de su pasado, los ángeles susurran a sus oídos los recuerdos, los ángeles de ojos azules, los ángeles que habitan tras el Muro de Vidrio; los altos grises nos advierten.
El rumor de un recuerdo y el aura noble que rodeaba aquella figura humana aumentaron, como un repentino suspiro que oprime el corazón, para después desvanecerse. Realmente nos sentimos cercanos a nuestra madre y eso reanimó nuestras esperanzas; el plan continuó en pie: seguimos al zorro. No pudimos retener más nuestro deseo, derribamos al hombre con el viento que nos obedece y perseguimos a nuestro redentor en aquel juego divino de la presa y el cazador.
La segunda vez que cayó fue nuestro, le revelamos nuestra verdad, le otorgamos nuestro perdón: Zorro es ahora nuestro guía y yo, Seneél, me he convertido en el heraldo de mi manada. Mi mandato ha terminado, no soy más alfa.

Zorro nos guiará al lugar adecuado, un nuevo pacto está hecho. El viaje aguarda al frente, mas los altos grises no dejan de advertirnos: habrá que abrir los ojos.


La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XVIII

Metapsicoanálisis

Un hombre joven se balanceaba sentado en una rústica silla de madera con los pies cruzados sobre su escritorio; jugaba con un cubo de colores, girando y torciendo sus aristas para ordenar sus caras dejando un sólo color en cada una de ellas. El detective Denis Hudson lo miraba impacientándose de manera creciente con cada segundo que pasaba, aunque su rostro poseía una invariable serenidad, por dentro no podía soportar más aquella espera.
–De modo que el Estado sólo lo envió a usted como apoyo –dijo el hombre de la silla sin retirar la vista de su colorido cubo.
–Eso me parece –forzó una sonrisa.
–Y… ¿cuál es su especialidad, su papel en las investigaciones?
–Lo lamento, pero preferiría tener esta conversación hasta que el comisario esté aquí.
–Bueno, si así lo desea… –en realidad no sonaba conforme. Duró muy poco callado, apenas un instante que le pareció menos que breve a Denis-. ¿Sabe qué? Esperábamos a más de un hombre… quiero decir, no dudo de sus capacidades como investigador, probablemente sea una eminencia y pueda con todo usted solo, pero… realmente esperábamos un equipo forense o algo de más de un individuo.
–Se evalúo el caso según lo descrito en su petición, y se concluyó que lo mejor sería enviarme a mí. Soy una especie de embajador (por así decirlo), vine a analizar la situación con profundidad, obtener datos y expedir mis conclusiones. El Estado no puede hacer más. Tengo entendido que el cadáver ya no existe; lo que es una lamentable irregularidad; la escena del crimen fue desmantelada y la poca evidencia que poseen es considerada inconsistente. No se pudo enviar a un equipo forense puesto que ya no queda nada que analizar según sus métodos.
–Entonces, si usted no es forense… ¿es alguna especie de interrogador profesional? ¡¿Trajo su detector de mentiras?! –De su boca se escaparon algunas gotas de baba junto con aquellas burlescas preguntas. Se reía cínicamente, Denis perdía la paciencia ante sus atrevimientos: el caso era especialmente delicado y extraño, los altos mandos no sabían cómo proceder, realmente no tenían muchas alternativas; en aquellos lugares, tan dispersos y descentralizados, las personas solían tomar acciones propias y muchos abusos se perdían en la impunidad.
El comisario entró en ese instante, pasó de largo sin advertir al detective, fue directo a su escritorio, calzó sus gafas y comenzó a revisar algunos archivos que había encima.
–Señor, este hombre es el detective Denis Hudson –le hizo saber el sujeto del cubo al comisario. Tal como antes, hablaba sin mirar otra cosa que el objeto que inacabadamente giraba en sus manos.
–¡Vaya! Así que consiguió llegar después de todo –exclamó con indiferencia después de reconocerlo. Dejó los papeles que antes pretendiese revisar, se quitó las gafas y las prendió de su camisa-. Y bien –comenzó entrelazando las palmas-; señor Hudson, cuénteme, ¿exactamente qué vino a hacer a este lugar?
Denis estaba contrariado, sentía como si anduviera metiendo las narices donde no lo llamaban. La mirada severa del comisario calaba terriblemente, tenía un pie fuera de la finca y otro sobre su auto, los músculos de las piernas le saltaban, deseando largarse por la indignación. Aun así se contuvo, y con la mayor seriedad expuso:
–Por orden de la guardia federal y en respuesta a una petición expedida al estado occidental de la GRN con signatura de la comisaría del sector veintitrés subsección doce, he venido a analizar y recuperar información sobre el caso de homicidio número dieciocho en lo que va del año, el asesinato del menor Morrison. Usted señor Greene, si no me equivoco, firmó y envió dicha petición, declarando a su departamento como impropio para atender el caso.
Aquello surtió el efecto deseado, una tenue sombra de vergüenza en el rostro del comisario le hizo saber que reconsideraba su postura, después de todo Denis representaba a la guardia Federal, el cuerpo ejecutivo de máxima autoridad en el país.
–Sí, bueno, a estas alturas ya debe conocer a grandes rasgos de qué se trata esto; confío en que comprende lo delicado de la situación, lo difícil que es tratar con la gente de este lugar. Aquí la justicia y la moral son conceptos muy personales, la autoridad no es respetada; es algo con lo que he venido lidiando por más de treinta años –suspiró-. Es difícil conservar la evidencia, el personal que poseo me es insuficiente para controlar los ímpetus del pueblo –el policía del cubo fingió toser, probablemente molesto por aquel comentario de acento despectivo; mas su reproche fue inadvertido, enterrado por las firmes palabras del comisario-. ¡Gracias al cielo que rara vez ocurren cosas de gravedad! Se apoderaron del cadáver como si se tratara de una amenaza pública, fue una revuelta, le incineraron de inmediato y sin mi consentimiento, ahora sus restos descansan junto a su padre; la velocidad a la que actuaron fue impresionante, como si estuviera premeditado, como si hubieran esperado por años a que esto sucediera. No pude hacer más que tomar preso al hombre que encabezaba la maldita iniciativa… la tensión en las calles es tremenda, no me extrañaría que se iniciara otra revuelta por su causa. Por eso solicité apoyo al estado, la situación se me ha salido de control, no se extrañe de mi pregunta, sólo deseo saber cuál es realmente la respuesta que me manda la Guardia Federal.
Aunque la mirada del comisario continuaba tensa, la sensación de incomodidad había disminuido. En aquel duelo de argumentos, ambos ataques habían acertado. Denis también reconsideraba su postura, de pronto se sintió pequeño e inservible junto a aquella problemática. Podía contemplar la situación desde un nuevo ángulo y compadecer al comisario por el apoyo tan escuálido que el estado le proporcionaba.
–Mi especialidad, señor Greene… –vaciló un instante, de pronto se sintió incapaz de continuar de aquella forma, no sabía cómo decirlo, no quería, ya no… pero tenía que hacerlo-, soy un… Psíquico Forense.
–¡¿Cómo ha dicho?! –Exclamó sin disimular su irritación. «¡Vaya sujeto resultó ser!» pensaba, mientras el comercial de un lector del tarot que aparecía en televisión surgía de su memoria. Recuperaba el mal humor que tenía al retornar a la comisaría, y que había sido causado por la decepcionante revelación de aquella mañana. Resignado, dispuesto a escuchar, había alcanzado cierto grado de serenidad, pero aquella confesión lo desbordaba de nuevo-. Es algo gracioso, ¿no se referirá a un psicoanalista… o algo por el estilo? –preguntó con una insípida risa incrustada en su voz.
–No exactamente. Tengo adiestramiento psicopatológico, pero, por extraño que se escuche, mi papel en la policía es de inteligencia psíquica.
–¿Está tratando de decirme… que es alguna especie de médium, de… vidente; y que además de todo, trabaja en la Guardia Federal? Sencillamente no lo comprendo.
–Soy un psicoanalista –concluyó Hudson, cansado de las impertinencias de aquella visita-, si así gusta designarme. Como usted no puede brindarnos evidencia médica o empíricamente analizable, me han enviado para examinar a sus testigos… así como las escenas del crimen…
–¿Escenas del crimen? ¡Pero si ya no queda nada! –Su irritación era rapsódica, Denis creyó que terminaría volcando su escritorio en un ataque de rabia-. El sitio fue intervenido por la gente… ¿qué piensa hacer, consultar a los espíritus? –Se detuvo a esperar una respuesta, el detective sólo desvió la mirada-. ¡Esto es increíble! Lo tengo a usted con sus poderes sobrenaturales y a la horda incontenible de trogloditas que habitan este lugar… –el hombre del cubo volvió a toser, esta vez tuvo un efecto tranquilizador en el carácter del comisario, de modo que continuó con más sosiego después de un repentino y breve silencio-. Estoy consciente de que los hechos le dan un panorama más que evidente al caso, sé que el estado no otorga tal nivel de importancia a estos acontecimientos como para enviar un equipo forense de avanzada, y que de todas formas tendría poco para ofrecerles. Incluso me había hecho a la idea de atenerme a las lentas y protocolarias investigaciones de baja relevancia, pero lo menos que esperaba recibir como respuesta era un analista de fantasmas.
–Usted no comprende esto aún. Mire, es tan inédito para mí como extraño para usted; nunca he sido la primera ni mucho menos la única opción para analizar un caso; pero dada la situación, nadie podrá ayudarle mejor que yo –tomó un poco de aire, debía ser cuidadoso con sus palabras-. Mis métodos son de una ciencia muy reciente, de frontera. Rozan lo poco razonable, lo desconocido, pero no por ello son menos reales. Los fenómenos a los que me enfrento los hemos comprobado, repetido y analizado en nuestros centros de investigación. No soy ningún médium o vidente, ni cualquier cosa que haya escuchado antes… se lo puedo asegurar.
»Estudio la psique; la naturaleza y potenciales de la conciencia. Vamos más allá de la psicología oficial, nuestro psicoanálisis se transforma en metapsicoanálisis. Las charlas serían largas señor Greene, y al final usted continuaría en su posición escéptica mientras no me vea actuar. La participación de mis colegas y mía en investigación criminal siempre tuvo como principal objetivo la experimentación y perfección de la técnica, no el esclarecimiento de una transgresión. En otras condiciones no estaría aquí, al menos no sólo… soy su única alternativa, pero le garantizó que puedo ayudarlo.
El comisario lo miraba inquisitivamente. Aquello no era de ninguna manera lo que esperaba, se hubiera conformado con alguien capaz de interrogar a sus testigos; este hombre decía poder hacerlo, pero… ¿cómo confiar en él, si lo que exponía sonaba tan disparatado?

–De acuerdo –continuó después de analizar aquella situación por un momento-. Suponiendo que me atengo a sus métodos, ¿qué es exactamente lo que hará?
–Me gustaría escuchar el testimonio de algunos espectadores; tenía intenciones de entrevistar a la madre de la víctima, pero me parece que he llegado tarde para eso. Podríamos empezar con su propia versión de los hechos, ¿qué le parece?
Se escuchó un clic y luego el impacto en el suelo de varias piezas de plástico de tamaño pequeño; el policía del cubo había sufrido un accidente, su juguete se había roto y desarmado, en su vientre yacían una docena de pequeños cubitos con caras multicolor en un fondo negro, algunos otros continuaban en sus manos, parcialmente unidos. Su semblante había perdido la arrogancia de antes, ahora se mostraba pálido, con un extraño y ligero crispamiento. Dejó los restos del cubo sobre su pupitre, se puso de pie, tomó su humeante taza de café y salió de la comisaría. Pasados algunos segundos, el comisario rompió el silencio que se produjo.
–Tendrá que disculpar el carácter de mi dependiente, suele tener espontáneos… arranques de ira.
–¿Y ocurre con frecuencia?
Rió con la garganta pero no contestó la pregunta. –Advertirá señor Hudson –comenzó con un tono bastante alegre, aquel era ya el mismo hombre que Denis encontró camino al lugar-, que hay personas en este pueblo deseosas de enterrar lo acontecido, sea cual sea la verdad; la gente aquí es muy sugestionable, supersticiosa. Creen que la amenaza se ha ido y se «encomiendan a Dios» para que no vuelva; ellos no desconfían del hombre en este caso, ellos realmente creen que fue el pecado lo que mató al muchacho. Tengo mucho que contarle, no sé realmente por dónde empezar, pero tenga por seguro que no omitiré detalles; es importante que conozca la verdad sobre este lugar: Deepwood encierra muchos secretos, aquí la gente acostumbra guardar silencio –hizo una profunda respiración y miró al techo, como concentrándose en un sonido lejano-. Hay días en los que sólo se escucha el ruido del viento chocando contra los árboles…
»Usted sabe, América fue una tierra salvaje, por siglos ajena a la represión de los dioses del viejo continente, gobernada únicamente por el yugo de sus propias creencias. Pero ni siquiera los grandes imperios Americanos extendían su reinado sobre estas tierras altas, eran un rezago de la autoridad; cuando los colonos europeos vieron oro en el sur, los anarquistas religiosos vieron libertad en el norte. No hace falta profundizar en esta vieja historia; el mundo dio los giros que dio: independencias, revoluciones, guerras con miles de propósitos… todo, hasta convertirse en lo que es hoy; en ocasiones la historia nos recuerda los detalles, otras veces nos lo oculta. Ideas conservadoras y mentes liberales han sido la dicotomía protagonista de muchas de estas guerras. Sin importar cuanta sangre caiga, ambos bandos siempre existirán; aun cuando uno predomine, el otro permanecerá latiendo, quizá oculto en algún rincón falto de luz, esperando el momento en que podrá erguirse amenazador nuevamente. La libertad es el yugo que atormenta nuestro mundo hoy día, tal vez no lo considere así pero, mire detenidamente, de todo lo que me ha hablado, ¿cuántas de esas cosas que dice haber hecho no lo tendrían en otro tiempo sobre el cadalso? La represión mantiene el pueblo a raya, a pesar de ser algo cruel: nos estremecemos ante la simple mención de la palabra; sin embargo, ¿qué hay de la libertad, qué ocurre cuando el mundo puede hacer y pensar lo que le plazca? Un rebaño guiado por un pastor, incluso mediante golpes con su cayado, podrá atravesar integro un barranco, a pesar de la terquedad de las ovejas. Yo le pregunto: ¿podrían lograrlo solas, si nadie limitara sus pasos para que no lleguen al vacío?
»Le parecerá un modo arcaico de pensar, quizá considere que el hombre no posee la terquedad de una oveja o sus pasos torpes; pero yo le pregunto ¿acaso el hombre puede saber lo que le depara el mañana? Tiene que aceptar que nos movemos a tientas hacia el futuro, y esto sólo porque deseamos ver en él. Por eso el hombre descubre cosas, porque abre los ojos a nuevas verdades; no obstante, ¿cuántas veces el hombre no se ha quedado ciego ante tales revelaciones? ¿Cuantas veces lo que el hombre crea o descubre no ha terminado convirtiéndose en una herramienta más para su propia destrucción?
–Eso es, con todo respeto, una filosofía un tanto retrógrada.
–Lo sé, no lo niego, por eso no la comparto… no al menos en su totalidad. El punto es que las personas de este lugar sí lo hacen, por eso viven tan alejados del mundo moderno. Creen que el hombre puede vivir bien con lo que tiene y que de lo único que necesita más es de Dios. Quizá algunas ovejas necesiten ir a la oscuridad y fallecer ahí, sólo para que sus hermanas abandonen la terquedad; o quizá las ovejas deban abandonar el rebaño y valerse por sí mismas, para así trascender. Ideas conservadoras contra ideas liberales. Este pueblo es conservador y altamente derechista: las indagaciones no son bienvenidas señor Hudson, usted está aquí clandestinamente.
»A su tiempo el pueblo entero sabrá a qué ha venido; espero que esto suceda más tarde que temprano, la situación los ha vuelto hostiles, deberá ser cauteloso. La única autoridad que respetan realmente es la de Dios, le recomiendo usar eso como herramienta.
»Habiendo aclarado eso, proseguiré a contarle cuanto sabemos del caso –bebió un poco del líquido que contenía un termo y prosiguió leyendo uno de los documentos de su pupitre. Se trataba de una rústica crónica redactada con ayuda del médico local-:
«Entre la noche del pasado domingo dieciséis y la madrugada del lunes diecisiete de enero del 2011 la señora Miriam de Morrison de cuarenta y seis años de edad encontró, en las inmediaciones del bosque, el cadáver destrozado de su hijo Jacob Morrison de dieciséis años de edad. La mujer confiesa haber discutido fuertemente con él al menos un par de horas antes de encontrarlo muerto, siendo esta la causa de que el muchacho se encontrara en el bosque; había escapado de su casa. Dice haber esperado a que volviera por su cuenta una vez tranquilizado, mas dada la prolongada ausencia del joven, optó por ir en su búsqueda, hallándole en el estado descrito a continuación…» –detuvo la lectura, para extraer de un sobre un grupo de fotografías y ofrecérselas al detective. La primera imagen era realmente cruda, no soportó mirarla por más de un par de segundos, de primera vista no era fácil reconocer la forma de un cuerpo en aquella masa de carne y ropa desgarrada. Tomando control de sí volvió a ellas y comenzó a hojearlas una por una. Estremecían sus sentidos, pero se mantenía impasible en su exterior; tomaba aquello con la seriedad pertinente. Tenía experiencia forense, estaba acostumbrado a lidiar con cadáveres de victimas de accidentes terribles o consumaciones de mentes trastornadas, pero había algo verdaderamente sombrío en aquellas imágenes. Podía ver la espina dorsal del muchacho a través de un vientre hecho jirones: las entrañas habían sido removidas de manera accidentada, como si hubieran tirado de ellas; pero a la vez presentaban pequeños cortes, en fotos con mayor acercamiento pudo identificar ciertas características que dejarían las mandíbulas de un animal. Casi podía asegurar, debido a su empirismo y estudio previo, que aquella era la víctima de un felino grande. Pero los leones de montaña escondían a sus presas, si fuera el caso de un ataque, no hubiera sido tan sencillo dar con el cuerpo. La cantidad de sangre en la nieve indicaba que el muchacho había sido devorado en aquel mismo lugar. Aunque la cara estaba prácticamente intacta, el cuello presentaba una terrible herida, «la marca del asesino» pensó Denis, identificando perfectamente la mordida de una gran quijada. El comisario continuo –«Todos los órganos del área abdominal fueron removidos. Parte de los pulmones seguía dentro de la caja toráxica, pero el corazón parece haber sido extraído desde el vientre junto con los demás órganos faltantes. La pelvis se encontraba desfasada, el fémur izquierdo fracturado; ambas piernas presentaban múltiples desgarres que mantenían expuestos los huesos. El codo derecho separado, el antebrazo izquierdo presentaba fracturas múltiples en radio y cúbito, con punciones y desgarres, algunos falanges hacían falta en ambas manos…» bueno –interrumpió su lectura-, supongo ya habrá encontrado las notables señalaciones de un ataque animal; no hace falta terminar esta descripción y supongo que las fotos le son de mayor utilidad; en todo caso, los archivos de la comisaría están por completo a su servicio.
Denis miraba las fotos una tras otra, no conocía bestia que fuera tan selectiva en su alimentación. Sólo se había tragado las vísceras, descartando la carne de los muslos y brazos; además, buscó algo en específico: el corazón, lo había extraído de entre los pulmones dejándolos ahí, cómo si ya entonces aquel cuerpo no presentara mayor interés. Así fue abandonado, lo que para cualquier especie habría resultado una rica fuente de alimento, para aquel asesino no representaba nada; sólo le interesaba el corazón y lo que encontrara de paso.

–Yo conocía muy bien al muchacho señor Hudson, los jóvenes son escasos en estos lugares; Jacob era un chico noble… –se detuvo un momento, aquella muerte realmente parecía dolerle-. El señor Morrison trabajaba en una pequeña reserva Siux pasando la montaña, destinada a la conservación de especies; murió en un accidente hace cinco años. Desde entonces el muchacho vivía sólo con su madre, se mantenían gracias a una pensión del gobierno. Arthur Morrison luchaba contra la expansión turística y el deterioro que representaba para la reserva. En los últimos años, y en mayor intensidad después de su muerte, el lugar ha ido desapareciendo; no es ni una tercera parte de lo que solía ser. Este pueblo se cree conservador, la gente de aquí se queja de los intrusos citadinos que llegan a descomponer estas tierras con sus costumbres mundanas, pero no entienden que ellos fueron los primeros invasores; este lugar estaba repleto de nativos, hoy no queda ninguno. Arthur murió de manera sospechosa, a mi parecer no se trató de un accidente: grandes inversionistas se veían truncados por su presencia; nunca pude hacer nada por su muerte, si fue un crimen, fue sepultado junto con él. No quiero que ocurra lo mismo con la muerte de su hijo.
»Esta vez el ataque fue más directo, más terrible y sin justificación aparente. No quisiera creer que esto fue obra de alguna persona y quizá me falten argumentos para sostener tal acusación, pero el cadáver presentaba características anormales que no puedo pasar por alto. El pueblo tuvo la iniciativa de acabar con las manadas de lobos que circundan la región: no se han visto leones en años, no había ningún otro depredador a quien culpar. Encontraron al muchacho alrededor de la media noche, y antes de las dos de la mañana ya había partido un grupo de caza hacia la montaña, prestos a exterminar aquella “plaga” de bestias. Pero para qué contarle esto, si el mismo hombre que comandó ese grupo puede decírselo.
Se levantó de su asiento y fue al fondo de la habitación. Junto a una puerta había un llavero colgado por un clavo en la pared; lo tomó e introdujo una llave en el cerrojo, luego se volvió para llamar a Denis. Ambos cruzaron aquel umbral.

Dentro había una amplia habitación dividida de manera paralela con la puerta por un sólido rejado de hierro, lo primero que se veía al entrar eran los gruesos barrotes grises. Al fondo había un camastro con un bulto tendido en él, desprendía un ligero hedor a sudor viejo. La habitación era iluminada por un foco incandescente de baja intensidad, así que se encontraban a media luz. El comisario señaló un par de sillas semejantes a aquella en la que se balanceaba el otro policía al comienzo de la narración; Hudson se sentó en una y el comisario hizo lo mismo con la que se encontraba en contra esquina. Durante este tiempo el bulto sobre el camastro no presentó interés alguno en ver quién había entrado.
–Buenas noches, Amos –saludó con voz enérgica el comisario.
–¿Qué quiere de mí? –cuestionó una voz agria.
–Tienes una visita, este hombre desea conocer los detalles de tu pequeña aventura en el bosque de la otra noche.
–¿Ah sí? ¡Pues puede irse al diablo con su maldita curiosidad!
–Amos, será mejor que cooperes, no creo que deba recordarte que la caza de lobos es aún ilegal en esta parte del país; además, esa manada pertenecía a un ecosistema protegido, tienes suerte de que no te…
–¡Fue en maldita defensa personal!
–¡No digas estupideces Amos! Ahora me dirás que tú y esas veinte gentes fueron a buscar margaritas en pleno invierno pasada la media noche.
Hubo un silencio, aquel hombre se destapó y se sentó en el camastro, mirando a ambos oficiales con una amarga expresión. Era de tez morena, piel curtida y barba blanca mal rasurada.
–Sé por qué me tiene encerrado –comenzó con voz crispada-, me acusa de haberle hecho algo a ese muchacho. ¿Cómo puede llegar a ser tan paranoico comisario? ¡¿Yo?! ¡¿Asesinar a sangre fría a una persona?! Sólo soy un viejo cazador…
–¡No eres ningún alma de Dios! –El comisario estaba bastante exaltado-, aún no olvido tu chistecito en la granja de los Walker, ¡¿acaso lo recuerdas tú, viejo borracho?! Seis noches amanecieron ovejas muertas, y todo para obtener tu tan deseada autorización de caza de lobos. Pero te descubrieron; pagaste dinero en aquel entonces, sólo se trataba de ganado… esta vez ha muerto una persona Amos, y no soy el único que pone los ojos sobre ti.
–No diga tonterías comisario, sé que usted realmente no cree que he sido yo… mejor aún, no tiene pruebas, o de lo contrario no me tendría todavía en esta habitación de locos.
–Cuidado amos, pareciera que me amenazas.
Denis contemplaba aquella escena mudo; no podía precisar quién mantenía más dominio de sí mismo, si el acusado o el acusador. Habíase creado un sepulcral silencio, intensificado en aquella sorda habitación de concreto forrada internamente con madera. El detective sintió que era momento de entrar en la conversación.
–Señor Amos, ¿cree usted realmente que el muchacho fue atacado por lobos?
Era extraño que por fin alguien le hiciera aquella pregunta con tal amabilidad. Hasta entonces se había mantenido a la defensiva, no había pensado en una respuesta para algo así.
–Sí –dijo después de titubear.
–Se sometería a una prueba para validar su testimonio.
–¿Cuál es el punto?
–El punto, señor Amos, es que el caso está bajo investigación; su declaración necesita ser validada y es de gran importancia para nosotros. ¿Se sometería a un interrogatorio asistido?
–Si eso me sacará de este agujero, sí.
–¡Perfecto! –exclamó en voz baja y apretando las palmas-, parece que por fin comenzaré a divertirme.