La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XX

Nube Negra

Tallaba fuertemente el carboncillo contra el papel, se sentía molesta, los recuerdos de lo ocurrido acudían a su mente enfureciéndola; era inevitable. Ahora era rabia lo que sentía, pero fue terror lo que la invadió en aquellos momentos.
Todo comenzó con claridad, cuando la luz llegó a sus ojos aquella mañana, ya estaba lista para recibirla. No necesitó de su alarma, estaba despierta, entusiasmada por iniciar el día. Era una sensación que desenterraba de la niñez, de los tiempos de luz. Incluso su madre debió notar aquel brillo en su mirada, por un momento, la brecha de inseguridad y preocupación que incomunicaba a madre e hija, fue flanqueada por un cálido abrazo. Se despidieron con la llegada del autobús, de pronto parecía que todo quedaba en su lugar.
Dentro del vehículo, Marlene reservaba un asiento. Su ocupante abordó el transporte en la penúltima parada antes de llegar a la escuela. Al verla, su rostro mostró una alegre expresión, él también la esperaba; la chica hizo algo que no frecuentaba hacer últimamente: sonreír. ¿Cómo imaginar que la desgracia le aguardaba en aquel día iluminado?
Llegaron a la escuela y tomaron cada uno su camino, acordando reunirse durante el receso, en el mismo lugar que el día anterior. Fue al separarse de él cuando Marlene se dio cuenta: estando junto a Peter sus miedos enflaquecían. Era fácil para la gente juzgarla como un cofre lleno de secretos, pero lo único que guardaba era un montón de temores irracionales, fortalecidos por su incapacidad para describirles. Aquel muchacho tenía algo, por alguna razón se sentía capaz de hablar con él y liberar de las cadenas su espíritu; al imponerse a sus temores sentía que se erguía sobre el mundo en un nuevo amanecer, infinito de posibilidades. Aun cuando ansiaba el momento, Marlene no volvió a encontrarse con él por el resto del día.
Peter esperaría en la banca del patio por minutos inacabables, hasta que el toque de la escuela anunciara el final del receso un poco antes de lo normal. La sirena de una ambulancia resonó en los pasillos, que tras su silencio, hervían de rumores y curiosos.

Helga vio a Marlene entrar al baño y entró tras ella sin que lo notara; apenas comenzaba el receso. Helga no era muy racional, sus impulsos se apoderaban de ella fácilmente. Para comprender sus acciones habrá que intérnanos en su pasado y en los aspectos de su vida que tanto sus amigos como enemigos desconocen. Comprender, no justificar; infaustas vivencias sembraron el mal en su interior, pero fue ella quien se encargó de alimentarle y hacerle crecer. Dejar que el odio germine es el peor error que podemos consentir.
Muchos estaban al tanto de que la doctora Grant, psicóloga y secretaria de asuntos escolares, era tía de Helga; sin embargo, pocos de ellos sabían que también era su tutora y nadie, ni su más allegada amistad, conocía la razón de ello. Ernest Erickson, padre biológico de Helga y hermano de Martha, se encontraba en prisión desde hace varios años, pagando una cadena perpetua por el asesinato de su pareja y por la violación de su hija. Martha decidió hacerse cargo de ella, en ese entonces Helga sólo tenía nueve años. Apenas se completó el trámite, se mudaron a Grayhills; Martha estaba casada con un ingeniero civil y su profesión los reubicaba en aquella urbe en crecimiento. Los estudios de la doctora Grant le permitieron encontrar su empleo con facilidad, afianzando así las raíces en aquella tierra de oportunidades. Ella y su esposo eran una pareja joven, conformes con ser una familia de tres, dispuestos a brindarle a Helga la felicidad arrebatada. Pero aquella niña estaba demasiado trastornada como para recibirla. Su infancia había sido terrible, los espasmos de la pesadilla que fue persistían en su interior.
Miraba con recelo a su padre adoptivo, a pesar del cariño que este le demostraba. Había desarrollado un rechazo incondicional hacia los hombres. Temía a los mayores y aborrecía a los de su edad. Hospedada en aquel repudio fue tomando la forma poco femenil que tenía; deseaba alejar las impuras y mal intencionadas miradas que se proyectaban hacia la figura de mujer. Su instinto la empujó en contra de la corriente generada por las niñas de su edad, podía ver como las conducía lentamente hacia un futuro nefasto como el de su madre. Helga odiaba al ser humano por su condición sexual, la sociedad entera estaba infestada de mensajes que evocaban al sexo, donde quiera que miraba encontraba aquel terrible recordatorio. La imagen atormentadora de su padre le acosaba y le acosaría eternamente.
Martha podía notar el miedo en su mirada. Trató de ayudarla, haciendo cuanto pudo, pero la chica había asimilado sus desagradables vivencias de forma negativa. Los recuerdos se incrustaron como un cáncer en su mente, y del cáncer surgió un monstruo etéreo que nubló su alma. Helga se encontraba en terapia constante, la doctora Grant esperaba que el tiempo pudiera disipar aquella niebla, permitiéndole rescatar de entre las sombras a la temblorosa niña que residía en su interior. Aquel trato especial era mal interpretado por el alumnado de la secundaria, quienes, desconociendo la verdad, creían que su parentesco con la doctora la dejaba ilesa de las faltas que cometía.

Un viernes por la mañana, cuatro días atrás, Marlene tuvo un escandaloso enfrentamiento con Helga. Fue en un pasillo de la escuela mientras se dirigía al bebedero. Helga salía de una charla con su tía en la oficina, encontrarse con aquella niña introvertida caminando sola despertaba en ella el deseo de atacar, descargar su furia contra alguna presa indefensa. Experimentaba cierto desdén hacia ella en particular, algo que se manifestó desde su primer encuentro. El aspecto que proyectaba enloquecía a Helga, la idea de una posible tendencia homosexual daba vueltas en su cabeza; era parte de su psicología odiarla por ello, aunque ella misma rechazara el orden sexual. En realidad Helga se veía reflejada en aquellos aspectos, aquel odio especial que experimentaba era producto del rechazo que se tenía así misma.
–¡Buenos días extraña! –exclamó cínicamente.
Las paredes del pasillo estaban cubiertas de casilleros, la cabeza de Marlene impactó fuertemente en uno que despedía un olor desagradable cuando la ruda muchacha le sometió bruscamente contra ellos.
–¿Qué buscas de mí? –Cuestionaba con desconcierto - ¡Yo no te he hecho nada!
–¡Quiero tu dinero! –era mentira, Helga no tenía necesidad económica alguna; Lo que ella realmente quería era el respeto y temor de su prójimo, sólo encontraba esa forma de obtenerlo.
–¡No te daré nada! –era difícil para Marlene imponerse en aquella situación, la muchacha le sujetaba el brazo por la espalda, aplastando su cara contra el frío metal del casillero.
–¿Ah no? –torció tanto su brazo que Marlene dejó escapar un fuerte alarido. Sus oscuros deseos estaban saciados, pudo liberarla y sentirse contenta por el resto del día, pero algo la incitaba a más. Helga cometió el error de creer que Marlene se sometería sin resistencia a partir de entonces. Apenas consiguió liberarse lo suficiente, se volvió en su contra y le plantó una bofetada. La muchacha experimentó una extraña serie de sensaciones. El dolor físico proveniente de su mejilla penetraba en su cráneo directo a su mente, le había sacudido el cerebro en todos los sentidos. Fue como si una gran barrera se derrumbara en su interior, dejando entrever a la niña débil y atormentada que habitaba bajo el yugo del monstruo neblinoso de su terrible pasado. El dolor de un golpe no se había presentado en años, nadie había tenido el atrevimiento de levantarle la mano desde que dejó de vivir con su padre. Marlene rompió aquello que contenía la sombra del señor Erickson, ahora se desataba y Helga tenía un nuevo motivo para odiarla.

La mejilla de la paralizada muchacha estaba enrojecida, mostrando claramente el contorno de la mano que la golpeó. Marlene temblaba de ira y miedo frente a ella, ¿qué ocurriría ahora? Echó a correr, tras de ella Helga volvió en sí, lanzando un extraño chillido mezcla de rabia e impotencia. Le embistió con fuerza, ambas cayeron y comenzaron a forcejear en el suelo. Marlene luchaba contra una encolerizada bestia que duplicaba su peso, no tenía oportunidad. Afortunadamente aquello no duró mucho, el ruido que habían estado haciendo atrajo la presencia de un prefecto, que con algo de esfuerzo consiguió separarlas.
Marlene ya se encontraba bajo vigilancia de la doctora Grant, pues cuando Helga le dio la bienvenida a la escuela también recibieron una llamada de atención. Se había interesado en su perfil, sobre todo después de aquel incidente, y no lo pensó dos veces antes de citar a su madre para indagar sobre su condición familiar.
Se podría creer que Helga había resultado ilesa de este último enfrentamiento, pero no fue así. Además del horror que Marlene revivió en ella, la decisión de su tía de internarla en algún instituto reformatorio se había vuelto más sólida. Martha no era tan indulgente con su sobrina como la escuela pensaba, estaba consciente del problema y de la creciente violencia con la que actuaba la chica. Fuera de la escuela, en el seno familiar, la vida también se había vuelto más difícil. No podía intervenir con brusquedad, Helga respondía de forma hermética ante esas circunstancias, por ello vacilaba al tomar fuertes resoluciones. No obstante, el corazón de la muchacha se endurecía de todas formas, el tiempo de actuar se agotaba y Martha estaba cansada de ver sus métodos fracasar. Comenzaba a percibir los rumores como algo cercano a la realidad… ¿y si realmente había sido demasiado blanda, hospedada en la idea de que cuando niña ya había sufrido bastante sin ser culpable de nada? Quizá no estaba capacitada para ayudarla, debía encontrar una forma de enmendar aquella falta de tacto.
Helga se iría, ya no había decisión que le pareciera más prudente a su tutora; le amaba como a una hija y le pesaba fuertemente, pero por su propio bien, tendría que separarse de ella. Aunque existía la esperanza de que se redimiera bajo la amenaza de tener que dejar Grayhills; la doctora tenía esta última ilusión. Sin embargo, aquel martes, con el tercer enfrentamiento, tal ilusión se esfumaría junto con un futuro de prosperidad para Helga, pues sus trastornadas emociones la llevarían a cometer un acto atroz de terribles consecuencias.

Como se dijo, Helga vio a Marlene entrar al baño, vigilaba la puerta junto con algunas de sus amigas desde que comenzó el receso. Se ubicaba en un punto concurrido, para atravesar el plantel de un lado a otro había que pasar por ahí; además, Helga esperaba que Marlene usara aquel servicio tarde o temprano, el lugar era perfecto, por eso lo vigilaba desde el día anterior.
Marlene se lavaba las manos cuando se sintió observada, levantó la mirada y vio en el espejo el rostro crispado de Helga. Se volvió hacia ella, la atmosfera del lugar parecía pesada, Marlene sintió aún más temor que en aquella ocasión de la bofetada; se encontraba muda, deseaba gritar pero le era imposible. Una niña pequeña salió de un cubículo, al percatarse de la escena tan tensa se alejó rápidamente, tropezando con una de las secuaces de Helga que, con desconfianza sobre sus actos, montaba guardia en la puerta. Apenas la niña se perdió de vista, Helga se arrojó contra Marlene. La tomaba por el cuello con ambas manos, arremetió con tal fuerza que la muchacha terminó sentada sobre el lavabo, con la espalda oprimiéndose contra el chirriante cristal del espejo.
Helga estaba fuera de sí, todo el odio que le tenía a su padre se canalizaba hacia su víctima. Su mente era una pasarela de recuerdos terribles, nítidos nuevamente, después de años de haberse opacado. Aquella chica que se asfixiaba entre sus palmas era la responsable de ello, aunque la pobre no pudiera precisar por qué.
La muchacha miraba suplicante a su agresora, sujetando con ambas manos sus pesados brazos y empujando con ambas piernas su inmenso cuerpo, haciendo uso de una fuerza inferior que decaía con rapidez. Helga no sentía satisfacción alguna, aquel sufrimiento era insuficiente. Atacó de la manera más violenta que pudo concebir su mente en el momento, pero ya viendo su obra puesta en práctica, le parecía escueta. Quería escuchar aullidos de dolor, que el sufrimiento de su víctima fuese más evidente o se presentara en más formas. Terminó soltándola justo cuando Marlene comenzaba a perder la visión, un cruel pensamiento evalúo que no valdría la pena matarle de aquella manera tan insípida, carente de los detalles que poseía todo aquello que la atormentaba en su mente. Imaginaba complacientes escenas en las que torturaba a sus víctimas de forma cruel e inhumana, sus viejas acciones le parecían desabridas y desnudas de los verdaderos matices de la brutalidad. Su transformación casi se completaba, moldeada por la influencia remota de su padre a través de sus recuerdos. Helga se convertiría en una asesina, frente a ella estaba el cordero del ritual: esa extraña chica tendida sobre el lavabo con el cuello enrojecido, respirando con dificultad.
Tenía la frente bañada en sudor, un sudor nervioso, producto de una frenética excitación. Los dorados rizos de su cabello estaban empapados, caían hacia delante cubriendo su rostro. Su amiga continuaba en la puerta, mirando todo sin sentirse capaz de hacer nada. Cuando Helga les pidió ayuda para “vengarse”, ella fue la única que vaciló sobre si seguirla o no en su obstinada empresa. Ya en aquel punto sus demás seguidoras le habían abandonado, ella permanecía sólo con la intención de evitar que Helga cometiese alguna tontería. Quizá era la única de sus “amigas” que la estimaba realmente, estaba desesperada por detenerla, pero no tenía idea de cómo hacerlo.
–Helga… creo que esto ya ha ido demasiado lejos –dijo con una voz ahogada
–¿Lejos? Esto apenas ha comenzado –reprochó la otra, desfundando una navaja de oficina; Marlene vio la luz de las lámparas centellar en ella como un lejano resplandor en la oscuridad.

Flotaba inmersa en tinieblas, el aire le faltaba y la luz sólo era un débil hilo de plata proveniente de la lejanía. El silencio sofocaba sus oídos, como si una inmensa presión evitara que sus membranas pudieran vibrar. Se percató de su cabello, suspendido alrededor de su rostro: no era corto como ella lo usaba, era muy largo y parecía de color rojo; rodeaba su cabeza como si se encontrara bajo el agua. La luz comenzó a intensificarse, dándole forma a su entorno. Pronto estuvo de vuelta en el baño de su escuela, pero sintiéndose extraña, torpe.
Helga se acercó a ella, rasgando con la navaja el suéter rojo que la cubría hasta desnudar completamente su brazo. Marlene miraba aterrorizada, demasiado débil como para evitarlo.
–Tranquila, no pasa nada –Habló la voz de Helga, pero no eran sus palabras, eran las de su padre, haciendo eco desde sus memorias:
–No pasa nada –repite por segunda vez un hombre con su lasciva voz, acariciando el rostro de una pequeña niña de rubios y rizados cabellos que tiembla oculta bajo las sabanas de su cama-. No hay nada que temer –concluye la voz de Helga siguiendo al pie de la letra aquel falso y viejo dialogo de palabras tranquilizadoras-, nada que temer… –repite sin aliento y con lágrimas en los ojos, acariciando a su vez el rostro de Marlene y recordando como su padre se llevaba lentamente la mano a los labios después de recoger con ella las lágrimas de aquella aterrorizada niña.
La furia se intensificó en Helga, hirviendo en sus entrañas. Trata de lacerar el brazo de Marlene con la esperanza de encontrar sus gritos en aquella acción, gritos semejantes a los que la mano de su padre opacó en otros tiempos. Su amiga se lanzó a detenerla, pero terminó en el suelo, derribada por un fuerte golpe.
Cortaba la piel sobre las venas del brazo desnudo de su víctima, derramando sangre sobre el lavabo. Marlene miraba aquello perdida en el miedo, su cuerpo estaba torpe, no le respondía; aún sentía los oídos como debajo del agua, deseó gritar por el dolor, pero le faltaba el aire. Vio espantada como una extraña forma se dibujaba con su sangre al tocar el agua. Al principio pareció sólo una espiral, tinta roja que se escurría al diluirse con el agua, formando surcos al azar; pero luego surgieron proyecciones, formas que persistieron por el tiempo apenas necesario para que su mente pudiera recordarlas. Aquella figura le inquietaba de una manera extraña. Una vez que desapareció, arrasada por gotas de nueva sangre cayendo, volvió su audición, anunciada por un extraño bramido: un chillar sonoro, un eco que parecía provenir de las profundidades de la tierra.
Fue cegada por la luz, una luz desconocida y fulminante que llegó de ningún lugar; Marlene se perdió en aquella luz. Cuando despertó había acabado todo, las imágenes llegaron a su memoria poco a poco, revelándole el desenlace. Pasó tan rápido, primero se irguió con una extraña facilidad, como si hubiese flotado; la amiga de Helga yacía aún en el suelo y ahora miraba atónita el extraño cambio de papel. Marlene sujetaba el brazo de Helga con una fuerza que desconocía poseer, incluso lo hacía con su brazo herido sin ningún problema; ahora era su atacante quien se miraba aterrorizada. Ondas de calor recorrían su cuerpo, dejando en su pulsante ausencia un frío glaciar en sus miembros. Pronunció algo en voz alta, pero no era su voz la que hablaba; si tan sólo pudiese recordar qué fue lo que dijo, pero sólo recordaba su pecho vibrar fuertemente.
Helga trató de alejarse desesperadamente de la víctima que ahora se volvía en su contra, pero la muchacha no liberaba su muñeca. Repentinamente Marlene sintió flaqueza en sus brazos y soltó a la ahora indefensa Helga; le vio caer hacia atrás, resbaló, pues el suelo estaba inundado, y atravesó un cubículo derribando su puerta. Marlene también cayó, cayó sobre sus rodillas, desvaneciéndose. El prefecto que entró al baño le encontró así, tendida sobre un charco de agua y sangre. Llamó por radio a la enfermería escolar al notar la herida, se acercó a Marlene y fue entonces cuando encontró a Helga tendida junto al retrete en que se desplomó; a su lado su amiga trataba de reanimarla inútilmente.
Marlene había recuperado la razón en el Hospital, fue ahí cuando se dio cuenta de que realmente no había perdido la conciencia sino hasta haber caído al suelo. Su memoria estaba desordenada, aquella escena no parecía realmente haber ocurrido, era como un sueño lagunoso; durmió cuando Helga le atravesaba el brazo con la navaja y despertó hasta encontrarse en el hospital, varias horas después del incidente. Le cosieron la herida, no era tan grave después de todo, esa misma noche fue dada de alta tras ser examinada por un doctor.
–No será necesario que se quede aquí toda la noche, aunque sería bueno que mañana viniera a revisión; lo único que necesita es descansar y lo hará mejor en su propia casa. –El doctor llamó a la enfermera de Marlene y acomodaron todo para su salida.

La peor parte del incidente la llevó Helga: cuando cayó hacia atrás se golpeó fuertemente en la gruesa tubería de alimentación del retrete, no despertaba y sus signos vitales eran bajos. Le trasladaron también al hospital, donde fue diagnosticada con coma postraumático.
Marlene pasó por la habitación en la que se encontraba su agresora, al notar que era ella se detuvo en la puerta para mirar; la doctora Grant tenía la frente entre los brazos, apoyada en la cama de su sobrina. Debió sentirse observada, pues alzó la vista. Tenía los parpados hinchados de lágrimas, su rostro tomó una doliente expresión al ver a Marlene en el pasillo, la miraba con un fuerte recelo. La chica se alejó con el corazón punzando más que su brazo.
Helga despertó del coma tres meses después, advirtiendo que había perdido totalmente la movilidad de la mitad inferior de su cuerpo y que le era difícil coordinar sus brazos o sus palabras. El traumatismo craneal dañó su sistema nervioso, dejándola en una silla de ruedas que ella sola no podía manipular, padeciendo además una enorme dificultad para comunicarse.
La doctora Grant no guardó su rencor después de enterarse de todo lo ocurrido por boca de la amiga de Helga al día siguiente del accidente. La corte dio su veredicto fallando a favor de Marlene, pues aunque la descripción de los hechos insinuaba que ella había empujado a su rival, lo había hecho claramente en su defensa. Helga habría terminado en una correccional para menores de no ser por su estado de salud; estando en coma no representaba ningún peligro para la sociedad y cualquier penalización quedaría reservada para el día en que lograra despertar. Tres meses después la agresora se encontraría de nuevo en su casa, mirando la televisión sabatina desde su silla de ruedas en una tarde lluviosa, mientras su tía le observaba tristemente desde el comedor.
–Al menos… –decía para sí, abatida y resignada, la doctora Grant-, ya no tendrás que separarte de mí.

Pero aquella noche al volver del hospital, Marlene experimentaba una creciente furia. Esa extraña sensación de haber estado soñando durante el accidente le molestaba de sobremanera. Recordaba estar actuando fuera de sí, como si alguien manipulara su cuerpo. Además, ¿qué diantre era aquella imagen que vio formarse con su sangre?
Ignorando a su madre, que al volver a casa no hizo más que sentarse a oscuras en la sala, sumida en sus pensamientos, se encerró en su cuarto, tomó papel y un carboncillo, y se dispuso a plasmar aquella difusa imagen. Ahora no estaba interesada en nada artístico, tomó lo primero que encontró, sólo deseaba ver más claramente. Terminó, finalmente estaba conforme, esa extraña inquietud surgía en ella al mirarle de nuevo, ver cada detalle. Era una especie de estrella de seis picos, todos largos, gruesos y ondulados; el más largo era el superior, y era el único que no se ramificaba en la punta. Luego había algo por encima del pico inferior, una forma como de gota que surgía del centro ovalado de la figura, una gota que llevaba dentro una espiral, semejante a la que viera en un principio y que después se trasformase en la figura entera. Los otros cuatro picos se repartían circundando la figura, era una vista extraña, como sí rodearan la forma de gota. Parecía, en cierto modo, la cáscara de una banana… o quizá una flor: donde el pico superior sería el tallo y el resto los pétalos, con esa gota surgiendo del centro. A Marlene aquella forma se le antojaba como la representación de un objeto marino, quizá un pez o una estrella de mar.
La miraba con detenimiento, preguntándose su origen o su significado; sus dudas ya habían opacado su coraje. Finalmente la venció el cansancio, se durmió frente al extraño retrato, ahí, sentada en el suelo de su habitación. Abajo, su madre llamaba por teléfono desde la oscuridad de la sala; Marlene alcanzó a escuchar la marcación entre sueños, el sonido de las teclas mezclado con un relajante vaivén, como las tenues olas en la orilla del océano cuando se encuentra tranquilo. Había un rumor en el aire, el viento susurraba suavemente las mismas palabras una y otra vez, con una voz femenina y maternal.
–La Sirena del mar… La Sirena del mar…

Con aquella inquietante figura dibujada por nubes de tormenta en el horizonte de un día moribundo, sentada sobre la arena de una inhóspita playa, Marlene caía en un dulce sopor, arrullada por una suave y lejana sinfonía.


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