La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | XVIII

Metapsicoanálisis

Un hombre joven se balanceaba sentado en una rústica silla de madera con los pies cruzados sobre su escritorio; jugaba con un cubo de colores, girando y torciendo sus aristas para ordenar sus caras dejando un sólo color en cada una de ellas. El detective Denis Hudson lo miraba impacientándose de manera creciente con cada segundo que pasaba, aunque su rostro poseía una invariable serenidad, por dentro no podía soportar más aquella espera.
–De modo que el Estado sólo lo envió a usted como apoyo –dijo el hombre de la silla sin retirar la vista de su colorido cubo.
–Eso me parece –forzó una sonrisa.
–Y… ¿cuál es su especialidad, su papel en las investigaciones?
–Lo lamento, pero preferiría tener esta conversación hasta que el comisario esté aquí.
–Bueno, si así lo desea… –en realidad no sonaba conforme. Duró muy poco callado, apenas un instante que le pareció menos que breve a Denis-. ¿Sabe qué? Esperábamos a más de un hombre… quiero decir, no dudo de sus capacidades como investigador, probablemente sea una eminencia y pueda con todo usted solo, pero… realmente esperábamos un equipo forense o algo de más de un individuo.
–Se evalúo el caso según lo descrito en su petición, y se concluyó que lo mejor sería enviarme a mí. Soy una especie de embajador (por así decirlo), vine a analizar la situación con profundidad, obtener datos y expedir mis conclusiones. El Estado no puede hacer más. Tengo entendido que el cadáver ya no existe; lo que es una lamentable irregularidad; la escena del crimen fue desmantelada y la poca evidencia que poseen es considerada inconsistente. No se pudo enviar a un equipo forense puesto que ya no queda nada que analizar según sus métodos.
–Entonces, si usted no es forense… ¿es alguna especie de interrogador profesional? ¡¿Trajo su detector de mentiras?! –De su boca se escaparon algunas gotas de baba junto con aquellas burlescas preguntas. Se reía cínicamente, Denis perdía la paciencia ante sus atrevimientos: el caso era especialmente delicado y extraño, los altos mandos no sabían cómo proceder, realmente no tenían muchas alternativas; en aquellos lugares, tan dispersos y descentralizados, las personas solían tomar acciones propias y muchos abusos se perdían en la impunidad.
El comisario entró en ese instante, pasó de largo sin advertir al detective, fue directo a su escritorio, calzó sus gafas y comenzó a revisar algunos archivos que había encima.
–Señor, este hombre es el detective Denis Hudson –le hizo saber el sujeto del cubo al comisario. Tal como antes, hablaba sin mirar otra cosa que el objeto que inacabadamente giraba en sus manos.
–¡Vaya! Así que consiguió llegar después de todo –exclamó con indiferencia después de reconocerlo. Dejó los papeles que antes pretendiese revisar, se quitó las gafas y las prendió de su camisa-. Y bien –comenzó entrelazando las palmas-; señor Hudson, cuénteme, ¿exactamente qué vino a hacer a este lugar?
Denis estaba contrariado, sentía como si anduviera metiendo las narices donde no lo llamaban. La mirada severa del comisario calaba terriblemente, tenía un pie fuera de la finca y otro sobre su auto, los músculos de las piernas le saltaban, deseando largarse por la indignación. Aun así se contuvo, y con la mayor seriedad expuso:
–Por orden de la guardia federal y en respuesta a una petición expedida al estado occidental de la GRN con signatura de la comisaría del sector veintitrés subsección doce, he venido a analizar y recuperar información sobre el caso de homicidio número dieciocho en lo que va del año, el asesinato del menor Morrison. Usted señor Greene, si no me equivoco, firmó y envió dicha petición, declarando a su departamento como impropio para atender el caso.
Aquello surtió el efecto deseado, una tenue sombra de vergüenza en el rostro del comisario le hizo saber que reconsideraba su postura, después de todo Denis representaba a la guardia Federal, el cuerpo ejecutivo de máxima autoridad en el país.
–Sí, bueno, a estas alturas ya debe conocer a grandes rasgos de qué se trata esto; confío en que comprende lo delicado de la situación, lo difícil que es tratar con la gente de este lugar. Aquí la justicia y la moral son conceptos muy personales, la autoridad no es respetada; es algo con lo que he venido lidiando por más de treinta años –suspiró-. Es difícil conservar la evidencia, el personal que poseo me es insuficiente para controlar los ímpetus del pueblo –el policía del cubo fingió toser, probablemente molesto por aquel comentario de acento despectivo; mas su reproche fue inadvertido, enterrado por las firmes palabras del comisario-. ¡Gracias al cielo que rara vez ocurren cosas de gravedad! Se apoderaron del cadáver como si se tratara de una amenaza pública, fue una revuelta, le incineraron de inmediato y sin mi consentimiento, ahora sus restos descansan junto a su padre; la velocidad a la que actuaron fue impresionante, como si estuviera premeditado, como si hubieran esperado por años a que esto sucediera. No pude hacer más que tomar preso al hombre que encabezaba la maldita iniciativa… la tensión en las calles es tremenda, no me extrañaría que se iniciara otra revuelta por su causa. Por eso solicité apoyo al estado, la situación se me ha salido de control, no se extrañe de mi pregunta, sólo deseo saber cuál es realmente la respuesta que me manda la Guardia Federal.
Aunque la mirada del comisario continuaba tensa, la sensación de incomodidad había disminuido. En aquel duelo de argumentos, ambos ataques habían acertado. Denis también reconsideraba su postura, de pronto se sintió pequeño e inservible junto a aquella problemática. Podía contemplar la situación desde un nuevo ángulo y compadecer al comisario por el apoyo tan escuálido que el estado le proporcionaba.
–Mi especialidad, señor Greene… –vaciló un instante, de pronto se sintió incapaz de continuar de aquella forma, no sabía cómo decirlo, no quería, ya no… pero tenía que hacerlo-, soy un… Psíquico Forense.
–¡¿Cómo ha dicho?! –Exclamó sin disimular su irritación. «¡Vaya sujeto resultó ser!» pensaba, mientras el comercial de un lector del tarot que aparecía en televisión surgía de su memoria. Recuperaba el mal humor que tenía al retornar a la comisaría, y que había sido causado por la decepcionante revelación de aquella mañana. Resignado, dispuesto a escuchar, había alcanzado cierto grado de serenidad, pero aquella confesión lo desbordaba de nuevo-. Es algo gracioso, ¿no se referirá a un psicoanalista… o algo por el estilo? –preguntó con una insípida risa incrustada en su voz.
–No exactamente. Tengo adiestramiento psicopatológico, pero, por extraño que se escuche, mi papel en la policía es de inteligencia psíquica.
–¿Está tratando de decirme… que es alguna especie de médium, de… vidente; y que además de todo, trabaja en la Guardia Federal? Sencillamente no lo comprendo.
–Soy un psicoanalista –concluyó Hudson, cansado de las impertinencias de aquella visita-, si así gusta designarme. Como usted no puede brindarnos evidencia médica o empíricamente analizable, me han enviado para examinar a sus testigos… así como las escenas del crimen…
–¿Escenas del crimen? ¡Pero si ya no queda nada! –Su irritación era rapsódica, Denis creyó que terminaría volcando su escritorio en un ataque de rabia-. El sitio fue intervenido por la gente… ¿qué piensa hacer, consultar a los espíritus? –Se detuvo a esperar una respuesta, el detective sólo desvió la mirada-. ¡Esto es increíble! Lo tengo a usted con sus poderes sobrenaturales y a la horda incontenible de trogloditas que habitan este lugar… –el hombre del cubo volvió a toser, esta vez tuvo un efecto tranquilizador en el carácter del comisario, de modo que continuó con más sosiego después de un repentino y breve silencio-. Estoy consciente de que los hechos le dan un panorama más que evidente al caso, sé que el estado no otorga tal nivel de importancia a estos acontecimientos como para enviar un equipo forense de avanzada, y que de todas formas tendría poco para ofrecerles. Incluso me había hecho a la idea de atenerme a las lentas y protocolarias investigaciones de baja relevancia, pero lo menos que esperaba recibir como respuesta era un analista de fantasmas.
–Usted no comprende esto aún. Mire, es tan inédito para mí como extraño para usted; nunca he sido la primera ni mucho menos la única opción para analizar un caso; pero dada la situación, nadie podrá ayudarle mejor que yo –tomó un poco de aire, debía ser cuidadoso con sus palabras-. Mis métodos son de una ciencia muy reciente, de frontera. Rozan lo poco razonable, lo desconocido, pero no por ello son menos reales. Los fenómenos a los que me enfrento los hemos comprobado, repetido y analizado en nuestros centros de investigación. No soy ningún médium o vidente, ni cualquier cosa que haya escuchado antes… se lo puedo asegurar.
»Estudio la psique; la naturaleza y potenciales de la conciencia. Vamos más allá de la psicología oficial, nuestro psicoanálisis se transforma en metapsicoanálisis. Las charlas serían largas señor Greene, y al final usted continuaría en su posición escéptica mientras no me vea actuar. La participación de mis colegas y mía en investigación criminal siempre tuvo como principal objetivo la experimentación y perfección de la técnica, no el esclarecimiento de una transgresión. En otras condiciones no estaría aquí, al menos no sólo… soy su única alternativa, pero le garantizó que puedo ayudarlo.
El comisario lo miraba inquisitivamente. Aquello no era de ninguna manera lo que esperaba, se hubiera conformado con alguien capaz de interrogar a sus testigos; este hombre decía poder hacerlo, pero… ¿cómo confiar en él, si lo que exponía sonaba tan disparatado?

–De acuerdo –continuó después de analizar aquella situación por un momento-. Suponiendo que me atengo a sus métodos, ¿qué es exactamente lo que hará?
–Me gustaría escuchar el testimonio de algunos espectadores; tenía intenciones de entrevistar a la madre de la víctima, pero me parece que he llegado tarde para eso. Podríamos empezar con su propia versión de los hechos, ¿qué le parece?
Se escuchó un clic y luego el impacto en el suelo de varias piezas de plástico de tamaño pequeño; el policía del cubo había sufrido un accidente, su juguete se había roto y desarmado, en su vientre yacían una docena de pequeños cubitos con caras multicolor en un fondo negro, algunos otros continuaban en sus manos, parcialmente unidos. Su semblante había perdido la arrogancia de antes, ahora se mostraba pálido, con un extraño y ligero crispamiento. Dejó los restos del cubo sobre su pupitre, se puso de pie, tomó su humeante taza de café y salió de la comisaría. Pasados algunos segundos, el comisario rompió el silencio que se produjo.
–Tendrá que disculpar el carácter de mi dependiente, suele tener espontáneos… arranques de ira.
–¿Y ocurre con frecuencia?
Rió con la garganta pero no contestó la pregunta. –Advertirá señor Hudson –comenzó con un tono bastante alegre, aquel era ya el mismo hombre que Denis encontró camino al lugar-, que hay personas en este pueblo deseosas de enterrar lo acontecido, sea cual sea la verdad; la gente aquí es muy sugestionable, supersticiosa. Creen que la amenaza se ha ido y se «encomiendan a Dios» para que no vuelva; ellos no desconfían del hombre en este caso, ellos realmente creen que fue el pecado lo que mató al muchacho. Tengo mucho que contarle, no sé realmente por dónde empezar, pero tenga por seguro que no omitiré detalles; es importante que conozca la verdad sobre este lugar: Deepwood encierra muchos secretos, aquí la gente acostumbra guardar silencio –hizo una profunda respiración y miró al techo, como concentrándose en un sonido lejano-. Hay días en los que sólo se escucha el ruido del viento chocando contra los árboles…
»Usted sabe, América fue una tierra salvaje, por siglos ajena a la represión de los dioses del viejo continente, gobernada únicamente por el yugo de sus propias creencias. Pero ni siquiera los grandes imperios Americanos extendían su reinado sobre estas tierras altas, eran un rezago de la autoridad; cuando los colonos europeos vieron oro en el sur, los anarquistas religiosos vieron libertad en el norte. No hace falta profundizar en esta vieja historia; el mundo dio los giros que dio: independencias, revoluciones, guerras con miles de propósitos… todo, hasta convertirse en lo que es hoy; en ocasiones la historia nos recuerda los detalles, otras veces nos lo oculta. Ideas conservadoras y mentes liberales han sido la dicotomía protagonista de muchas de estas guerras. Sin importar cuanta sangre caiga, ambos bandos siempre existirán; aun cuando uno predomine, el otro permanecerá latiendo, quizá oculto en algún rincón falto de luz, esperando el momento en que podrá erguirse amenazador nuevamente. La libertad es el yugo que atormenta nuestro mundo hoy día, tal vez no lo considere así pero, mire detenidamente, de todo lo que me ha hablado, ¿cuántas de esas cosas que dice haber hecho no lo tendrían en otro tiempo sobre el cadalso? La represión mantiene el pueblo a raya, a pesar de ser algo cruel: nos estremecemos ante la simple mención de la palabra; sin embargo, ¿qué hay de la libertad, qué ocurre cuando el mundo puede hacer y pensar lo que le plazca? Un rebaño guiado por un pastor, incluso mediante golpes con su cayado, podrá atravesar integro un barranco, a pesar de la terquedad de las ovejas. Yo le pregunto: ¿podrían lograrlo solas, si nadie limitara sus pasos para que no lleguen al vacío?
»Le parecerá un modo arcaico de pensar, quizá considere que el hombre no posee la terquedad de una oveja o sus pasos torpes; pero yo le pregunto ¿acaso el hombre puede saber lo que le depara el mañana? Tiene que aceptar que nos movemos a tientas hacia el futuro, y esto sólo porque deseamos ver en él. Por eso el hombre descubre cosas, porque abre los ojos a nuevas verdades; no obstante, ¿cuántas veces el hombre no se ha quedado ciego ante tales revelaciones? ¿Cuantas veces lo que el hombre crea o descubre no ha terminado convirtiéndose en una herramienta más para su propia destrucción?
–Eso es, con todo respeto, una filosofía un tanto retrógrada.
–Lo sé, no lo niego, por eso no la comparto… no al menos en su totalidad. El punto es que las personas de este lugar sí lo hacen, por eso viven tan alejados del mundo moderno. Creen que el hombre puede vivir bien con lo que tiene y que de lo único que necesita más es de Dios. Quizá algunas ovejas necesiten ir a la oscuridad y fallecer ahí, sólo para que sus hermanas abandonen la terquedad; o quizá las ovejas deban abandonar el rebaño y valerse por sí mismas, para así trascender. Ideas conservadoras contra ideas liberales. Este pueblo es conservador y altamente derechista: las indagaciones no son bienvenidas señor Hudson, usted está aquí clandestinamente.
»A su tiempo el pueblo entero sabrá a qué ha venido; espero que esto suceda más tarde que temprano, la situación los ha vuelto hostiles, deberá ser cauteloso. La única autoridad que respetan realmente es la de Dios, le recomiendo usar eso como herramienta.
»Habiendo aclarado eso, proseguiré a contarle cuanto sabemos del caso –bebió un poco del líquido que contenía un termo y prosiguió leyendo uno de los documentos de su pupitre. Se trataba de una rústica crónica redactada con ayuda del médico local-:
«Entre la noche del pasado domingo dieciséis y la madrugada del lunes diecisiete de enero del 2011 la señora Miriam de Morrison de cuarenta y seis años de edad encontró, en las inmediaciones del bosque, el cadáver destrozado de su hijo Jacob Morrison de dieciséis años de edad. La mujer confiesa haber discutido fuertemente con él al menos un par de horas antes de encontrarlo muerto, siendo esta la causa de que el muchacho se encontrara en el bosque; había escapado de su casa. Dice haber esperado a que volviera por su cuenta una vez tranquilizado, mas dada la prolongada ausencia del joven, optó por ir en su búsqueda, hallándole en el estado descrito a continuación…» –detuvo la lectura, para extraer de un sobre un grupo de fotografías y ofrecérselas al detective. La primera imagen era realmente cruda, no soportó mirarla por más de un par de segundos, de primera vista no era fácil reconocer la forma de un cuerpo en aquella masa de carne y ropa desgarrada. Tomando control de sí volvió a ellas y comenzó a hojearlas una por una. Estremecían sus sentidos, pero se mantenía impasible en su exterior; tomaba aquello con la seriedad pertinente. Tenía experiencia forense, estaba acostumbrado a lidiar con cadáveres de victimas de accidentes terribles o consumaciones de mentes trastornadas, pero había algo verdaderamente sombrío en aquellas imágenes. Podía ver la espina dorsal del muchacho a través de un vientre hecho jirones: las entrañas habían sido removidas de manera accidentada, como si hubieran tirado de ellas; pero a la vez presentaban pequeños cortes, en fotos con mayor acercamiento pudo identificar ciertas características que dejarían las mandíbulas de un animal. Casi podía asegurar, debido a su empirismo y estudio previo, que aquella era la víctima de un felino grande. Pero los leones de montaña escondían a sus presas, si fuera el caso de un ataque, no hubiera sido tan sencillo dar con el cuerpo. La cantidad de sangre en la nieve indicaba que el muchacho había sido devorado en aquel mismo lugar. Aunque la cara estaba prácticamente intacta, el cuello presentaba una terrible herida, «la marca del asesino» pensó Denis, identificando perfectamente la mordida de una gran quijada. El comisario continuo –«Todos los órganos del área abdominal fueron removidos. Parte de los pulmones seguía dentro de la caja toráxica, pero el corazón parece haber sido extraído desde el vientre junto con los demás órganos faltantes. La pelvis se encontraba desfasada, el fémur izquierdo fracturado; ambas piernas presentaban múltiples desgarres que mantenían expuestos los huesos. El codo derecho separado, el antebrazo izquierdo presentaba fracturas múltiples en radio y cúbito, con punciones y desgarres, algunos falanges hacían falta en ambas manos…» bueno –interrumpió su lectura-, supongo ya habrá encontrado las notables señalaciones de un ataque animal; no hace falta terminar esta descripción y supongo que las fotos le son de mayor utilidad; en todo caso, los archivos de la comisaría están por completo a su servicio.
Denis miraba las fotos una tras otra, no conocía bestia que fuera tan selectiva en su alimentación. Sólo se había tragado las vísceras, descartando la carne de los muslos y brazos; además, buscó algo en específico: el corazón, lo había extraído de entre los pulmones dejándolos ahí, cómo si ya entonces aquel cuerpo no presentara mayor interés. Así fue abandonado, lo que para cualquier especie habría resultado una rica fuente de alimento, para aquel asesino no representaba nada; sólo le interesaba el corazón y lo que encontrara de paso.

–Yo conocía muy bien al muchacho señor Hudson, los jóvenes son escasos en estos lugares; Jacob era un chico noble… –se detuvo un momento, aquella muerte realmente parecía dolerle-. El señor Morrison trabajaba en una pequeña reserva Siux pasando la montaña, destinada a la conservación de especies; murió en un accidente hace cinco años. Desde entonces el muchacho vivía sólo con su madre, se mantenían gracias a una pensión del gobierno. Arthur Morrison luchaba contra la expansión turística y el deterioro que representaba para la reserva. En los últimos años, y en mayor intensidad después de su muerte, el lugar ha ido desapareciendo; no es ni una tercera parte de lo que solía ser. Este pueblo se cree conservador, la gente de aquí se queja de los intrusos citadinos que llegan a descomponer estas tierras con sus costumbres mundanas, pero no entienden que ellos fueron los primeros invasores; este lugar estaba repleto de nativos, hoy no queda ninguno. Arthur murió de manera sospechosa, a mi parecer no se trató de un accidente: grandes inversionistas se veían truncados por su presencia; nunca pude hacer nada por su muerte, si fue un crimen, fue sepultado junto con él. No quiero que ocurra lo mismo con la muerte de su hijo.
»Esta vez el ataque fue más directo, más terrible y sin justificación aparente. No quisiera creer que esto fue obra de alguna persona y quizá me falten argumentos para sostener tal acusación, pero el cadáver presentaba características anormales que no puedo pasar por alto. El pueblo tuvo la iniciativa de acabar con las manadas de lobos que circundan la región: no se han visto leones en años, no había ningún otro depredador a quien culpar. Encontraron al muchacho alrededor de la media noche, y antes de las dos de la mañana ya había partido un grupo de caza hacia la montaña, prestos a exterminar aquella “plaga” de bestias. Pero para qué contarle esto, si el mismo hombre que comandó ese grupo puede decírselo.
Se levantó de su asiento y fue al fondo de la habitación. Junto a una puerta había un llavero colgado por un clavo en la pared; lo tomó e introdujo una llave en el cerrojo, luego se volvió para llamar a Denis. Ambos cruzaron aquel umbral.

Dentro había una amplia habitación dividida de manera paralela con la puerta por un sólido rejado de hierro, lo primero que se veía al entrar eran los gruesos barrotes grises. Al fondo había un camastro con un bulto tendido en él, desprendía un ligero hedor a sudor viejo. La habitación era iluminada por un foco incandescente de baja intensidad, así que se encontraban a media luz. El comisario señaló un par de sillas semejantes a aquella en la que se balanceaba el otro policía al comienzo de la narración; Hudson se sentó en una y el comisario hizo lo mismo con la que se encontraba en contra esquina. Durante este tiempo el bulto sobre el camastro no presentó interés alguno en ver quién había entrado.
–Buenas noches, Amos –saludó con voz enérgica el comisario.
–¿Qué quiere de mí? –cuestionó una voz agria.
–Tienes una visita, este hombre desea conocer los detalles de tu pequeña aventura en el bosque de la otra noche.
–¿Ah sí? ¡Pues puede irse al diablo con su maldita curiosidad!
–Amos, será mejor que cooperes, no creo que deba recordarte que la caza de lobos es aún ilegal en esta parte del país; además, esa manada pertenecía a un ecosistema protegido, tienes suerte de que no te…
–¡Fue en maldita defensa personal!
–¡No digas estupideces Amos! Ahora me dirás que tú y esas veinte gentes fueron a buscar margaritas en pleno invierno pasada la media noche.
Hubo un silencio, aquel hombre se destapó y se sentó en el camastro, mirando a ambos oficiales con una amarga expresión. Era de tez morena, piel curtida y barba blanca mal rasurada.
–Sé por qué me tiene encerrado –comenzó con voz crispada-, me acusa de haberle hecho algo a ese muchacho. ¿Cómo puede llegar a ser tan paranoico comisario? ¡¿Yo?! ¡¿Asesinar a sangre fría a una persona?! Sólo soy un viejo cazador…
–¡No eres ningún alma de Dios! –El comisario estaba bastante exaltado-, aún no olvido tu chistecito en la granja de los Walker, ¡¿acaso lo recuerdas tú, viejo borracho?! Seis noches amanecieron ovejas muertas, y todo para obtener tu tan deseada autorización de caza de lobos. Pero te descubrieron; pagaste dinero en aquel entonces, sólo se trataba de ganado… esta vez ha muerto una persona Amos, y no soy el único que pone los ojos sobre ti.
–No diga tonterías comisario, sé que usted realmente no cree que he sido yo… mejor aún, no tiene pruebas, o de lo contrario no me tendría todavía en esta habitación de locos.
–Cuidado amos, pareciera que me amenazas.
Denis contemplaba aquella escena mudo; no podía precisar quién mantenía más dominio de sí mismo, si el acusado o el acusador. Habíase creado un sepulcral silencio, intensificado en aquella sorda habitación de concreto forrada internamente con madera. El detective sintió que era momento de entrar en la conversación.
–Señor Amos, ¿cree usted realmente que el muchacho fue atacado por lobos?
Era extraño que por fin alguien le hiciera aquella pregunta con tal amabilidad. Hasta entonces se había mantenido a la defensiva, no había pensado en una respuesta para algo así.
–Sí –dijo después de titubear.
–Se sometería a una prueba para validar su testimonio.
–¿Cuál es el punto?
–El punto, señor Amos, es que el caso está bajo investigación; su declaración necesita ser validada y es de gran importancia para nosotros. ¿Se sometería a un interrogatorio asistido?
–Si eso me sacará de este agujero, sí.
–¡Perfecto! –exclamó en voz baja y apretando las palmas-, parece que por fin comenzaré a divertirme.


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