La Sinfonía de la Sirena | El Despertar | VIII

Lágrimas de Sangre

Cierro mis ojos, recuerdo cómo atacaron a nuestra familia; llegaron a nosotros con sus armas ensordecedoras y sus garras metálicas, no pudimos anticiparlo. Los hombres son débiles de cuerpo, presumen tener la fuerza en sus mentes; ¡qué se puede decir! Así es como lo han logrado. Dependen de sus armas y herramientas para sobrevivir, embelesados por su poder no encuentran límite en sus acciones. Pisotean todo a su paso, cuanto desean, obtienen, sin pensar en lo que acarreará el que lo consigan. Sacrifican nuestras vidas a su demonio, a su raza, elevándose sobre las otras, proclamándose amos y señores de las tierras que guardan sus pies. Matan por placer, matan por algo más que supervivencia, por cosas banales, cosas que tarde o temprano los destruirán. ¿Qué es lo que los conduce, qué es lo que los embriaga?, ¿el demonio de la destrucción?, ¿el demonio de la muerte? No… es la sed de poder.

Sí, los hombres poseen una mente fuerte; pero, contrario a lo que presumen, no son inteligentes, pues no tienen la astucia para dominarla. Se atacan unos a otros, consumen más de lo que sus cuerpos necesitan, destruyen poco a poco la vida que les rodea, y ésta, tarde o temprano, acabará abandonándoles a ellos. Son ciegos ante la realidad: la sed del poder los ha cegado.
Recuerdo la persecución, invadieron nuestro refugio y nos empujaron hacía las faldas de la montaña. Nos culpaban de la muerte de un joven, un joven cuyos restos aparecieron en el bosque, en un claro no muy lejos de su pueblo. Nosotros no fuimos sus asesinos, no matamos algo para abandonarlo a su suerte como hicieron ellos con nuestros cuerpos. Si nosotros lo hubiéramos asesinado, lo habríamos devorado sin dejar rastro; pues sólo matamos para alimentarnos, para continuar el camino de la vida, para tener una oportunidad más de dar aquello que nos fue dado, el regalo primordial, la herencia de nuestros padres: la vida misma. Ese es nuestro objetivo, permanecer como especie, no prevalecer. Si pisoteáramos a nuestros inferiores, si les aniquiláramos en un arrebato de locura, moriríamos junto con ellos, pues dependemos de su compañía en este viaje. Como presa y cazador, siempre ha existido esta dependencia.

Los hombres son producto de una ruptura, mensajeros del caos. A donde dirigen la mirada, todo cambia, pues desean ver su rostro en cada lugar, sólo así se sienten seguros. Su adaptación es egoísta, destruyen nuestros hogares para crear los suyos; luego nos destruyen, pues nos creen una amenaza; pero la única amenaza son ellos mismos. Puedo escuchar el llanto del guardián, llora por sus protegidos; algún día, lo que los hombres llaman hogar, se convertirá en su tumba.
Mientras tanto, a nosotros, los seres de la tierra, sólo nos queda bajar la cabeza y esperar; cualquier resistencia acelerará nuestro fin y aumentará el dolor. Es tan difícil entender, fueron ellos quienes elevaron el nombre de nuestra madre al cielo al abrir sus ojos, ellos despertaron la voz del océano, se dijeron bendecidos por seres celestiales... Sólo podíamos sentirnos afortunados de no estar en su lugar, pues temíamos que su final fuera trágico; pronto nos dimos cuenta de que su tragedia también nos involucraría. Lobo es pecador, pues lobo nunca fue ajeno al hombre. Hoy nuestra madre llora sangre sobre la tierra profanada, la voz del océano duerme y aquellos cuyas voces son el canto de la muerte se acercan nuevamente a nuestro hogar. ¿Acaso son los humanos el fruto de su cosecha? ¡Oh guardián de la vida! Lejano veo el relato de los míos, ¿es que aquello que nos vendría a salvar se ha perdido en la infinidad? ¡¿Por qué no vienes redentor?! Líbranos de este cáncer que carcome nuestro ser.

Viví todo el tiempo subordinado en mi manada; siempre el último en alimentarse, siempre el último en todo; eran las leyes de los nuestros. ¿Quién las impuso? Nunca lo supe. Nuestros herederos vivirán bajo las órdenes de los humanos, estas fueron leyes impuestas por ellos; la única diferencia es que nuestras leyes tenían como objetivo coexistir con la vida, sus leyes le destruirán, aun cuando lo ignoren.
Estaba rodeado, no tenía escapatoria. A lo lejos, los inertes cuerpos de mis hermanos yacían dispersos en el bosque que les vio nacer: el color de su sangre disentía sobre su pelo gris y la blanca nieve. Bajé mi cabeza frente a su figura, poderosa y llena de odio contra sí mismo, cerré mis ojos, mi vida desfiló frente a ellos. Una curiosa cuestión: mi posición en la manada prevaleció hasta el final, pues incluso fui el último en morir. No pensaba oponer resistencia, mi alma lloraba por la muerte de los míos; aquellos con los que pasé toda mi vida, junto a los que crecí, me esperaban tirados sobre la nieve, reventados por el odio de los seres más terribles que la vida pudo engendrar.

Todo parece lento cuando esperas la muerte. Miré sus ojos, el hombre retrajo la punta de su arma, escuché un chasquido, luego un estruendo me empujó hacia atrás, un golpe terrible que quemaba, arrancando carne y hueso de mi rostro; caí al suelo, llorando lágrimas de sangre. La muerte llegó, no como un sufrimiento, sino como un alivio; toda la pena que sentía por mis hermanos desapareció, los concebí tan cerca de mí como nunca antes, sentí como si fuera uno con ellos. No tuve sensación en vida comparada con aquella. Estaban ahí, esperándome, me fui a reunir con ellos, pero ya estaba con ellos: yo era ellos, éramos uno sólo.
Creí que morir dolería, miraba el rostro de mi asesino, tan lleno de odio, esperando el dolor que traería la muerte; dolor que le otorgaría un placer infame, el placer de la venganza. Pero el dolor nunca llegó, aquella sensación que hubo en su lugar fue sólo una caricia dada por un mortal jugando a ser dios; caricia que culminó con una sensación incomparable: la eternidad, otorgada por un dios verdadero. Hacía sus tierras de paz me dirijo ahora, corriendo junto a mis hermanos en la caza más grande que jamás imaginé, persiguiendo la dicha infinita. Nuestro redentor vendrá a salvarnos, duerme entre nosotros, ya escucho su voz. Algún día, eso que los hombres llaman hogar, se convertirá en su tumba.


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OOO amigo disculpame de verdad que mala admiradora soy! es que eh estado algo ausente de la red como habras notado, pero tus escritos aun me interesan mucho.
Bueno esta entrada estuvo en especial algo melancolica, es buena igual; tiene mucha razon, el hombre ya solo juega a sentirse poderoso, destruye pòr diversion, acaba con aquello que antes respetaba, las cosas que antes eran valoradas ahora son motivo de criticas mordaces, Y la gente se pregunta: "Por que las cosas lucen cada vez peores".
Es muy cierto, pues eso con lo ke hoy juega, eso a lo ke cinicamente reta, algun dia podria salvarle.
El mundo se esta llendo al carajo... y nadie sabe por que...
Grax una vez mas por compartir tu creatividad conmigo.
Te aprecio mucho, y estare mas pendiente, lo prometo!
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