–¡Oh viajero! Que frente a este altar nos llamas a nosotras, las voces de la oscuridad, toma asiento y atiende esta historia que narran los vientos y el mar:
»Se escucha el canto de las sirenas, el invierno sopla con un frío que escalda los huesos. La mirada de una mujer se posa en el atardecer, el peso del anhelo la hunde en la playa. Hace más de doscientas lunas que le prometió regresar; nunca perdió la fe. La arena la recuerda constante, por él esperaría doscientas lunas más con tal de que la guerra se lo devuelva ceñido de gloria.
»Un grupo de naves cruza el umbral del norte, apareciendo entre los brazos de piedra que rodean la bahía. Su corazón saltó ansioso en su pecho, fue como el trote de un berrendo de los viejos días. “¿Comandarás algún barco, o serás sólo un hombre más entre los remos?” Pero aquella flota no trae buenas noticias. “¿Recuerdas lo que prometiste al partir, mientras hincada y con lágrimas suplicaba tu regreso? ¡No queda verdad en tus palabras!”. Descienden doce llevando una losa negra a los hombros; ¿qué dicen aquellos trazos arañados sobre su piel de jaspe? “¡Sólo dame tu palabra cuando estés seguro de cumplirla!”.
»La losa es llevada al lugar de la oración, la gente se reúne. Los ojos carmines que miraban el atardecer continúan en la playa, esperando nuevas flotas siguiendo a la primera; “Tantas han partido y tan pocas han regresado…”. Llegan lamentos de la aldea, encarnando la realidad terrible de una promesa rota y un futuro de dolor. Llora, su llanto cae frío en la arena, salpicando de lodo sus pies desnudos.
»Llueven ligeros copos de nieve, adornando la tristeza de aquel día. Ella está hincada frente a la losa, ya no llora, pues el frío ha secado sus lagrimales. Cientos de nombres están grabados en la estela fúnebre, marinos muertos en guerra. En primera fila encontró el de su amado; todo el tiempo que esperó… inútil.
»En lo alto de la aguja de roca la gente la lleva entre brazos, envuelta en una sábana blanca y cubierta de flores. Rezan y lloran por aquella mujer de ojos de fuego: tres días han pasado desde que se le encontró casi muerta frente al laude negro. ¡Qué doloroso es despedirle de este mundo siendo tan joven! Adiós hermosura de cabello rojo y blanca piel, ve a donde los muertos encuentran la paz: allá, en la profundidad del mar azul.
»Se escucha el canto de las sirenas, ¡qué dulce sinfonía! ¿Acaso el mar repleto de muertos habrá podido darle lo que esperó cada atardecer desde la playa por más de doscientas lunas? Las almas de los marinos descansan en el océano.
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