–¡¿Por qué?! Prometiste volver, esperaba tu regreso más que cualquier cosa... ¿por qué?
–¿Quién eres?
Marlene se hallaba frente a una lápida negra, de pie, descalza sobre la delgada capa de nieve que cubría el lugar. El frío sometía su cuerpo, no provenía de sus pies desnudos, sino de su interior; como si su sangre, en lugar de alimentar y sostener su cuerpo, se alimentara y sostuviera de él. A su lado, hincada en la nieve, lloraba desconsoladamente una mujer. Su roja cabellera se escurría húmeda y desordenada sobre sus blancas vestiduras, denotando un aspecto demacrado –Todas mis esperanzas estaban depositadas en tu regreso, ¿por qué…?
–De nuevo aquí, de nuevo tú. ¿Quién eres? –Preguntaba una y otra vez Marlene a la joven mujer, aun cuando ésta no parecía advertir su presencia.
El viento traía el susurro del mar, cada vez más intenso. Acarreaba una voz, en cierta forma parecida al canto de las ballenas. Al principio era suave, pero conforme aumentaba su intensidad, se volvía más áspera, profunda, como si proviniese del vientre de una enorme bestia –Ven viajero, ven…
Marlene sólo llevaba su pijama, el viento la azotaba sin piedad, filtrándose a su piel y matándola de frío. El volumen de la voz seguía en aumento; la chica temblaba, se estremecía cada vez con más intensidad. Aquel era el frío aliento del mar. –Ven aquí, viajero de la vida; ven y duerme junto a mí, arrullado por el cantar de las sirenas… –dice la voz, tan profunda como el océano.
–¿Quién anda ahí? –preguntó la mujer, palideciendo de repente y remplazando su tristeza con temor.
–Sabes bien quién soy. Mi bello ser de rojos cabellos –replicó la voz con tono paciente-, no te advertí que él podría no regresar…
–¡No! –Gritó desesperada-, no quiero volver a oír tu voz… ¡No quiero escucharte más!
–¿No quieres oír mí voz? –Reprendió el otro con molestia-. ¡Así que ahora no quieres escucharme más!
–Ya no… –sus sollozos entorpecían su habla-, no me importa nada… nada de lo que tú me digas –sus palabras acarreaban impotencia. Gritó furiosa-: ¡Ya no me importa más!
–Conozco tu sufrimiento –el otro recuperaba su tono paciente y comprensivo, casi paternal-, la guerra también me ha destrozado a mí, lo sabes. El mundo que nos creó no nos merece.
–¿Qué es… lo que quieres… de mí? –preguntó con fastidio, sin levantar la mirada, desesperada por volver a su soledad y miseria. Marlene observaba aquello sin perder detalle, a pesar del viento, cuyas ráfagas agitaban violentamente su pijama, como buscando arrancárselo. El frío continuaba en aumento, sin detenerse.
–Quiero ayudarte a recuperar lo que perdiste. ¿No fue mi voz la que te acompañó en esas tristes tardes de espera, en las que sola en la costa mirabas hacia el norte? ¿Acaso no fui yo tu única compañía durante estas doscientas lunas de angustia? Ven junto a mí, pues sólo deseo ayudarte; completa la parte de mi alma que la guerra destruyó, úneteme en esta nueva espera; el vació de tu corazón lo llenará el océano.
–¿Qué tengo que hacer –de su boca apenas salía un hilo de voz-, para librarme de este sufrimiento?
–Dime tu verdadero nombre, se uno conmigo, entrégame tu alma. ¡Te daré la inmortalidad apenas tu lengua roce las palabras! Duerme junto a mí en el abismo, sentirás la presencia de aquel que te prometió su amor. Acompáñame en el exilio, en esta nueva espera. El arca de nuestros ancestros, la que tu pueblo ha profanado, necesita un guardián y me está llamando. Quiero tu compañía en mi descanso, forja este nuevo pacto; al final del sueño tu vida volverá a ser como antes… y serás feliz.
–¡No! ¡Aléjate de mí! –Gritó la mujer al viento, arrojando al aire cuanto barro y hielo pudo en su colérico arranque-. ¡Estoy harta de promesas! ¡No quiero escucharte más! ¡No deseo continuar con esto! ¡Basta!
–Conozco el odio del que es presa tu corazón –continuó la voz después de un breve tiempo de calma, en el que hasta el frío pareció ceder-, sé cuanta tristeza invade tu cuerpo; lo siento en tu piel –La mujer cerró los ojos apenas la voz pronuncio estas palabras, una ráfaga de viento, mucho más impetuosa que las anteriores, atravesó a Marlene; la piel de la mujer de cabello rojo se erizó, como si una mano acariciase su hombro desnudo-, lo veo en tus ojos –el viento fue impetuoso nuevamente, la mujer abrió los ojos y miró en dirección al mar; pero no parecía ser ella quien moviese su cabeza, no, pareciera que alguien le tomara el rostro y le hiciera mirar afectuosamente hacia él; como cuando un caballero trata de consolar a una dama que, cabizbaja, se lamenta. Alguien invisible (al menos para los ojos de Marlene) se encontraba ahí, entre ella y la mujer de cabello rojo-. Cuando decidas terminar con este sufrimiento, vendrás conmigo, así tenga que esperar una eternidad. Sé que en algún momento lo harás, en algún momento tu boca me abrirá las puertas de tu alma nuevamente; y en ese momento serás libre. Te estaré esperando allá, en la costa, junto con todo lo que amas; recuerda las creencias de tu pueblo: “¡Las almas de los marinos moran en el océano!”.
La mujer bajó la mirada, el viento aún silbaba, pero el frío había cedido junto con el silencio de la voz. Veía la losa con la nostalgia de aquellos cuyas esperanzas yacen bajo tierra. Trató de llorar, deseaba hacerlo, pero el frío había secado sus lagrimales. La impotencia era todo lo que le quedaba. –Al fin y al cabo es inútil derramar lágrimas-, se decía –¿Qué más da? Ya nada puedo hacer… –De pronto se encontró perdida en una súbita reflexión. De sus labios escapó una última frase-: Podría ser-. La imagen se desvaneció entonces, como llevada por el viento; todo quedó en penumbras.
Su almohada y sus sabanas estaban abnegadas de sudor, al igual que su pijama. La incomodidad la había despertado, no podría conciliar nuevamente el sueño en aquella condición. Era la entumecida madrugada del lunes, todos dormían. Abandonó el lecho, esperando que la humedad se volatilizase pronto. Se acercó a la ventana, recargando su frente en el cristal.
La luna brillaba en todo su esplendor y el viento silbaba tranquilamente, arrullando las horas. La calle entera dormía. –En el viento hay una voz-, se dice Marlene a sí misma. Caían unos fútiles copos de aguanieve, apenas notables bajo la luz de los faros en la calle. –La voz viene del océano-, desde su ventana, en la lejanía, se entreveía un lago. Aquel espejo azul le traía recuerdos del océano; vivió mucho tiempo cerca de la costa, dejando aquel hogar apenas un mes atrás. Nunca había apreciado tanto el mar como ahora que vivía lejos de él. Se mudaron, pues la inesperada muerte de su padre dejó a su familia tambaleando económicamente. Tras un tiempo de angustia, su madre encontró finalmente un trabajo de conveniencia, y por ello estaban ahí, en aquel pueblo entre las montañas. En su interior algo la inquieta, algo busca salir; el temor le hace aferrarse a aquel sentimiento, pues aún no lo comprende. –El océano es hermoso-, piensa. Recordaba esas pocas veces en las que se dio el lujo de visitar prolongadamente la playa, aun viviendo tan cerca de ella. Lleva semanas reprimiendo la nostalgia, hay algo que desea, pero no sabe con exactitud qué es; sin embargo, su resistencia había llegado al límite. Con la misma precipitación con que llega un ataque al corazón, ahí, con la frente en el cristal y la mirada perdida, siente como su alma se desgarra, invadiéndola un frío dolor que le hace perder el conocimiento, sin que, posteriormente, quede recuerdo alguno de aquel desagradable fenómeno. En su convulsión, su lengua acarició en su paladar una frase que no puede ser escuchada más que por aquel al que va dirigida, un mudo susurro que llega a los oídos del que duerme en el abismo, haciéndole estremecer.
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7 de marzo de 2008, 17:11
bueno iwal esta muy bueno y voyager en lo personal es uno de mis de mis favoritos...
"Cual es tu peor pesadilla?", si yo te lo preguntara, realmente confiarias en mi para decirmelo?, el ke los demas sepan tu temor te resta fuerza ante los ke lo saben...
nunca sabes kien podria traicionarte y usar lo que sabe en contra tuya, podrian hundirte facilmente...
Yo josue, si te diria cual es mi peor pesadilla, pero por este medio no lo hare...
Tu me dirias la tuya?
...
9 de marzo de 2008, 12:50
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