Tallaba fuertemente el carboncillo contra el papel, se sentía molesta, los recuerdos de lo ocurrido acudían a su mente enfureciéndola; era inevitable. Ahora era rabia lo que sentía, pero fue terror lo que la invadió en aquellos momentos.
Todo comenzó con claridad, cuando la luz llegó a sus ojos aquella mañana, ya estaba lista para recibirla. No necesitó de su alarma, estaba despierta, entusiasmada por iniciar el día. Era una sensación que desenterraba de la niñez, de los tiempos de luz. Incluso su madre debió notar aquel brillo en su mirada, por un momento, la brecha de inseguridad y preocupación que incomunicaba a madre e hija, fue flanqueada por un cálido abrazo. Se despidieron con la llegada del autobús, de pronto parecía que todo quedaba en su lugar.
Dentro del vehículo, Marlene reservaba un asiento. Su ocupante abordó el transporte en la penúltima parada antes de llegar a la escuela. Al verla, su rostro mostró una alegre expresión, él también la esperaba; la chica hizo algo que no frecuentaba hacer últimamente: sonreír. ¿Cómo imaginar que la desgracia le aguardaba en aquel día iluminado?
Llegaron a la escuela y tomaron cada uno su camino, acordando reunirse durante el receso, en el mismo lugar que el día anterior. Fue al separarse de él cuando Marlene se dio cuenta: estando junto a Peter sus miedos enflaquecían. Era fácil para la gente juzgarla como un cofre lleno de secretos, pero lo único que guardaba era un montón de temores irracionales, fortalecidos por su incapacidad para describirles. Aquel muchacho tenía algo, por alguna razón se sentía capaz de hablar con él y liberar de las cadenas su espíritu; al imponerse a sus temores sentía que se erguía sobre el mundo en un nuevo amanecer, infinito de posibilidades. Aun cuando ansiaba el momento, Marlene no volvió a encontrarse con él por el resto del día.
Peter esperaría en la banca del patio por minutos inacabables, hasta que el toque de la escuela anunciara el final del receso un poco antes de lo normal. La sirena de una ambulancia resonó en los pasillos, que tras su silencio, hervían de rumores y curiosos.
Helga vio a Marlene entrar al baño y entró tras ella sin que lo notara; apenas comenzaba el receso. Helga no era muy racional, sus impulsos se apoderaban de ella fácilmente. Para comprender sus acciones habrá que intérnanos en su pasado y en los aspectos de su vida que tanto sus amigos como enemigos desconocen. Comprender, no justificar; infaustas vivencias sembraron el mal en su interior, pero fue ella quien se encargó de alimentarle y hacerle crecer. Dejar que el odio germine es el peor error que podemos consentir.
Muchos estaban al tanto de que la doctora Grant, psicóloga y secretaria de asuntos escolares, era tía de Helga; sin embargo, pocos de ellos sabían que también era su tutora y nadie, ni su más allegada amistad, conocía la razón de ello. Ernest Erickson, padre biológico de Helga y hermano de Martha, se encontraba en prisión desde hace varios años, pagando una cadena perpetua por el asesinato de su pareja y por la violación de su hija. Martha decidió hacerse cargo de ella, en ese entonces Helga sólo tenía nueve años. Apenas se completó el trámite, se mudaron a Grayhills; Martha estaba casada con un ingeniero civil y su profesión los reubicaba en aquella urbe en crecimiento. Los estudios de la doctora Grant le permitieron encontrar su empleo con facilidad, afianzando así las raíces en aquella tierra de oportunidades. Ella y su esposo eran una pareja joven, conformes con ser una familia de tres, dispuestos a brindarle a Helga la felicidad arrebatada. Pero aquella niña estaba demasiado trastornada como para recibirla. Su infancia había sido terrible, los espasmos de la pesadilla que fue persistían en su interior.
Miraba con recelo a su padre adoptivo, a pesar del cariño que este le demostraba. Había desarrollado un rechazo incondicional hacia los hombres. Temía a los mayores y aborrecía a los de su edad. Hospedada en aquel repudio fue tomando la forma poco femenil que tenía; deseaba alejar las impuras y mal intencionadas miradas que se proyectaban hacia la figura de mujer. Su instinto la empujó en contra de la corriente generada por las niñas de su edad, podía ver como las conducía lentamente hacia un futuro nefasto como el de su madre. Helga odiaba al ser humano por su condición sexual, la sociedad entera estaba infestada de mensajes que evocaban al sexo, donde quiera que miraba encontraba aquel terrible recordatorio. La imagen atormentadora de su padre le acosaba y le acosaría eternamente.
Martha podía notar el miedo en su mirada. Trató de ayudarla, haciendo cuanto pudo, pero la chica había asimilado sus desagradables vivencias de forma negativa. Los recuerdos se incrustaron como un cáncer en su mente, y del cáncer surgió un monstruo etéreo que nubló su alma. Helga se encontraba en terapia constante, la doctora Grant esperaba que el tiempo pudiera disipar aquella niebla, permitiéndole rescatar de entre las sombras a la temblorosa niña que residía en su interior. Aquel trato especial era mal interpretado por el alumnado de la secundaria, quienes, desconociendo la verdad, creían que su parentesco con la doctora la dejaba ilesa de las faltas que cometía.
Un viernes por la mañana, cuatro días atrás, Marlene tuvo un escandaloso enfrentamiento con Helga. Fue en un pasillo de la escuela mientras se dirigía al bebedero. Helga salía de una charla con su tía en la oficina, encontrarse con aquella niña introvertida caminando sola despertaba en ella el deseo de atacar, descargar su furia contra alguna presa indefensa. Experimentaba cierto desdén hacia ella en particular, algo que se manifestó desde su primer encuentro. El aspecto que proyectaba enloquecía a Helga, la idea de una posible tendencia homosexual daba vueltas en su cabeza; era parte de su psicología odiarla por ello, aunque ella misma rechazara el orden sexual. En realidad Helga se veía reflejada en aquellos aspectos, aquel odio especial que experimentaba era producto del rechazo que se tenía así misma.
–¡Buenos días extraña! –exclamó cínicamente.
Las paredes del pasillo estaban cubiertas de casilleros, la cabeza de Marlene impactó fuertemente en uno que despedía un olor desagradable cuando la ruda muchacha le sometió bruscamente contra ellos.
–¿Qué buscas de mí? –Cuestionaba con desconcierto - ¡Yo no te he hecho nada!
–¡Quiero tu dinero! –era mentira, Helga no tenía necesidad económica alguna; Lo que ella realmente quería era el respeto y temor de su prójimo, sólo encontraba esa forma de obtenerlo.
–¡No te daré nada! –era difícil para Marlene imponerse en aquella situación, la muchacha le sujetaba el brazo por la espalda, aplastando su cara contra el frío metal del casillero.
–¿Ah no? –torció tanto su brazo que Marlene dejó escapar un fuerte alarido. Sus oscuros deseos estaban saciados, pudo liberarla y sentirse contenta por el resto del día, pero algo la incitaba a más. Helga cometió el error de creer que Marlene se sometería sin resistencia a partir de entonces. Apenas consiguió liberarse lo suficiente, se volvió en su contra y le plantó una bofetada. La muchacha experimentó una extraña serie de sensaciones. El dolor físico proveniente de su mejilla penetraba en su cráneo directo a su mente, le había sacudido el cerebro en todos los sentidos. Fue como si una gran barrera se derrumbara en su interior, dejando entrever a la niña débil y atormentada que habitaba bajo el yugo del monstruo neblinoso de su terrible pasado. El dolor de un golpe no se había presentado en años, nadie había tenido el atrevimiento de levantarle la mano desde que dejó de vivir con su padre. Marlene rompió aquello que contenía la sombra del señor Erickson, ahora se desataba y Helga tenía un nuevo motivo para odiarla.
La mejilla de la paralizada muchacha estaba enrojecida, mostrando claramente el contorno de la mano que la golpeó. Marlene temblaba de ira y miedo frente a ella, ¿qué ocurriría ahora? Echó a correr, tras de ella Helga volvió en sí, lanzando un extraño chillido mezcla de rabia e impotencia. Le embistió con fuerza, ambas cayeron y comenzaron a forcejear en el suelo. Marlene luchaba contra una encolerizada bestia que duplicaba su peso, no tenía oportunidad. Afortunadamente aquello no duró mucho, el ruido que habían estado haciendo atrajo la presencia de un prefecto, que con algo de esfuerzo consiguió separarlas.
Marlene ya se encontraba bajo vigilancia de la doctora Grant, pues cuando Helga le dio la bienvenida a la escuela también recibieron una llamada de atención. Se había interesado en su perfil, sobre todo después de aquel incidente, y no lo pensó dos veces antes de citar a su madre para indagar sobre su condición familiar.
Se podría creer que Helga había resultado ilesa de este último enfrentamiento, pero no fue así. Además del horror que Marlene revivió en ella, la decisión de su tía de internarla en algún instituto reformatorio se había vuelto más sólida. Martha no era tan indulgente con su sobrina como la escuela pensaba, estaba consciente del problema y de la creciente violencia con la que actuaba la chica. Fuera de la escuela, en el seno familiar, la vida también se había vuelto más difícil. No podía intervenir con brusquedad, Helga respondía de forma hermética ante esas circunstancias, por ello vacilaba al tomar fuertes resoluciones. No obstante, el corazón de la muchacha se endurecía de todas formas, el tiempo de actuar se agotaba y Martha estaba cansada de ver sus métodos fracasar. Comenzaba a percibir los rumores como algo cercano a la realidad… ¿y si realmente había sido demasiado blanda, hospedada en la idea de que cuando niña ya había sufrido bastante sin ser culpable de nada? Quizá no estaba capacitada para ayudarla, debía encontrar una forma de enmendar aquella falta de tacto.
Helga se iría, ya no había decisión que le pareciera más prudente a su tutora; le amaba como a una hija y le pesaba fuertemente, pero por su propio bien, tendría que separarse de ella. Aunque existía la esperanza de que se redimiera bajo la amenaza de tener que dejar Grayhills; la doctora tenía esta última ilusión. Sin embargo, aquel martes, con el tercer enfrentamiento, tal ilusión se esfumaría junto con un futuro de prosperidad para Helga, pues sus trastornadas emociones la llevarían a cometer un acto atroz de terribles consecuencias.
Como se dijo, Helga vio a Marlene entrar al baño, vigilaba la puerta junto con algunas de sus amigas desde que comenzó el receso. Se ubicaba en un punto concurrido, para atravesar el plantel de un lado a otro había que pasar por ahí; además, Helga esperaba que Marlene usara aquel servicio tarde o temprano, el lugar era perfecto, por eso lo vigilaba desde el día anterior.
Marlene se lavaba las manos cuando se sintió observada, levantó la mirada y vio en el espejo el rostro crispado de Helga. Se volvió hacia ella, la atmosfera del lugar parecía pesada, Marlene sintió aún más temor que en aquella ocasión de la bofetada; se encontraba muda, deseaba gritar pero le era imposible. Una niña pequeña salió de un cubículo, al percatarse de la escena tan tensa se alejó rápidamente, tropezando con una de las secuaces de Helga que, con desconfianza sobre sus actos, montaba guardia en la puerta. Apenas la niña se perdió de vista, Helga se arrojó contra Marlene. La tomaba por el cuello con ambas manos, arremetió con tal fuerza que la muchacha terminó sentada sobre el lavabo, con la espalda oprimiéndose contra el chirriante cristal del espejo.
Helga estaba fuera de sí, todo el odio que le tenía a su padre se canalizaba hacia su víctima. Su mente era una pasarela de recuerdos terribles, nítidos nuevamente, después de años de haberse opacado. Aquella chica que se asfixiaba entre sus palmas era la responsable de ello, aunque la pobre no pudiera precisar por qué.
La muchacha miraba suplicante a su agresora, sujetando con ambas manos sus pesados brazos y empujando con ambas piernas su inmenso cuerpo, haciendo uso de una fuerza inferior que decaía con rapidez. Helga no sentía satisfacción alguna, aquel sufrimiento era insuficiente. Atacó de la manera más violenta que pudo concebir su mente en el momento, pero ya viendo su obra puesta en práctica, le parecía escueta. Quería escuchar aullidos de dolor, que el sufrimiento de su víctima fuese más evidente o se presentara en más formas. Terminó soltándola justo cuando Marlene comenzaba a perder la visión, un cruel pensamiento evalúo que no valdría la pena matarle de aquella manera tan insípida, carente de los detalles que poseía todo aquello que la atormentaba en su mente. Imaginaba complacientes escenas en las que torturaba a sus víctimas de forma cruel e inhumana, sus viejas acciones le parecían desabridas y desnudas de los verdaderos matices de la brutalidad. Su transformación casi se completaba, moldeada por la influencia remota de su padre a través de sus recuerdos. Helga se convertiría en una asesina, frente a ella estaba el cordero del ritual: esa extraña chica tendida sobre el lavabo con el cuello enrojecido, respirando con dificultad.
Tenía la frente bañada en sudor, un sudor nervioso, producto de una frenética excitación. Los dorados rizos de su cabello estaban empapados, caían hacia delante cubriendo su rostro. Su amiga continuaba en la puerta, mirando todo sin sentirse capaz de hacer nada. Cuando Helga les pidió ayuda para “vengarse”, ella fue la única que vaciló sobre si seguirla o no en su obstinada empresa. Ya en aquel punto sus demás seguidoras le habían abandonado, ella permanecía sólo con la intención de evitar que Helga cometiese alguna tontería. Quizá era la única de sus “amigas” que la estimaba realmente, estaba desesperada por detenerla, pero no tenía idea de cómo hacerlo.
–Helga… creo que esto ya ha ido demasiado lejos –dijo con una voz ahogada
–¿Lejos? Esto apenas ha comenzado –reprochó la otra, desfundando una navaja de oficina; Marlene vio la luz de las lámparas centellar en ella como un lejano resplandor en la oscuridad.
Flotaba inmersa en tinieblas, el aire le faltaba y la luz sólo era un débil hilo de plata proveniente de la lejanía. El silencio sofocaba sus oídos, como si una inmensa presión evitara que sus membranas pudieran vibrar. Se percató de su cabello, suspendido alrededor de su rostro: no era corto como ella lo usaba, era muy largo y parecía de color rojo; rodeaba su cabeza como si se encontrara bajo el agua. La luz comenzó a intensificarse, dándole forma a su entorno. Pronto estuvo de vuelta en el baño de su escuela, pero sintiéndose extraña, torpe.
Helga se acercó a ella, rasgando con la navaja el suéter rojo que la cubría hasta desnudar completamente su brazo. Marlene miraba aterrorizada, demasiado débil como para evitarlo.
–Tranquila, no pasa nada –Habló la voz de Helga, pero no eran sus palabras, eran las de su padre, haciendo eco desde sus memorias:
–No pasa nada –repite por segunda vez un hombre con su lasciva voz, acariciando el rostro de una pequeña niña de rubios y rizados cabellos que tiembla oculta bajo las sabanas de su cama-. No hay nada que temer –concluye la voz de Helga siguiendo al pie de la letra aquel falso y viejo dialogo de palabras tranquilizadoras-, nada que temer… –repite sin aliento y con lágrimas en los ojos, acariciando a su vez el rostro de Marlene y recordando como su padre se llevaba lentamente la mano a los labios después de recoger con ella las lágrimas de aquella aterrorizada niña.
La furia se intensificó en Helga, hirviendo en sus entrañas. Trata de lacerar el brazo de Marlene con la esperanza de encontrar sus gritos en aquella acción, gritos semejantes a los que la mano de su padre opacó en otros tiempos. Su amiga se lanzó a detenerla, pero terminó en el suelo, derribada por un fuerte golpe.
Cortaba la piel sobre las venas del brazo desnudo de su víctima, derramando sangre sobre el lavabo. Marlene miraba aquello perdida en el miedo, su cuerpo estaba torpe, no le respondía; aún sentía los oídos como debajo del agua, deseó gritar por el dolor, pero le faltaba el aire. Vio espantada como una extraña forma se dibujaba con su sangre al tocar el agua. Al principio pareció sólo una espiral, tinta roja que se escurría al diluirse con el agua, formando surcos al azar; pero luego surgieron proyecciones, formas que persistieron por el tiempo apenas necesario para que su mente pudiera recordarlas. Aquella figura le inquietaba de una manera extraña. Una vez que desapareció, arrasada por gotas de nueva sangre cayendo, volvió su audición, anunciada por un extraño bramido: un chillar sonoro, un eco que parecía provenir de las profundidades de la tierra.
Fue cegada por la luz, una luz desconocida y fulminante que llegó de ningún lugar; Marlene se perdió en aquella luz. Cuando despertó había acabado todo, las imágenes llegaron a su memoria poco a poco, revelándole el desenlace. Pasó tan rápido, primero se irguió con una extraña facilidad, como si hubiese flotado; la amiga de Helga yacía aún en el suelo y ahora miraba atónita el extraño cambio de papel. Marlene sujetaba el brazo de Helga con una fuerza que desconocía poseer, incluso lo hacía con su brazo herido sin ningún problema; ahora era su atacante quien se miraba aterrorizada. Ondas de calor recorrían su cuerpo, dejando en su pulsante ausencia un frío glaciar en sus miembros. Pronunció algo en voz alta, pero no era su voz la que hablaba; si tan sólo pudiese recordar qué fue lo que dijo, pero sólo recordaba su pecho vibrar fuertemente.
Helga trató de alejarse desesperadamente de la víctima que ahora se volvía en su contra, pero la muchacha no liberaba su muñeca. Repentinamente Marlene sintió flaqueza en sus brazos y soltó a la ahora indefensa Helga; le vio caer hacia atrás, resbaló, pues el suelo estaba inundado, y atravesó un cubículo derribando su puerta. Marlene también cayó, cayó sobre sus rodillas, desvaneciéndose. El prefecto que entró al baño le encontró así, tendida sobre un charco de agua y sangre. Llamó por radio a la enfermería escolar al notar la herida, se acercó a Marlene y fue entonces cuando encontró a Helga tendida junto al retrete en que se desplomó; a su lado su amiga trataba de reanimarla inútilmente.
Marlene había recuperado la razón en el Hospital, fue ahí cuando se dio cuenta de que realmente no había perdido la conciencia sino hasta haber caído al suelo. Su memoria estaba desordenada, aquella escena no parecía realmente haber ocurrido, era como un sueño lagunoso; durmió cuando Helga le atravesaba el brazo con la navaja y despertó hasta encontrarse en el hospital, varias horas después del incidente. Le cosieron la herida, no era tan grave después de todo, esa misma noche fue dada de alta tras ser examinada por un doctor.
–No será necesario que se quede aquí toda la noche, aunque sería bueno que mañana viniera a revisión; lo único que necesita es descansar y lo hará mejor en su propia casa. –El doctor llamó a la enfermera de Marlene y acomodaron todo para su salida.
La peor parte del incidente la llevó Helga: cuando cayó hacia atrás se golpeó fuertemente en la gruesa tubería de alimentación del retrete, no despertaba y sus signos vitales eran bajos. Le trasladaron también al hospital, donde fue diagnosticada con coma postraumático.
Marlene pasó por la habitación en la que se encontraba su agresora, al notar que era ella se detuvo en la puerta para mirar; la doctora Grant tenía la frente entre los brazos, apoyada en la cama de su sobrina. Debió sentirse observada, pues alzó la vista. Tenía los parpados hinchados de lágrimas, su rostro tomó una doliente expresión al ver a Marlene en el pasillo, la miraba con un fuerte recelo. La chica se alejó con el corazón punzando más que su brazo.
Helga despertó del coma tres meses después, advirtiendo que había perdido totalmente la movilidad de la mitad inferior de su cuerpo y que le era difícil coordinar sus brazos o sus palabras. El traumatismo craneal dañó su sistema nervioso, dejándola en una silla de ruedas que ella sola no podía manipular, padeciendo además una enorme dificultad para comunicarse.
La doctora Grant no guardó su rencor después de enterarse de todo lo ocurrido por boca de la amiga de Helga al día siguiente del accidente. La corte dio su veredicto fallando a favor de Marlene, pues aunque la descripción de los hechos insinuaba que ella había empujado a su rival, lo había hecho claramente en su defensa. Helga habría terminado en una correccional para menores de no ser por su estado de salud; estando en coma no representaba ningún peligro para la sociedad y cualquier penalización quedaría reservada para el día en que lograra despertar. Tres meses después la agresora se encontraría de nuevo en su casa, mirando la televisión sabatina desde su silla de ruedas en una tarde lluviosa, mientras su tía le observaba tristemente desde el comedor.
–Al menos… –decía para sí, abatida y resignada, la doctora Grant-, ya no tendrás que separarte de mí.
Pero aquella noche al volver del hospital, Marlene experimentaba una creciente furia. Esa extraña sensación de haber estado soñando durante el accidente le molestaba de sobremanera. Recordaba estar actuando fuera de sí, como si alguien manipulara su cuerpo. Además, ¿qué diantre era aquella imagen que vio formarse con su sangre?
Ignorando a su madre, que al volver a casa no hizo más que sentarse a oscuras en la sala, sumida en sus pensamientos, se encerró en su cuarto, tomó papel y un carboncillo, y se dispuso a plasmar aquella difusa imagen. Ahora no estaba interesada en nada artístico, tomó lo primero que encontró, sólo deseaba ver más claramente. Terminó, finalmente estaba conforme, esa extraña inquietud surgía en ella al mirarle de nuevo, ver cada detalle. Era una especie de estrella de seis picos, todos largos, gruesos y ondulados; el más largo era el superior, y era el único que no se ramificaba en la punta. Luego había algo por encima del pico inferior, una forma como de gota que surgía del centro ovalado de la figura, una gota que llevaba dentro una espiral, semejante a la que viera en un principio y que después se trasformase en la figura entera. Los otros cuatro picos se repartían circundando la figura, era una vista extraña, como sí rodearan la forma de gota. Parecía, en cierto modo, la cáscara de una banana… o quizá una flor: donde el pico superior sería el tallo y el resto los pétalos, con esa gota surgiendo del centro. A Marlene aquella forma se le antojaba como la representación de un objeto marino, quizá un pez o una estrella de mar.
La miraba con detenimiento, preguntándose su origen o su significado; sus dudas ya habían opacado su coraje. Finalmente la venció el cansancio, se durmió frente al extraño retrato, ahí, sentada en el suelo de su habitación. Abajo, su madre llamaba por teléfono desde la oscuridad de la sala; Marlene alcanzó a escuchar la marcación entre sueños, el sonido de las teclas mezclado con un relajante vaivén, como las tenues olas en la orilla del océano cuando se encuentra tranquilo. Había un rumor en el aire, el viento susurraba suavemente las mismas palabras una y otra vez, con una voz femenina y maternal.
–La Sirena del mar… La Sirena del mar…
Con aquella inquietante figura dibujada por nubes de tormenta en el horizonte de un día moribundo, sentada sobre la arena de una inhóspita playa, Marlene caía en un dulce sopor, arrullada por una suave y lejana sinfonía.
Aquí vamos nuevamente. Las últimas dos semanas han sido bastante ajetreadas para mí, tanto en la escuela como en el trabajo. Ya veía esto desde el viernes pasado cuando no había terminado la revisión del borrador del episodio XX y al frente tenía un fin de semana igualmente ocupado. Estoy enfrascado en su revisión y prefiero no apresurarla, lamento anunciar un retraso más.
A mis lectores, una nueva disculpa y un adelanto de lo que saldrá el próximo domingo (con toda seguridad):
«Todo comenzó con claridad, cuando la luz llegó a sus ojos aquella mañana, ya estaba lista para recibirla. No necesitó de su alarma, estaba despierta, entusiasmada por iniciar el día. Era una sensación que desenterraba de la niñez, de los tiempos de luz. Incluso su madre debió notar aquel brillo en su mirada, por un momento, la brecha de inseguridad y preocupación que incomunicaba a madre e hija, fue flanqueada por un cálido abrazo. Se despidieron con la llegada del autobús, de pronto parecía que todo quedaba en su lugar.
»Dentro del vehículo, Marlene reservaba un asiento. Su ocupante abordó el transporte en la penúltima parada antes de llegar a la escuela. Al verla, su rostro mostró una alegre expresión, él también la esperaba; la chica hizo algo que no frecuentaba hacer últimamente: sonreír. ¿Cómo imaginar que la desgracia le aguardaba en aquel día iluminado?»
Los espero el próximo fin de semana, gracias por su visita y su tiempo.
Al viento susurro nuestra historia, voz de mis ancestros, hoy por fin hemos alcanzado a nuestro redentor. Un nuevo pacto se ha hecho, un nuevo capítulo comienza. Mi alma danza de gusto en este rincón olvidado.
Los huesos se estremecen bajo la tierra, lo siento en este páramo sin tiempo. Las brumas nublan nuestra mente, pero el deseo continúa impasible: «Cercano es el momento…» dice, «roja es la flecha que apunta hacia destino».
“La celebración de los rostros pintados” así le llaman los altos grises. En aquel entonces aún podía escucharse el rumor del océano, incluso en estas tierras altas. Los centinelas encontraron las huellas de una extraña manada, su aroma incierto los confundía. Permaneció en sus mentes durante el descanso, haciéndolos soñar con tierras lejanas y repletas de bestias desconocidas. Siguieron el rastro hasta dar con aquel grupo forastero.
Se mantenían erguidos, llevaban sobre su cuerpo pieles y colmillos de otros animales, y de sus manos brotaba el fuego: símbolo de la destrucción, el que todo lo consume. ¡Cómo pudimos ignorar la terrible señal! Ellos tenían la misma naturaleza, pero entonces fuimos incapaces de verlo. Su brillo cegó a los centinelas, que volvieron a casa detallando las maravillas vistas.
Eran cazadores de gran potencial, una unión sería benéfica para ambas razas. Fue enviado un embajador, llevaba consigo un tributo para los hombres: la mejor parte de nuestra caza. Volvió al alba con el cuello rodeado por piedras y colmillos, y una gran historia que contar. Esa noche la manada entera fue a visitar a los hombres.
Así lo veo en este túnel del tiempo, “la celebración de los rostros pintados” los altos grises danzaron junto al hombre frente al fuego, sintiéndose uno con él. Comieron y bebieron de sus manos, aspiraron los vapores de las hierbas e infusiones que arrojaban a las llamas y se dejaron pintar el cuerpo con colores fabricados por aquellos seres. Esa fue la nefasta noche en que cometimos la imprudencia de pactar con el hombre.
Aquel grupo continuó su marcha por las tierras de mis ancestros, llevándose consigo a una parte de la manada. Dejaron con nosotros la reliquia que ahora nos encierra, un recuerdo del juramento que hicimos aquella noche. Los altos grises recuerdan con desdén a los traidores. Aquellos que nos abandonaron y se unieron a los hombres fueron los únicos que cumplieron verdaderamente el juramento; nosotros reproducíamos de forma ignorante aquel ritual, esperando su regreso amistoso, pero cuando el hombre volvió no fue el mismo, como tampoco lo fue la herencia de nuestros hermanos que se cobijaba a sus pies.
Me transporto de nuevo al presente con lágrimas en los ojos, aquel hombre amistoso de los tiempos de antaño desapareció junto con la voz del océano y el andar calmoso de la señora del bosque en los amaneceres. Hoy sólo quedan sombras entre los pilares de esta catedral antigua. La tierra tiene sed de venganza.
Sabemos que algo viene, lo sentimos como una energía creciente, un ánimo que nos invade. En el oscuro puente que ahora nos encierra, en este mundo sin nombre y sin tiempo, conocimos nuestra verdad, vimos nuestra muerte, supimos el porqué. Seguimos al Zorro con la esperanza de redención. Debemos buscar la forma de separar lo que unimos antes, una nueva coalición podrá ayudarnos. Puede olerse algo en el aire: hay un susurro nuevo… o un susurro que tenía siglos callando; ¿lo puedes sentir, viajero?
Corríamos, como con la presa deseada sentí en él la admiración por el oponente. Dos veces cayó, la primera decidimos esperar: estaba frente a un hombre que nuestro instinto llamó a temer. El viento que nos guiaba se calmó frente a él, esperamos observando tras los árboles. Creímos escuchar una voz conocida; frente a nosotros surgió una espantosa revelación.
Miró al suelo, su rostro se ensombreció; un fantasma terrible y desconcertante se manifestó ante nosotros. Los altos grises nos advierten, la sombra azul que sigue a nuestro redentor es señal de precaución; habrá que cuidar a dónde guiará nuestros pasos.
Zorro es perseguido por las sombras de su pasado, los ángeles susurran a sus oídos los recuerdos, los ángeles de ojos azules, los ángeles que habitan tras el Muro de Vidrio; los altos grises nos advierten.
El rumor de un recuerdo y el aura noble que rodeaba aquella figura humana aumentaron, como un repentino suspiro que oprime el corazón, para después desvanecerse. Realmente nos sentimos cercanos a nuestra madre y eso reanimó nuestras esperanzas; el plan continuó en pie: seguimos al zorro. No pudimos retener más nuestro deseo, derribamos al hombre con el viento que nos obedece y perseguimos a nuestro redentor en aquel juego divino de la presa y el cazador.
La segunda vez que cayó fue nuestro, le revelamos nuestra verdad, le otorgamos nuestro perdón: Zorro es ahora nuestro guía y yo, Seneél, me he convertido en el heraldo de mi manada. Mi mandato ha terminado, no soy más alfa.
Zorro nos guiará al lugar adecuado, un nuevo pacto está hecho. El viaje aguarda al frente, mas los altos grises no dejan de advertirnos: habrá que abrir los ojos.
Un hombre joven se balanceaba sentado en una rústica silla de madera con los pies cruzados sobre su escritorio; jugaba con un cubo de colores, girando y torciendo sus aristas para ordenar sus caras dejando un sólo color en cada una de ellas. El detective Denis Hudson lo miraba impacientándose de manera creciente con cada segundo que pasaba, aunque su rostro poseía una invariable serenidad, por dentro no podía soportar más aquella espera.
–De modo que el Estado sólo lo envió a usted como apoyo –dijo el hombre de la silla sin retirar la vista de su colorido cubo.
–Eso me parece –forzó una sonrisa.
–Y… ¿cuál es su especialidad, su papel en las investigaciones?
–Lo lamento, pero preferiría tener esta conversación hasta que el comisario esté aquí.
–Bueno, si así lo desea… –en realidad no sonaba conforme. Duró muy poco callado, apenas un instante que le pareció menos que breve a Denis-. ¿Sabe qué? Esperábamos a más de un hombre… quiero decir, no dudo de sus capacidades como investigador, probablemente sea una eminencia y pueda con todo usted solo, pero… realmente esperábamos un equipo forense o algo de más de un individuo.
–Se evalúo el caso según lo descrito en su petición, y se concluyó que lo mejor sería enviarme a mí. Soy una especie de embajador (por así decirlo), vine a analizar la situación con profundidad, obtener datos y expedir mis conclusiones. El Estado no puede hacer más. Tengo entendido que el cadáver ya no existe; lo que es una lamentable irregularidad; la escena del crimen fue desmantelada y la poca evidencia que poseen es considerada inconsistente. No se pudo enviar a un equipo forense puesto que ya no queda nada que analizar según sus métodos.
–Entonces, si usted no es forense… ¿es alguna especie de interrogador profesional? ¡¿Trajo su detector de mentiras?! –De su boca se escaparon algunas gotas de baba junto con aquellas burlescas preguntas. Se reía cínicamente, Denis perdía la paciencia ante sus atrevimientos: el caso era especialmente delicado y extraño, los altos mandos no sabían cómo proceder, realmente no tenían muchas alternativas; en aquellos lugares, tan dispersos y descentralizados, las personas solían tomar acciones propias y muchos abusos se perdían en la impunidad.
El comisario entró en ese instante, pasó de largo sin advertir al detective, fue directo a su escritorio, calzó sus gafas y comenzó a revisar algunos archivos que había encima.
–Señor, este hombre es el detective Denis Hudson –le hizo saber el sujeto del cubo al comisario. Tal como antes, hablaba sin mirar otra cosa que el objeto que inacabadamente giraba en sus manos.
–¡Vaya! Así que consiguió llegar después de todo –exclamó con indiferencia después de reconocerlo. Dejó los papeles que antes pretendiese revisar, se quitó las gafas y las prendió de su camisa-. Y bien –comenzó entrelazando las palmas-; señor Hudson, cuénteme, ¿exactamente qué vino a hacer a este lugar?
Denis estaba contrariado, sentía como si anduviera metiendo las narices donde no lo llamaban. La mirada severa del comisario calaba terriblemente, tenía un pie fuera de la finca y otro sobre su auto, los músculos de las piernas le saltaban, deseando largarse por la indignación. Aun así se contuvo, y con la mayor seriedad expuso:
–Por orden de la guardia federal y en respuesta a una petición expedida al estado occidental de la GRN con signatura de la comisaría del sector veintitrés subsección doce, he venido a analizar y recuperar información sobre el caso de homicidio número dieciocho en lo que va del año, el asesinato del menor Morrison. Usted señor Greene, si no me equivoco, firmó y envió dicha petición, declarando a su departamento como impropio para atender el caso.
Aquello surtió el efecto deseado, una tenue sombra de vergüenza en el rostro del comisario le hizo saber que reconsideraba su postura, después de todo Denis representaba a la guardia Federal, el cuerpo ejecutivo de máxima autoridad en el país.
–Sí, bueno, a estas alturas ya debe conocer a grandes rasgos de qué se trata esto; confío en que comprende lo delicado de la situación, lo difícil que es tratar con la gente de este lugar. Aquí la justicia y la moral son conceptos muy personales, la autoridad no es respetada; es algo con lo que he venido lidiando por más de treinta años –suspiró-. Es difícil conservar la evidencia, el personal que poseo me es insuficiente para controlar los ímpetus del pueblo –el policía del cubo fingió toser, probablemente molesto por aquel comentario de acento despectivo; mas su reproche fue inadvertido, enterrado por las firmes palabras del comisario-. ¡Gracias al cielo que rara vez ocurren cosas de gravedad! Se apoderaron del cadáver como si se tratara de una amenaza pública, fue una revuelta, le incineraron de inmediato y sin mi consentimiento, ahora sus restos descansan junto a su padre; la velocidad a la que actuaron fue impresionante, como si estuviera premeditado, como si hubieran esperado por años a que esto sucediera. No pude hacer más que tomar preso al hombre que encabezaba la maldita iniciativa… la tensión en las calles es tremenda, no me extrañaría que se iniciara otra revuelta por su causa. Por eso solicité apoyo al estado, la situación se me ha salido de control, no se extrañe de mi pregunta, sólo deseo saber cuál es realmente la respuesta que me manda la Guardia Federal.
Aunque la mirada del comisario continuaba tensa, la sensación de incomodidad había disminuido. En aquel duelo de argumentos, ambos ataques habían acertado. Denis también reconsideraba su postura, de pronto se sintió pequeño e inservible junto a aquella problemática. Podía contemplar la situación desde un nuevo ángulo y compadecer al comisario por el apoyo tan escuálido que el estado le proporcionaba.
–Mi especialidad, señor Greene… –vaciló un instante, de pronto se sintió incapaz de continuar de aquella forma, no sabía cómo decirlo, no quería, ya no… pero tenía que hacerlo-, soy un… Psíquico Forense.
–¡¿Cómo ha dicho?! –Exclamó sin disimular su irritación. «¡Vaya sujeto resultó ser!» pensaba, mientras el comercial de un lector del tarot que aparecía en televisión surgía de su memoria. Recuperaba el mal humor que tenía al retornar a la comisaría, y que había sido causado por la decepcionante revelación de aquella mañana. Resignado, dispuesto a escuchar, había alcanzado cierto grado de serenidad, pero aquella confesión lo desbordaba de nuevo-. Es algo gracioso, ¿no se referirá a un psicoanalista… o algo por el estilo? –preguntó con una insípida risa incrustada en su voz.
–No exactamente. Tengo adiestramiento psicopatológico, pero, por extraño que se escuche, mi papel en la policía es de inteligencia psíquica.
–¿Está tratando de decirme… que es alguna especie de médium, de… vidente; y que además de todo, trabaja en la Guardia Federal? Sencillamente no lo comprendo.
–Soy un psicoanalista –concluyó Hudson, cansado de las impertinencias de aquella visita-, si así gusta designarme. Como usted no puede brindarnos evidencia médica o empíricamente analizable, me han enviado para examinar a sus testigos… así como las escenas del crimen…
–¿Escenas del crimen? ¡Pero si ya no queda nada! –Su irritación era rapsódica, Denis creyó que terminaría volcando su escritorio en un ataque de rabia-. El sitio fue intervenido por la gente… ¿qué piensa hacer, consultar a los espíritus? –Se detuvo a esperar una respuesta, el detective sólo desvió la mirada-. ¡Esto es increíble! Lo tengo a usted con sus poderes sobrenaturales y a la horda incontenible de trogloditas que habitan este lugar… –el hombre del cubo volvió a toser, esta vez tuvo un efecto tranquilizador en el carácter del comisario, de modo que continuó con más sosiego después de un repentino y breve silencio-. Estoy consciente de que los hechos le dan un panorama más que evidente al caso, sé que el estado no otorga tal nivel de importancia a estos acontecimientos como para enviar un equipo forense de avanzada, y que de todas formas tendría poco para ofrecerles. Incluso me había hecho a la idea de atenerme a las lentas y protocolarias investigaciones de baja relevancia, pero lo menos que esperaba recibir como respuesta era un analista de fantasmas.
–Usted no comprende esto aún. Mire, es tan inédito para mí como extraño para usted; nunca he sido la primera ni mucho menos la única opción para analizar un caso; pero dada la situación, nadie podrá ayudarle mejor que yo –tomó un poco de aire, debía ser cuidadoso con sus palabras-. Mis métodos son de una ciencia muy reciente, de frontera. Rozan lo poco razonable, lo desconocido, pero no por ello son menos reales. Los fenómenos a los que me enfrento los hemos comprobado, repetido y analizado en nuestros centros de investigación. No soy ningún médium o vidente, ni cualquier cosa que haya escuchado antes… se lo puedo asegurar.
»Estudio la psique; la naturaleza y potenciales de la conciencia. Vamos más allá de la psicología oficial, nuestro psicoanálisis se transforma en metapsicoanálisis. Las charlas serían largas señor Greene, y al final usted continuaría en su posición escéptica mientras no me vea actuar. La participación de mis colegas y mía en investigación criminal siempre tuvo como principal objetivo la experimentación y perfección de la técnica, no el esclarecimiento de una transgresión. En otras condiciones no estaría aquí, al menos no sólo… soy su única alternativa, pero le garantizó que puedo ayudarlo.
El comisario lo miraba inquisitivamente. Aquello no era de ninguna manera lo que esperaba, se hubiera conformado con alguien capaz de interrogar a sus testigos; este hombre decía poder hacerlo, pero… ¿cómo confiar en él, si lo que exponía sonaba tan disparatado?
–De acuerdo –continuó después de analizar aquella situación por un momento-. Suponiendo que me atengo a sus métodos, ¿qué es exactamente lo que hará?
–Me gustaría escuchar el testimonio de algunos espectadores; tenía intenciones de entrevistar a la madre de la víctima, pero me parece que he llegado tarde para eso. Podríamos empezar con su propia versión de los hechos, ¿qué le parece?
Se escuchó un clic y luego el impacto en el suelo de varias piezas de plástico de tamaño pequeño; el policía del cubo había sufrido un accidente, su juguete se había roto y desarmado, en su vientre yacían una docena de pequeños cubitos con caras multicolor en un fondo negro, algunos otros continuaban en sus manos, parcialmente unidos. Su semblante había perdido la arrogancia de antes, ahora se mostraba pálido, con un extraño y ligero crispamiento. Dejó los restos del cubo sobre su pupitre, se puso de pie, tomó su humeante taza de café y salió de la comisaría. Pasados algunos segundos, el comisario rompió el silencio que se produjo.
–Tendrá que disculpar el carácter de mi dependiente, suele tener espontáneos… arranques de ira.
–¿Y ocurre con frecuencia?
Rió con la garganta pero no contestó la pregunta. –Advertirá señor Hudson –comenzó con un tono bastante alegre, aquel era ya el mismo hombre que Denis encontró camino al lugar-, que hay personas en este pueblo deseosas de enterrar lo acontecido, sea cual sea la verdad; la gente aquí es muy sugestionable, supersticiosa. Creen que la amenaza se ha ido y se «encomiendan a Dios» para que no vuelva; ellos no desconfían del hombre en este caso, ellos realmente creen que fue el pecado lo que mató al muchacho. Tengo mucho que contarle, no sé realmente por dónde empezar, pero tenga por seguro que no omitiré detalles; es importante que conozca la verdad sobre este lugar: Deepwood encierra muchos secretos, aquí la gente acostumbra guardar silencio –hizo una profunda respiración y miró al techo, como concentrándose en un sonido lejano-. Hay días en los que sólo se escucha el ruido del viento chocando contra los árboles…
»Usted sabe, América fue una tierra salvaje, por siglos ajena a la represión de los dioses del viejo continente, gobernada únicamente por el yugo de sus propias creencias. Pero ni siquiera los grandes imperios Americanos extendían su reinado sobre estas tierras altas, eran un rezago de la autoridad; cuando los colonos europeos vieron oro en el sur, los anarquistas religiosos vieron libertad en el norte. No hace falta profundizar en esta vieja historia; el mundo dio los giros que dio: independencias, revoluciones, guerras con miles de propósitos… todo, hasta convertirse en lo que es hoy; en ocasiones la historia nos recuerda los detalles, otras veces nos lo oculta. Ideas conservadoras y mentes liberales han sido la dicotomía protagonista de muchas de estas guerras. Sin importar cuanta sangre caiga, ambos bandos siempre existirán; aun cuando uno predomine, el otro permanecerá latiendo, quizá oculto en algún rincón falto de luz, esperando el momento en que podrá erguirse amenazador nuevamente. La libertad es el yugo que atormenta nuestro mundo hoy día, tal vez no lo considere así pero, mire detenidamente, de todo lo que me ha hablado, ¿cuántas de esas cosas que dice haber hecho no lo tendrían en otro tiempo sobre el cadalso? La represión mantiene el pueblo a raya, a pesar de ser algo cruel: nos estremecemos ante la simple mención de la palabra; sin embargo, ¿qué hay de la libertad, qué ocurre cuando el mundo puede hacer y pensar lo que le plazca? Un rebaño guiado por un pastor, incluso mediante golpes con su cayado, podrá atravesar integro un barranco, a pesar de la terquedad de las ovejas. Yo le pregunto: ¿podrían lograrlo solas, si nadie limitara sus pasos para que no lleguen al vacío?
»Le parecerá un modo arcaico de pensar, quizá considere que el hombre no posee la terquedad de una oveja o sus pasos torpes; pero yo le pregunto ¿acaso el hombre puede saber lo que le depara el mañana? Tiene que aceptar que nos movemos a tientas hacia el futuro, y esto sólo porque deseamos ver en él. Por eso el hombre descubre cosas, porque abre los ojos a nuevas verdades; no obstante, ¿cuántas veces el hombre no se ha quedado ciego ante tales revelaciones? ¿Cuantas veces lo que el hombre crea o descubre no ha terminado convirtiéndose en una herramienta más para su propia destrucción?
–Eso es, con todo respeto, una filosofía un tanto retrógrada.
–Lo sé, no lo niego, por eso no la comparto… no al menos en su totalidad. El punto es que las personas de este lugar sí lo hacen, por eso viven tan alejados del mundo moderno. Creen que el hombre puede vivir bien con lo que tiene y que de lo único que necesita más es de Dios. Quizá algunas ovejas necesiten ir a la oscuridad y fallecer ahí, sólo para que sus hermanas abandonen la terquedad; o quizá las ovejas deban abandonar el rebaño y valerse por sí mismas, para así trascender. Ideas conservadoras contra ideas liberales. Este pueblo es conservador y altamente derechista: las indagaciones no son bienvenidas señor Hudson, usted está aquí clandestinamente.
»A su tiempo el pueblo entero sabrá a qué ha venido; espero que esto suceda más tarde que temprano, la situación los ha vuelto hostiles, deberá ser cauteloso. La única autoridad que respetan realmente es la de Dios, le recomiendo usar eso como herramienta.
»Habiendo aclarado eso, proseguiré a contarle cuanto sabemos del caso –bebió un poco del líquido que contenía un termo y prosiguió leyendo uno de los documentos de su pupitre. Se trataba de una rústica crónica redactada con ayuda del médico local-:
«Entre la noche del pasado domingo dieciséis y la madrugada del lunes diecisiete de enero del 2011 la señora Miriam de Morrison de cuarenta y seis años de edad encontró, en las inmediaciones del bosque, el cadáver destrozado de su hijo Jacob Morrison de dieciséis años de edad. La mujer confiesa haber discutido fuertemente con él al menos un par de horas antes de encontrarlo muerto, siendo esta la causa de que el muchacho se encontrara en el bosque; había escapado de su casa. Dice haber esperado a que volviera por su cuenta una vez tranquilizado, mas dada la prolongada ausencia del joven, optó por ir en su búsqueda, hallándole en el estado descrito a continuación…» –detuvo la lectura, para extraer de un sobre un grupo de fotografías y ofrecérselas al detective. La primera imagen era realmente cruda, no soportó mirarla por más de un par de segundos, de primera vista no era fácil reconocer la forma de un cuerpo en aquella masa de carne y ropa desgarrada. Tomando control de sí volvió a ellas y comenzó a hojearlas una por una. Estremecían sus sentidos, pero se mantenía impasible en su exterior; tomaba aquello con la seriedad pertinente. Tenía experiencia forense, estaba acostumbrado a lidiar con cadáveres de victimas de accidentes terribles o consumaciones de mentes trastornadas, pero había algo verdaderamente sombrío en aquellas imágenes. Podía ver la espina dorsal del muchacho a través de un vientre hecho jirones: las entrañas habían sido removidas de manera accidentada, como si hubieran tirado de ellas; pero a la vez presentaban pequeños cortes, en fotos con mayor acercamiento pudo identificar ciertas características que dejarían las mandíbulas de un animal. Casi podía asegurar, debido a su empirismo y estudio previo, que aquella era la víctima de un felino grande. Pero los leones de montaña escondían a sus presas, si fuera el caso de un ataque, no hubiera sido tan sencillo dar con el cuerpo. La cantidad de sangre en la nieve indicaba que el muchacho había sido devorado en aquel mismo lugar. Aunque la cara estaba prácticamente intacta, el cuello presentaba una terrible herida, «la marca del asesino» pensó Denis, identificando perfectamente la mordida de una gran quijada. El comisario continuo –«Todos los órganos del área abdominal fueron removidos. Parte de los pulmones seguía dentro de la caja toráxica, pero el corazón parece haber sido extraído desde el vientre junto con los demás órganos faltantes. La pelvis se encontraba desfasada, el fémur izquierdo fracturado; ambas piernas presentaban múltiples desgarres que mantenían expuestos los huesos. El codo derecho separado, el antebrazo izquierdo presentaba fracturas múltiples en radio y cúbito, con punciones y desgarres, algunos falanges hacían falta en ambas manos…» bueno –interrumpió su lectura-, supongo ya habrá encontrado las notables señalaciones de un ataque animal; no hace falta terminar esta descripción y supongo que las fotos le son de mayor utilidad; en todo caso, los archivos de la comisaría están por completo a su servicio.
Denis miraba las fotos una tras otra, no conocía bestia que fuera tan selectiva en su alimentación. Sólo se había tragado las vísceras, descartando la carne de los muslos y brazos; además, buscó algo en específico: el corazón, lo había extraído de entre los pulmones dejándolos ahí, cómo si ya entonces aquel cuerpo no presentara mayor interés. Así fue abandonado, lo que para cualquier especie habría resultado una rica fuente de alimento, para aquel asesino no representaba nada; sólo le interesaba el corazón y lo que encontrara de paso.
–Yo conocía muy bien al muchacho señor Hudson, los jóvenes son escasos en estos lugares; Jacob era un chico noble… –se detuvo un momento, aquella muerte realmente parecía dolerle-. El señor Morrison trabajaba en una pequeña reserva Siux pasando la montaña, destinada a la conservación de especies; murió en un accidente hace cinco años. Desde entonces el muchacho vivía sólo con su madre, se mantenían gracias a una pensión del gobierno. Arthur Morrison luchaba contra la expansión turística y el deterioro que representaba para la reserva. En los últimos años, y en mayor intensidad después de su muerte, el lugar ha ido desapareciendo; no es ni una tercera parte de lo que solía ser. Este pueblo se cree conservador, la gente de aquí se queja de los intrusos citadinos que llegan a descomponer estas tierras con sus costumbres mundanas, pero no entienden que ellos fueron los primeros invasores; este lugar estaba repleto de nativos, hoy no queda ninguno. Arthur murió de manera sospechosa, a mi parecer no se trató de un accidente: grandes inversionistas se veían truncados por su presencia; nunca pude hacer nada por su muerte, si fue un crimen, fue sepultado junto con él. No quiero que ocurra lo mismo con la muerte de su hijo.
»Esta vez el ataque fue más directo, más terrible y sin justificación aparente. No quisiera creer que esto fue obra de alguna persona y quizá me falten argumentos para sostener tal acusación, pero el cadáver presentaba características anormales que no puedo pasar por alto. El pueblo tuvo la iniciativa de acabar con las manadas de lobos que circundan la región: no se han visto leones en años, no había ningún otro depredador a quien culpar. Encontraron al muchacho alrededor de la media noche, y antes de las dos de la mañana ya había partido un grupo de caza hacia la montaña, prestos a exterminar aquella “plaga” de bestias. Pero para qué contarle esto, si el mismo hombre que comandó ese grupo puede decírselo.
Se levantó de su asiento y fue al fondo de la habitación. Junto a una puerta había un llavero colgado por un clavo en la pared; lo tomó e introdujo una llave en el cerrojo, luego se volvió para llamar a Denis. Ambos cruzaron aquel umbral.
Dentro había una amplia habitación dividida de manera paralela con la puerta por un sólido rejado de hierro, lo primero que se veía al entrar eran los gruesos barrotes grises. Al fondo había un camastro con un bulto tendido en él, desprendía un ligero hedor a sudor viejo. La habitación era iluminada por un foco incandescente de baja intensidad, así que se encontraban a media luz. El comisario señaló un par de sillas semejantes a aquella en la que se balanceaba el otro policía al comienzo de la narración; Hudson se sentó en una y el comisario hizo lo mismo con la que se encontraba en contra esquina. Durante este tiempo el bulto sobre el camastro no presentó interés alguno en ver quién había entrado.
–Buenas noches, Amos –saludó con voz enérgica el comisario.
–¿Qué quiere de mí? –cuestionó una voz agria.
–Tienes una visita, este hombre desea conocer los detalles de tu pequeña aventura en el bosque de la otra noche.
–¿Ah sí? ¡Pues puede irse al diablo con su maldita curiosidad!
–Amos, será mejor que cooperes, no creo que deba recordarte que la caza de lobos es aún ilegal en esta parte del país; además, esa manada pertenecía a un ecosistema protegido, tienes suerte de que no te…
–¡Fue en maldita defensa personal!
–¡No digas estupideces Amos! Ahora me dirás que tú y esas veinte gentes fueron a buscar margaritas en pleno invierno pasada la media noche.
Hubo un silencio, aquel hombre se destapó y se sentó en el camastro, mirando a ambos oficiales con una amarga expresión. Era de tez morena, piel curtida y barba blanca mal rasurada.
–Sé por qué me tiene encerrado –comenzó con voz crispada-, me acusa de haberle hecho algo a ese muchacho. ¿Cómo puede llegar a ser tan paranoico comisario? ¡¿Yo?! ¡¿Asesinar a sangre fría a una persona?! Sólo soy un viejo cazador…
–¡No eres ningún alma de Dios! –El comisario estaba bastante exaltado-, aún no olvido tu chistecito en la granja de los Walker, ¡¿acaso lo recuerdas tú, viejo borracho?! Seis noches amanecieron ovejas muertas, y todo para obtener tu tan deseada autorización de caza de lobos. Pero te descubrieron; pagaste dinero en aquel entonces, sólo se trataba de ganado… esta vez ha muerto una persona Amos, y no soy el único que pone los ojos sobre ti.
–No diga tonterías comisario, sé que usted realmente no cree que he sido yo… mejor aún, no tiene pruebas, o de lo contrario no me tendría todavía en esta habitación de locos.
–Cuidado amos, pareciera que me amenazas.
Denis contemplaba aquella escena mudo; no podía precisar quién mantenía más dominio de sí mismo, si el acusado o el acusador. Habíase creado un sepulcral silencio, intensificado en aquella sorda habitación de concreto forrada internamente con madera. El detective sintió que era momento de entrar en la conversación.
–Señor Amos, ¿cree usted realmente que el muchacho fue atacado por lobos?
Era extraño que por fin alguien le hiciera aquella pregunta con tal amabilidad. Hasta entonces se había mantenido a la defensiva, no había pensado en una respuesta para algo así.
–Sí –dijo después de titubear.
–Se sometería a una prueba para validar su testimonio.
–¿Cuál es el punto?
–El punto, señor Amos, es que el caso está bajo investigación; su declaración necesita ser validada y es de gran importancia para nosotros. ¿Se sometería a un interrogatorio asistido?
–Si eso me sacará de este agujero, sí.
–¡Perfecto! –exclamó en voz baja y apretando las palmas-, parece que por fin comenzaré a divertirme.
Debido a un desperfecto técnico no publiqué el episodio de ayer. Estoy trabajando para arreglarlo y lo subiré a la brevedad. No pienso retrasarlo hasta la próxima semana, en verdad espero que esto me tome sólo algunas horas.
Mientras esperan pueden leer la entrevista que realicé para el blog de El directorio de las blog novelas justo aquí (leer entrevista).
Si ya la han leído y eso los condujo a este lugar, pues lo invito a explorar la novela y a dejarme su opinión. Gracias por su visita, si les gusta recuerden que pueden descargarla en PDF para llevar.
Editado 09/03/04: Me tomó mucho más de lo esperado pero al final lo conseguí. Ya está el nuevo episodio y la publicación de los demás continúa según lo programado, gracias por seguir el proyecto.